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Conflicto líbano-palestino-israelí

Beirut, en Líbano, la ciudad de las mil cicatrices

El odio deja cicatrices en el alma, pero también en todo el Líbano. Cuando la paz parecía posible, Beirut vuelve a arder.

Turismo en Beirut, la alegría de vivir pese a los conflictos
Turismo en Beirut, la alegría de vivir pese a los conflictos | DPA

Hay que viajar hasta la década del setenta para intentar encontrar la punta del ovillo enmarañado en que se convirtió el conflicto entre Líbano e Israel. Un campo minado casi intransitable por la presencia de la Organización para la Liberación de Palestina en el sur del Líbano. 

Cuando Israel salió victoriosa de la Guerra de los Seis Días (le permitió quedarse con la Franja de Gaza y Cisjordania, los altos del Golán y una parte del Monte Sinaí), los libaneses, vecinos en la frontera norte, comenzaron a dividirse: unos apoyaban a los palestinos –solo para oponerse a los israelíes- y otros, más nacionalistas, miraban hacia dentro. 

En abril de 1975, las falanges libanesas (un grupo armado de cristianos libaneses, el Ejército del Sur del Líbano) atacaron un colectivo y murieron 27 palestinos. Y estalló la guerra civil. Se dinamitaron los hoteles turísticos de la zona céntrica de Corniche; un hotel de la cadena de Holiday Inn fue base de los francotiradores; la Torre Al Murr, la más alta de la ciudad y por eso estratégica, fue copada por los guerrilleros. El oeste de la ciudad pasó a ser controlado por musulmanes y el este, por cristianos. Entre ambos sectores, la Avenida Damasco: tierra de nadie, peligrosa. Era tan reisgoso animarse a cruzarla que ya nadie lo hacía y la vegetación salvaje le pasó por arriba; comenzó a denominarse “la línea verde”. Las líneas suaves y los ventanales del Edificio Barakat, emplazado e inconfundiblemente amarillo en una esquina estratégica, pasaron a ser el galpón de la guerrilla.

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Más de mil personas murieron cuando Israel invadió la ribera sur del río Litani, en la Operación conocida por ese nombre. A instancias de la ONU, el 13 de junio de 1978, los israelíes se retiraron, pero conservaron una zona de seguridad gracias al apoyo logístico del ESL. 


La paz duró muy poco, porque en 1982, Israel atacó Beirut en una operación militar erróneamente denominada “Paz para Galilea” que bombardeó masivamente la capital del Líbano durante dos meses contínuos.

El blanco siempre fueron los palestinos, borrarlos del mapa del Líbano, de Medio Oriente. Acusaban al brazo armado palestino de un intento de asesinato a su embajador en Londres
En varias ocasiones, las falanges cristiano libanesas atacaron los campos de refugiados palestinos en Sabra y Chatila, dispuestos a matar a mansalva: unos 3500 refugiados perdieron por entonces la vida, en ese espacio supuestamente protegido.
La OLP finalmente se retiró, pero no estaba todo dicho.

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Para la Unión Europea, EE.UU y varios países, Hezbollah representa parte del terrorismo internacional. 
En 1996, Israel bombardeó nuevamente Beirut: no sólo 300.000 libaneses sino también 30 000 israelíes huyeron despavoridos de la ciudad para salvar su pellejo. Miles de pobladores morían mientras la comunidad internacional creaba un nuevo organismo de control, el Grupo de Vigilancia, fiscalizado por Estados Unidos, Francia, Siria y desde luego, los dos rivales, Israel y Líbano.  

En el año 2000, cuando parecía que la paz era aún posible, Israel aceptó retirarse del sur del Líbano, pero todo estalló nuevamente cuando los libaneses recogían agua de un afluente del río Jordán, río casi sagrado para Israel, que inmediatamente consideró ese acto como una afrenta
En 2006, los dos bandos volvieron a enfrentarse, masacrar poblaciones y destruir la ciudad.

Beirut quedó arrasada, el aeropuerto de la capital prácticamente desapareció. Joyas arquitectónicas neogóticas quedarían desde entonces y para siempre heridas con agujeros de artillería que la población nunca quiso remendar, para no olvidar el horror. El primer cine de la ciudad, el Dome, y el Teatro parecían andrajos. Las fachadas con la viruela de las balas lucían su escarnio junto a los nuevos edificios que de a poco comenzaban a levantarse para poner a una ciudad de pie. Fue inútil.


Durante 34 días, más bombardeos aéreos, bloqueo naval, guerrilla, hambre, miseria y consternación mundial. Hasta donde se dice, murieron 165 israelíes, y 1300 libaneses.

De toda la zona de conflicto, huyeron cerca de un millón de libaneses y medio millón de israelíes. Un mes más tarde, la sangre llegó al río.

La inhumanidad del odio hizo que en tiempo record y por unanimidad, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobara la Resolución 1701 que decretaba el cese de los ataques mutuos, la retirada de Israel y el desarme de Hezbollah. En el sur del Líbano, soldados de ese país controlarían la frontera con el apoyo de una fuerza especial de la ONU que garantizara el proceso de paz. 

Israel no se retiró del todo; se quedó con algunas aldeas-trincheras. Hezbollah nunca entregó las armas. 
Durante la relativa paz de estos años, la Sociedad Anónima Solidere encaró la reconstrucción de algunos edficios públicos y un proyecto de paseo portuario con marinas, pasarelas peatonales, restaurantes y actividad cultural. Una movilización popular pidió que el Edificio Barakat fuera intangible, esqueleto viviente del horror. Y lo lograron. Todavía no sabemos si sobrevivió a los ataques de hoy. En 45 años de guerra, tal vez sea más fácil preservar un edificio frágil que disolver el odio.