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Guillermo Bosch: “La astronomía es la que patea el tablero y la que empuja a Dios cada vez más lejos”

El doctor en Astronomía por la Universidad de Cambridge remarca el avance científico que promete el telescopio James Webb, al permitir observar el universo desde un lugar al que no se accede desde la Tierra. La vida extraterrestre y el misterio de la "compañera" del Sol.

Guillermo Bosch
Guillermo Bosch es licenciado en Ciencias Astronómicas por la Universidad Nacional de La Plata. | Ernesto Pages

Doctor en Astronomía por la Universidad de Cambridge, licenciado en Ciencias Astronómicas por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), director del Planetario de la UNLP y representante argentino ante el Comité Directivo del Observatorio Gemini, Guillermo Bosch es especialista en formación estelar, astrofísica y universo cercano y esta semana participó de la Agenda Académica de Perfil Educación. “La astronomía es la ciencia que patea el tablero y es la que empuja a Dios cada vez más lejos. Es algo que viene desde Galileo. Es la ciencia que permite sacarnos del centro de todo y llevarnos a descubrir que estamos en una piedrita más, que está dando vueltas alrededor de una estrella. Una estrella que tampoco es una estrella especial, ni nada extraordinario. Una piedrita que ni siquiera está en un lugar particular de nuestra galaxia, sino en una periferia cualquiera. Y que, además, es una galaxia que es igual a cualquier otra, ni siquiera es de las galaxias más grandes, ni de las más brillantes. Es decir, nada espectacular. La astronomía es la que siempre fue dando esos pasos, la que fue empujando para quitarnos del centro del universo”, sostuvo.

Docente de “Óptica Astronómica” y de “Formación Estelar” en la UNLP e investigador del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conicet) en el Instituto de Astrofísica de La Plata (IALP), Bosch es autor de casi un centenar de artículos, ensayos y papers, entre los que se destacan Estrellas masivas: parámetros fundamentales e interacciones circunestelares, Análisis de la respuesta ionosférica y geomagnética al eclipse solar patagónico de 2020; Una búsqueda de estrellas OB en el campo de la asociación OB galáctica Bochum 7: II. Movimiento propio y fotometría IR, e Implicaciones de la estructura cinemática de las regiones de formación de estrellas circum nucleares en sus propiedades derivadas. “Esa calidad de imagen del telescopio Webb es fascinante. Esas imágenes que están en las redes son una maravilla. Ese conjunto de imágenes que mostraron al mundo fue increíble. Es una muestra gratis de todo lo que puede llegar a hacer este telescopio. Porque este bicho va a trabajar más en el infrarrojo, entonces va a agregar información que es no solo mejor que la que se puede acceder desde la Tierra por calidad de imagen, sino porque es imposible ver desde la Tierra. Entonces, no tiene rival, ni siquiera de comparación. Va a observar con una calidad impresionante, en una región del espectro en la que desde la Tierra, ni siquiera podemos mirar. Por eso es tan importante lo que está pasando. Porque nos va a dar información que no podíamos acceder de otra manera”, agregó.
 

telescopio james webb
Bosch explica que el telescopio James Webb permite explorar una región del universo imposible de observar desde la Tierra. 

—¿Qué responde cuando le preguntan para qué sirve la astronomía?

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La astronomía es la ciencia que patea el tablero y es la que empuja a Dios cada vez más lejos. Es algo que viene desde Galileo. Es la ciencia que permite sacarnos del centro de todo y llevarnos a descubrir que estamos en una piedrita más, que está dando vueltas alrededor de una estrella. Una estrella que tampoco es una estrella especial, ni nada extraordinario. Una piedrita que ni siquiera está en un lugar particular de nuestra galaxia, sino en una periferia cualquiera. Y que, además, es una galaxia que es igual a cualquier otra, ni siquiera es de las galaxias más grandes, ni de las más brillantes. Es decir, nada espectacular. La astronomía es la que siempre fue dando esos pasos, la que fue empujando para quitarnos del centro del universo. Eso nos permite entender que en el resto del universo se dan condiciones normales para ese lugar, pero que son tremendamente distintas de lo que podemos llegar a conocer acá: temperaturas más bajas de las que jamás podremos lograr en un laboratorio, o vacíos imposibles de imitar con ninguna máquina. Eso pone a prueba permanentemente toda teoría física. La física puede explicar un montón de cosas hasta que llega la astronomía para empezar a poner a poner en problemas a lo que conocemos. Por ejemplo, esto que suele verse en la materia oscura, que no lo podemos ver porque no interactúa con nada y que no conocemos. Pero la astronomía empieza a medir cómo se mueven esas cosas y a dar respuestas. Otro ejemplo es que siempre creíamos que el universo se iba desacelerando, pero aparecen datos y observaciones nuevas que indicaron que no, que nos expandimos, y cada vez más rápido. Y esto también pasó en los primeros años, cuando los astrónomos que estudiaban cómo brillaba el Sol y cuánto duraba brillando, lo hacían a partir de la masa que calculaban. Hasta que la astronomía predijo que tenía que existir un mecanismo de combustión distinto a todo lo que se conocía, porque de lo contrario, el Sol no podía durar más de doscientos mil años. ¿Cómo hacía una estrella para brillar emitiendo tanta luz durante miles de millones de años? En ese momento no se sabía, pero eran las reacciones nucleares y fue la astronomía la que empujó a toda la ciencia a decir que había que buscar un mecanismo que explicara eso que no se podía explicar.  La lista de ejemplos es infinita. La astronomía tiene ese imán de descubrir lo que la gente ni se imagina que existía. Poder explicar el universo a la gente es algo reconfortante.

—¿Es posible decir que la astronomía es la ciencia que más discute la religión en términos empíricos?

A mí no me gusta discutir la religión. Obviamente, ya te darás cuenta que no creo en la religión. Me parece que no tiene sentido. He tenido colegas y colaboradores que trabajaban en la astronomía a full todo el tiempo y los domingos iban a misa y mantenían su fe, pero son una minoría. Hay un sesgo hacia un cierto ateísmo dentro de la ciencia. La religión es una construcción mental para poder entender que Dios hizo en una semana el cielo, las luces, la Tierra, aunque sabemos que, obviamente, no es posible. Pero la gente que es muy creyente dice que eso era una metáfora para explicarlo en su momento. Entonces va llevando para atrás esa metáfora. Entonces, aparece el Big Bang, y dicen que Dios estuvo ahí. Es raro. Yo soy muy respetuoso de la gente y su fe, pero creo que la religión es una construcción mental y social, si no sería mucha coincidencia que toda la gente en América naciera católica y toda la gente en Asia naciera musulmana. Hay algo de fondo en todo eso que te están metiendo desde que sos chiquitito. Por eso me gusta pensar que la astronomía y la religión son como ortogonales. Uno sabe que no hay argumentos científicos que hagan que una persona deje de creer, a la vez que los pasajes bíblicos no van a lograr que una persona crea. Por eso, es cierto que la astronomía va llevando a Dios hacia un lugar menos protagónico. James Burke decía en un documental en los ochenta: “Dios creó un mundo tan perfecto que se transformó en algo innecesario”.
 

Guillermo Bosch
Bosch ha publicado un centenar de estudios académicos que analizan el espacio exterior, el universo y los planetas.

—¿Hay algo en particular de ser astrónomo en Argentina?

Hacer ciencia en Argentina implica un doble esfuerzo vocacional, de resistencia y de tenacidad por las condiciones que tenemos. A lo largo de 35 años de carrera, puedo decir que las condiciones siempre son malas, salvo algunas primaveras o algunos veranitos. En general, tenés que tener ganas porque de lo contrario es muy difícil. A mí me tocó hacer una breve estadía en Inglaterra para realizar mi doctorado y allá uno se siente malcriado. Es todo sencillo, hay que trabajar un montón pero uno tiene que enfocarse en una sola cosa porque tiene todo lo que necesita: una computadora segura, me llevaban a congresos, podía viajar a cursos de posgrados. Acá también podés hacerlo, pero se complica. Las complejidades que ahora pueden aparecer, se han dado un montón de veces en el pasado. No tenés subsidios, no tenés plata para capacitarte. Por ejemplo, me gustaría llevar un proyecto a un congreso pero no puedo porque no hay plata. O, si en algún buen momento me compré una buena computadora, después vienen en épocas de vacas flacas y no tengo ni para mejorar el disco rígido. La investigación de la astronomía en Argentina se va un poco acomodando, somos muy resilientes. Nos ajustamos a las condiciones. Y esto no se inicia ahora. Cuando empecé la carrera, en 1985, no había acceso a ningún telescopio decente para los investigadores argentinos y en esa época la investigación en astronomía se fue gruesamente volcando a la teoría, no sólo teoría de papel, sino con  una mini computadora para hacer simulaciones numéricas. Después ocurrió una primera primavera cuando se inauguró un telescopio medianamente bueno en San Juan y vino como un pequeño renacer de la astronomía observacional por telescopio. Pero también eso se estancó. Hasta que diez años después, Argentina se sumó al Observatorio Gemini y entonces, por primera vez en mucho tiempo, tuvimos acceso a tiempos de observación en telescopios competitivos a nivel mundial. Y eso fue un brote impresionante. Es algo que se puede ver, sobre todo, en los temas de tesis que van eligiendo los doctorandos. Fue un resurgir de astrónomos argentinos que trabajaban con datos de de primer nivel mundial. Eso fue a fines de 2000. Pero después vino la crisis de 2001 y Argentina dejó de pagar lo que le correspondía, entonces nos suspendían y no podíamos observar. Es así cómo tenemos que acomodarnos a los vaivenes económicos para hacer astronomía en nuestro país.

—En La revolución que trae el telescopio James Webb usted sostiene que el mundo entero se maravilló con las nuevas imágenes obtenidas y advirtió que la información obtenida representa ‘un antes y después’ en la observación astronómica. ¿Qué fue lo que más lo sorprendió de este descubrimiento?

—En lo personal, y teniendo tantos años en comités científicos o de seguimiento de telescopios e instrumentos, a mí lo que más me impresionó del telescopio James Webb es que todo funcionó perfecto. Y eso habló muy bien de los ingenieros que estaban a cargo. Porque si uno se acuerde del telescopio predecesor, el Hubble, recuerda que hubo muchos problemas. Y era mucho más sencillo, porque lo pusieron en órbita con un transbordador y lo dejaron ahí orbitando. Era un bicho más chiquitito. Pero arrancó con un montón de problemas de imágenes. Con esa experiencia previa de la NASA, con todos sus miles de millones de dólares, habían hecho un telescopio que funcionó mal al principio. Y el Webb era más grande y más complejo, porque salía todo plegado, porque la nave que lo llevaba lo dejaba en órbita en un lugar lejísimo. O sea, no había posibilidad de ir a arreglarlo. El Webb tenía que llegar a su lugar solo y empezar a desplegar el espejo grande para emitir las imágenes. Era un espejo grande, que iba plegado y toda la base de la pantalla, que lo protege del Sol, también venía enrollada. Y tenía que desplegarse solo, en órbita, a 230 grados bajo cero. Era muy difícil que todo eso pudiera funcionar. Por eso me sorprendió. Trabaja en una región llamada infrarrojo medio, una zona en donde Hubble no veía. Esa calidad de imagen del telescopio Webb es fascinante. Esas imágenes que están en las redes son una maravilla. Ese conjunto de imágenes que mostraron al mundo fue increíble. Es una muestra gratis de todo lo que puede llegar a hacer este telescopio. Porque este bicho va a trabajar más en el infrarrojo, entonces va a agregar información que es no solo mejor que la que se puede acceder desde la Tierra por calidad de imagen, sino porque es imposible de ver desde Tierra. No tienen no tiene rival, ni siquiera tiene comparación. Va a observar con una calidad impresionante, en una región del espectro en la que desde la Tierra, ni siquiera podemos mirar. Por eso es tan importante lo que está pasando. Porque nos va a dar información que no podíamos acceder de otra manera.

—Durante sus investigaciones, ¿cuántas veces se preguntó si existe vida en el universo?

Permanentemente me pregunto si existe vida en el universo. Todos crecimos con la ciencia ficción. La posibilidad de que exista vida en algún lugar del universo es real, yo diría que es una certeza absoluta. Si hay vida en un rincón de una galaxia, cualquiera, como la nuestra, entonces puede haber vida en cualquier lugar del universo. Esta pregunta va y viene. Pero nosotros tenemos un Sol en nuestra galaxia, y hay cien mil millones de soles como el nuestro y hay cien mil millones de galaxias. Por eso, lo difícil es que surja la posibilida de un encuentro. Ahí viene el problema, por lo enorme del espacio. Y a eso tenés que sumarle las escalas inmensas de tiempos para establecer contacto. Como civilización detectable, nosotros emitimos algo que pueda ser detectado desde el exterior, como lo fue la radio, recién hace algunas décadas. Por lo que, si hubiera algún astrónomo vivo en alguna estrella lejana, ¿cómo se enteraría de que acá hay vida? De las cien mil millones de estrellas que hay en nuestra galaxia, un ser vivo tiene que estar muy cerca para que nuestras emisiones de radio hayan viajado lo suficiente para encontrarlo. Si observás la galaxia, marcás la zona donde estamos nosotros y señalás la zona donde nos podrían detectar, entonces te das cuenta que es muy poco probable. Es una burbujita muy chiquita. Sin ir mucho más lejos, los chinos nunca supieron de la existencia de los mayas. Y ves todas esas civilizaciones funcionado cada una en su universo. Hasta el Mediterráneo era un universo propio. Siempre uso ese ejemplo, porque los europeos se encontraron con todos, pero antes que los europeos empezaran a viajar, sin intenciones muy extremas, cada uno estaba en su universo con su religión, con su cosmogonía, con su visión del universo y, probablemente, creían que no había nadie más en el planeta.
 

Guillermo Bosch
Bosch es director del Planetario de la UNLP y representante argentino ante el Comité Directivo del Observatorio Gemini.

—En la Asociación Argentina Amigos de la Astronomía usted dictó una conferencia titulada “¿Dónde está la compañera de nuestro Sol?”, en la que sostuvo que en las últimas décadas se ha avanzado mucho en el conocimiento sobre la multiplicidad de las estrellas, confirmando que la mayor parte “pertenece a sistemas de más de una componente”, por lo que advierte que “esto permite preguntar sobre la posibilidad de que nuestro Sol forme parte de un sistema de este tipo”. ¿Qué significa la posibilidad de que exista una “compañera del Sol”?

—Esta investigación arrancó en los ochenta, cuando yo estaba por empezar la carrera. Entonces hubo un astrónomo que publicó un artículo con la hipótesis con algunos de estos fenómenos. Mencionaba la posible extinción de los dinosaurios que se podría haber dado por alguna lluvia de asteroides. Es decir, muchos meteoritos que hubieran caído porque si el Sol tenía una compañera, que durante mucho tiempo estaba muy lejos pero cada tanto se aproximaba, eso podría perturbar todos los asteroides que andaban dando vuelta por ahí y terminaba generando un fenómeno de este estilo. La hipótesis quedó ahí, pero en el imaginario popular se empezó a hablar de Némesis, la compañera de nuestro Sol. Dentro de mi línea de investigación durante muchos años trabajé en la búsqueda de estos sistemas múltiples y una de las cosas que encontramos era que si uno va a una región donde las estrellas son muy jóvenes o donde están naciendo las estrellas y miras esas estrellas jóvenes, descubrís que muchos de esos nuevos sistemas son de a pares. Por lo que se puede inferir que si la mayoría de las estrellas nacen como sistemas múltiples, entonces el Sol podría haber sido una de esos sistemas múltiples. Hay muchísimos trabajos al respecto y eso se siguió buscando a lo largo de estos cuarenta años pero, lamentablemente, no hay evidencia científica que lo demuestre. Por lo que es muy poco probable que el Sol tenga una compañera. Sin embargo, eso no quita que el Sol haya nacido con una compañera, la haya tenido durante decenas de millones de años y después, por distintas condiciones, se haya perdido esa compañera. En resumen, hasta donde sabemos el Sol no tiene compañera pero eso no significa que no la haya tenido.

—Ya pasaron cinco décadas desde el alunizaje, ¿porque no se logró ningún nuevo hito desde entonces?

—Hay un diagrama muy interesante que muestra eel financiamiento que recibió la NASA desde su creación. Es un diagrama muy claro. En los sesenta, el financiamiento fue cien veces mayor de lo que tenía y se logró ir a la Luna porque era una carrera. Pero era una carrera que no tenía el interés científico primordial para la NASA, sino para ganarle a los rusos. ¿Por qué no se volvió a hacer? Porque ya no tenía sentido. Y el próximo hito está apuntando ir a Marte. Ya hay naves que pueden llegar a Marte, pero el desafío es para el astronauta,  porque sería un viaje de ida ya que no tendría combustible para volver. Por eso hay muchos robots autónomos que se la pasan cavando y sacando muestras de suelo de Marte para ver si encuentran algo que puede usarse para producir un combustible que permita iniciar el regreso a la Tierra. Pero es un desafío de ingeniería. Ir a Marte y sacar muestras es bueno, es interesante, pero creo que es difícil que su aporte a la investigación científica justifique tamaño gasto de las agencias de financiación. Se puede llegar a Marte, colonizarlo y desde ahí usarlo como puerta para emprender viajes más lejanos. Pero yo creo que lo más interesante sería poner telescopios en el lado oculto de la Luna. Eso sería muy bueno. Hace falta mejorar un poco la ingeniería, pero sería muy interesante.

—En una reciente entrevista, usted dijo que “en ciencia no hay desilusión sino nuevos desafíos, cambios de paradigma y más cosas interesantes para investigar”. ¿Cuáles son hoy los nuevos desafíos y cuáles son las cosas interesantes para investigar?

—Uno de los temas que mencionamos primero, la existencia de la materia oscura. La materia oscura no la necesitamos para valorar nuestro sistema solar, pero sí para las afueras de las galaxias, para entender cómo funcionan los halos que rodean las galaxias. Así como Einstein le agregó la relatividad a las ecuaciones de Newton para explicar qué pasaba cuando las partículas se acercaban a la velocidad de la luz, entender cómo funciona la masa oscura nos permitiría hacer cambios en la mecánica newtoniana, pero no por un tema de relatividad, sino por tamaños de escala. Hacer una modificación a eso podría explicar todo lo que ocurre sin necesidad de materia oscura. 

—Esta sección se llama Agenda Académica porque propone brindarle a docentes e investigadores un espacio en los medios masivos de comunicación para que difundan sus trabajos. La última pregunta tiene que ver con el objeto de estudio: ¿por qué decidió dedicarse a estudiar formación estelar, astrofísica y universo cercano?

—Siempre me gustaba más, y me sigue gustando, observar, analizar el dato y descubrir cosas a partir de esos datos. Pero mi problema cuando estaba terminando la facultad y tenía que elegir en qué especializarme, era que me gustaba todo. Y cuando me fui a Inglaterra encontré un grupo que trabajaba en regiones que forman estrellas y me gustó eso. Después empecé a colaborar con otra gente que, en vez de trabajar en regiones individuales, lo hacía en galaxias que forman estrellas. Pero en el ínterin he hecho colaboraciones con gente en radioastronomía y tengo varios proyectos abiertos. Y en mis últimos dos trabajos me relacioné con gente que estudia el efecto del eclipse solar en la ionosfera de nuestra tierra. Por lo tanto, se puede decir que arranqué con estrellas cercanas, pasé por las galaxias lejanas y volví a la ionósfera de nuestro propio planetas. En definitiva, todo lo relacionado con el universo es algo que me interesa.


Producción: Melody Blanco ([email protected])