En la solapa trasera de los dos libros que acabo de leer de Arde ediciones -siempre es una alegría que surjan nuevos proyectos en estas épocas oscuras- se lee: “Arde ediciones es la editorial de los graduados y graduadas en Artes de la escritura de la Universidad Nacional de las Artes. La editorial existe por amor a la escritura”. Esta última frase, que puede parecer cursi, ingenua, es sin embargo crucial: sin el amor a la escritura, que bien podría reformularse como el amor a la lectura, no queda nada, o mejor dicho, queda solo el mercado como único horizonte de nuestra época. Es cierto que en nombre de ese amor se han escritos libros que no lo demuestran, así como hay lectores que a veces tampoco parecen serlo. Pero no importa, ese amor, con todos sus riesgos, es la contraseña de una comunidad imaginaria: la comunidad de los que aún creemos que un libro puede cambiarnos la vida.
Pues de Arde ediciones leí Música, de Daniel Delfino, quien, según me enteré, murió inesperadamente hace unas semanas, muy poco tiempo después de la publicación del libro, su primer libro. En los relatos de Música existe una decisión de no resolver de manera clásica las tramas, decisión que es siempre bienvenida. La ciudad, los barrios, las calles con sus nombres reconocibles, las rutas, las playas, los bares, los ambientes de las casas, cobran un peso importantísimo en cada historia. No son meras referencias o adornos, sino que condicionan la acción, interactúan con los personajes, operan en la trama, que siempre es abierta. El otro libro es No te acerques tanto al borde, de Lucrecia Labarthe, también de cuentos, que abre con una hermosa cita de César Vallejo. Reparé especialmente en “La china”, relato que comienza con la recepción de un telegrama de despido y va virando hacia la confesión sexual en un mundo de mujeres de clase baja. Hay allí un universo a explorar -tal vez en próximos libros de Labarthe-, un imaginario y una escena casi ausente en la narrativa argentina actual, tan de clase media.
Pasemos ahora al punto inverso, no a una editorial nueva, sino a otra que cumple 25 años, una vida casi: Ediciones de la Banda Oriental, obviamente una editorial uruguaya. Sello con un inmenso catálogo, de muchísimos temas (narrativa, economía, historia, diccionarios, etc.), de ese mar (o mejor dicho, río) de libros, hay muchos en mi biblioteca, empezando por los de Juan José Morosoli, autor uruguayo casi desconocido de este lado de la orilla, hasta que, hace unos años, una de esas editoriales independientes porteñas sobrevaloradas publicó una gran antología de su obra. El mundo de Morosoli está hecho de obreros, albañiles, gauchos, que hacen de la inmovilidad un modo de estar en el mundo. Negativos, taciturnos, anónimos, expresan la disconformidad ante la época. Mal leído -como se ha hecho muchas veces- Morosoli (1899-1957) puede parecer un escritor costumbrista. Nada de eso. Antes que como un autor rural, es más justo pensar a Morosoli en una constelación -como un estante en una biblioteca personal- integrada por el silencio a lo Beckett, un gusto por los perdedores a lo Robert Walser, y la mejor tradición del desasosiego uruguayo, de Onetti a Levrero.
Ediciones de la Banda Oriental también publicó a Graciliano Ramos, pero sobre esa edición ya escribí en este mismo espacio hace algunas semanas.