En estos días se difundieron los datos de pobreza que dicen que disminuyó, y eso fue motivo de grandes elogios entre quienes hoy están en el gobierno. Para quienes sufren y viven la pobreza causó gran extrañeza, porque escuchar que disminuyó lo que a ellos no los abandona, pero otros si lo superaron, es una esperanza, aunque débil. Por eso vale la pena considerar ahora cómo se mide el nivel de pobreza y qué implica, además de qué consecuencias genera y cómo paliarlas. La forma técnica de medir el nivel de pobreza se hace en base a la capacidad que tienen las familias de cubrir sus necesidades básicas, establecidas en base a una canasta de alimentos y algunos otros insumos considerados imprescindibles. Es una medida basada en la capacidad económica para comprar/acceder a estos alimentos e insumos y que depende del costo y su variación según los vaivenes de los precios y de la oferta. El Observatorio de la Deuda Social de la UCA presentó esta semana sus últimos hallazgos, que incluyen un importante número de consideraciones de la metodología utilizada y también de si se incluyen otros aspectos e ítems además de estos económicos. El domingo, en la sección Política de PERFIL, Agustín Salvia se refirió a esta metodología. Y explica que la evaluación solo en términos económicos relativos a la capacidad de compra de alimentos es relativa, ya que las personas tienen situaciones sociales y culturales que determinan el valor de esas privaciones y otras. Agregó: “La pobreza tiene distintas definiciones teóricas conceptuales, además de ser relativas al tiempo histórico, moral y cultural de la sociedad”. Así relativizó el concepto de pobreza de las distintas familias, que contrasta con la rigidez del valor cuantificable de cuanto pueden comprar con sus ingresos.
La desigualdad es otro problema y allí si se consideran las distintas condiciones de las personas y familias frente a sus posibilidades de lograr alcanzar beneficios que no depende meramente de lo económico. La desigualdad se vive en sectores no pobres, o sea que no están por debajo de la línea de pobreza, pero no pueden cubrir sus aspiraciones. La desigualdad se expresa en la brecha que existe en la distribución de la riqueza. En la medida en que un pequeño grupo concentre una considerable proporción de la riqueza mientras que un gran número de ciudadanos se reparten una mínima proporción de la riqueza. Esta brecha es la que sigue creciendo, no solo en nuestro país, pero en nuestro país partimos de una situación más desigual que en otros, por eso es tan grave. El Observatorio de la Deuda Social elaboro una pirámide socioeconómica que en el artículo de Jorge Fontevecchia en la nota “Argentina en transición” de PERFIL el domingo pasado reproduce. En ella, según el nivel de ingresos mensuales de los hogares a octubre de 2025, se visualiza la desigualdad: solo el 3% tiene un ingreso de 30 millones de pesos por mes como piso, mientras que el 10% de pobres extremos gana un techo de 800 mil pesos por mes. Esto indica una diferencia de 37,5 veces el piso de los ingresos del 3% de ricos con relación al techo de lo que gana el 10% de indigentes. Esta brecha explica la desigualdad en términos económicos. El 70% de la población se distribuye entre un 40% de ingresos “medios aspiracionales “y “ medios bajos vulnerables” y el 30% entre pobres e indigentes. ¿Que implica esto? que ese 40% de ingresos medios no tienen capacidad para consumir lo que desean, esto les produce una tensión financiera que expresa su insatisfacción ante esa limitación y que no se consuelan con poder cubrir la canasta básica de alimentos. Esto es lo que viven quienes hace unos años como clase media tenían capacidad de consumir y ahora no les es posible. Esa tensión financiera es la que los mantiene insatisfechos y por eso se perciben como pobres, aunque no se los considera, porque según la calificación de pobreza ellos superan la capacidad de compra de la canasta básica. Allí radican las variaciones sociales e históricas que diferencian las distintas concepciones de pobreza. Esto que los hace sentirse “pobres”, percepción que no entra en las estadísticas de pobreza medida en forma tradicional. Esto es lo que realmente importa a la sociedad, mucho más que los valores del índice de pobreza. De allí la diferencia entre lo que celebra el gobierno y algunas personas, y lo que vive una gran mayoría de la población. Esto es algo que debe ser considerado por quienes gobiernan si quieren seguir teniendo sus votos.
Para el gobierno, tanto a nivel nacional como provincial, les debe preocupar y ocupar la lucha contra la desigualdad, algo que requiere mucho más que mejorar los ingresos, si bien estos se relacionan, pero no en forma lineal. Para disminuir la desigualdad el gobierno debe mejorar la calidad de la educación pública, de la atención de la salud pública, del acceso a una vivienda digna, de trabajo digno y con cobertura de seguridad social, todos estos derechos humanos de segunda generación claves y fundamentales para promover la igualdad entre los más ricos y los de ingresos medios. Esto es lo que espera la sociedad una vez estabilizada la inflación. Sin embargo, esto no parece ser el objetivo central del gobierno. De este vacío la oposición no logra apoderarse, y mientras esto no ocurra será difícil que haya una esperanza sólida de la ciudadanía hacia algún sector político. Por eso toda la sociedad debe atender a la desigualdad, tanto o más que a la pobreza, para lograr un país mejor y más equitativo.