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Dígale que sí

El logo de Editorial Perfil Foto: Cedoc Perfil

Era un aprieto para el alcalde electo Mamdani, una encerrona de la que le resultaría muy difícil salir. La periodista lanzó su dardo: ¿confirmaba sus dichos acerca del presidente Trump, a saber, concretamente, que lo consideraba un fascista? La pregunta tal vez lo habría incomodado en cualquier circunstancia. Pero lo incomodaba sin dudas en ésta: en presencia del propio Trump.

Pasó entonces lo inesperado. Intervino Donald Trump. E intervino para desestimar (con sus palabras, con su sonrisa, con su mano suave de calma o de desprecio) no solamente la pregunta que acababa de formular la periodista, sino también la respuesta que laboriosamente comenzaba a ensayar Mamdani, y no solamente la respuesta que laboriosamente comenzaba a ensayar Mamdani, sino también aquello otro que antes había dicho sobre él, a saber, concretamente, que lo consideraba un fascista.

“Dígale que sí, dígale que sí, es más fácil que explicar”: el propio Trump le restó importancia a que le hubieran dicho fascista (y a que se lo hubiera dicho nada menos que el alcalde electo de la ciudad de Nueva York). Y acertaba así a poner en evidencia, podría decirse que con una claridad insuperable, un signo funesto de estos tiempos: que no importa lo que se diga. Por grave o severo que sea, nada hay nada que en principio no pueda descartarse así sin más, con una mano suave, con una sonrisa inocua, con la puesta en escena de un simple encogimiento de hombros.

Claro que hay condiciones objetivas generales que lo han hecho posible: el dislate, el disparate, la mentira, la provocación chusca, las agresiones sin sentido han ampliado exponencialmente su radio de circulación y el número de sus existencias. De tal modo que se ha vuelto imprescindible aprender a restarle importancia a mucho de lo que se dice, ya es incluso un ejercicio cotidiano (pero en verdad no es restarle importancia: es advertir que no la tiene). El problema surge con el efecto de arrastre. Porque hay cosas que se dicen y sí importan, hay palabras que se dicen y que importan. Y arrasarlas una y otra vez a golpes de cinismo se ha vuelto a todas luces una estrategia de poder.