perruna

Amores desiguales

. Foto: CEDOC PERFIL

Cada vez que llegamos a la casa, la misma historia. Rita, la perra negra, gime, jadea, gañe, aúlla, gruñe, refunfuña. Se me abalanza cuando abro el portón y me abraza. Entiendo lo que dice: “¿Por qué me dejaste? No puedo estar sin vos. He sufrido mucho. No vuelvas a irte. ¡Por fin volviste! Estaba desesperada. No he parado de extrañarte”. Tanto da si salí hace una hora para ir al supermercado o si hace un mes que no la veo. Lola, la perra rubia, en cambio, solo le ladra a la otra con disgusto, censurando su actitud: “No te rebajes así”. Superado ese trance irritante, cuando bajo del auto, Lola me está esperando con un palo, una ramita o un manojo de hojas en la boca. “Estoy muy contenta de que hayas vuelto, acá te preparé este obsequio”.

Rita está siempre al borde del colapso nervioso, porque la abandonan, la castigan, la quieren poco, en fin: una intensa. Lola disfruta más de la vida, quiere a todo el mundo por igual y no de forma tan reconcentrada. Es capaz de sobrevivir sin mí, pero manifiesta su cariño con presentes (intenta hacerme creer que lo del regalo no fue una ocurrencia del momento sino que estuvo preparándolo durante mi ausencia).

Me conmueve que se hayan criado juntas y sin embargo sean tan diferentes. Hay cosas de raza que influyen, claro: Rita es más ovejera y por lo tanto cuida los perímetros. Una vez que entró alguien al jardín, se desentiende. Lola es más doberman y no deja de amedrentar a los “intrusos”, aunque sean invitados de siempre. Pero en cuanto a la manifestación del amor y la dependencia, no he encontrado manual de psicología perruna que lo explique.