La intervención del presidente Macri, al recibir
al policía Luis Chocobar a más de un mes y medio del hecho, tuvo lugar en pleno
secreto de sumario, pero inmediatamente después de dos circunstancias que, al
parecer, le dieron el pie: por un lado, el cambio de carátula de la causa (de
“defensa legítima” a un homicidio por “exceso en la defensa legitima”, de
acuerdo a la interpretación del art. 34 del Código Penal hecha por el juez de
Menores Enrique Velázquez) que incluye el procesamiento de Chocobar y el
embargo preventivo (aplicable en caso de perder un potencial juicio en carácter
de costes de la parte querellante), y por otro, la trascendencia mediática que
mostró al policía como una víctima no de sus propios excesos, sino de los
excesos de un juez… “garantista”. Luego, el montaje: el llamado a la prensa, la
recepción en plena tarde al policía en la Casa Rosada junto a la cuestionada
Ministra de Seguridad, el twitt presidencial: “Hoy recibí a Luis Chocobar en la Casa
Rosada. Quería ofrecerle todo mi apoyo, decirle que lo acompañamos y que
confiamos en que la Justicia en otra instancia lo liberará de todo cargo,
reconociendo su valentía”.
Luis
Chocobar forma parte de la Policía Local de Avellaneda, de 600 efectivos, y es
el único, desde su creación en marzo de 2015, que pasó por esta situación, el
único de su fuerza que mató vestido de civil. El criterio de la conducción
política de la policía de Avellaneda se aleja ostensiblemente de la actuación
de Chocobar. Más bien, se propone ganar en eficacia real en la prevención del
delito cuidando a los ciudadanos de los infortunios de las balas (Chocobar tiró
ocho veces). Pero en este caso, la orden del gobierno provincial (autoridad legal
administrativa, antes que política) se expresó doblemente, primero bajo la
forma de un pedido de ascenso a Chocobar y luego autorizando al policía a dar
una conferencia de prensa seleccionando previamente los medios presentes: TN,
América TV, Telefé y el programa de Lanata.
El gobierno
y las autoridades de las áreas de seguridad de la provincia y de nación premian
a quien presumiblemente hubiera recibido, aparte de tratamiento psicológico,
una sanción por parte de quienes conducen la policía de Avellaneda (que, de
hecho, pide a sus efectivos que dejen el arma en el destacamento cuando están
de franco). Cambiemos premia a un policía procesado ya muy benévolamente por un
juez (¿da cuenta de la atmósfera política que pesa sobre el poder judicial?).
Lo exalta como “héroe” y acredita en un error evidente que suena a titular
mediático: “el policía le salvó la vida al turista”. No fue así, Chocobar no
detuvo ni el robo ni la agresión, persiguió como correspondía a los
responsables y luego actuó más allá de lo que correspondía matando a uno de
ellos. Quien sí salvó la vida del turista Joe Wolek fue un médico del Argerich,
Yamil Ponce. Wolek agradeció la atención y sostuvo: “No quiero hacer política,
pero soy fanático de los hospitales públicos…” ¿Formará parte Wolek de esa
“inmigración descontrolada” acusada por Macri cuando Jefe de Gobierno, ahora
que usó el hospital público? Lo cierto es que no recibe ni médicos ni maestros
en la Casa Rosada, recibe a un policía procesado por un presunto crimen.
Los videos
aparecieron a la velocidad de una respuesta. ¿Se defendió el juez de un claro
intento por parte del presidente de interferir en el accionar del poder
judicial? Lo cierto es que el juez de Menores Enrique Velázquez había basado el
auto de procesamiento en el carácter probatorio de los videos: Pablo Kukoc no
se da vuelta ni intenta volver para atacar a Chocobar; la distancia entre ambos
no representaba ningún peligro para el policía; Chocobar hizo un uso
desproporcionado de su arma en relación al peligro real; Chocobar mintió cuando
afirmó: “le tiro dos tiros y me tiro para atrás”; el policía llegó al lugar
cuando el robo y las puñaladas al turista ya habían pasado y los responsables
estaban huyendo. La pericia agrega otro elemento: el cuchillo que le
encontraron a Pablo Kukoc en el bolsillo no representaba rastros de sangre.
Por otra
parte, no es cierto que la ley favorezca a quienes cometen delitos callejeros,
ni es comparable el número de abatidos en ocasión de robo al de policías
asesinados en iguales condiciones. Durante los primeros 721 días de gobierno de
Cambiemos se registran 725 casos de gatillo fácil (Correpi), y la situación
judicial es muy beneficiosa para los policías involucrados, contando con la
“legítima defensa” como caballito de batalla cada vez que se presentan dudas.
Es decir, que aumentó el ya preocupante promedio de asesinatos a manos de las
fuerzas de seguridad que dejó el gobierno anterior. Es que un crimen por parte
del Estado es crimen de crímenes.
En este
caso, el gobierno que debería custodiar el bagaje institucional se fastidia con
el proceso judicial. La ministra Bullrich reduce a la institución cuando reduce
un proceso a “la mirada individual de un juez” y lo hace en nombre de una
“doctrina” que se impone desde el ejecutivo. En una entrevista matutina con
Ernesto Tenembaum sostuvo “lo vamos a cambiar en el Código Penal”, revelando,
en parte, el sentido del montaje.
En ese
sentido, el gobierno busca en el pasado un supuesto cambio: Ruckauf metiendo
bala, las leyes del falso ingeniero Bloomberg, Scioli y Berni con los anuncios
y la estética securitaria, solo obtuvieron récords de gatillo fácil, muertes de
civiles en enfrentamientos y torturas y asesinatos en las comisarías y unidades
carcelarias. ¿Es el camino en el que pretende insistir el gobierno?
Por el
momento, nada sobre la estructura sensible y moral de las fuerzas de seguridad,
atadas a una cultura castrense que riñe con un espíritu democrático posible.
Son complejos los dilemas que nos atraviesan y complejas las discusiones
necesarias. No es la apuesta política del gobierno. Por ahora juega con el
sensacionalismo de una sociedad brotada (Durán Barba: “hemos medido la angustia
de la gente frente al delito”).
El término
“populismo”, muy acudido por los referentes políticos, intelectuales y
mediáticos de Cambiemos, que nombraría el elemento “irracional” de una parte de
la población, su morbidez a la hora de ser liderada por un demagogo, al tiempo
que una especial debilidad ante los maniqueísmos, vuelve como un boomerang y
nada tiene que ver con la discutible y avezada teoría de Laclau. El populismo
amarillo responde a otras tradiciones y otra génesis, pero tiene el charme
de Cambiemos.
*Ensayista, docente y editor.