contemplaciones

Dos poéticas

El logo de Editorial Perfil Foto: Cedoc Perfil

Georges Perec, Rodolfo Walsh: es difícil encontrar dos escritores que resulten, como ellos, tan distintos entre sí (y difícil encontrar dos literaturas que resulten tan distintas entre sí, como las de ellos). Y sin embargo, ahí están los dos, montando una escena análoga, reconocible, codificada, convencional: sentados a la mesa de un café. Perec, frente a la ventana, en dos o tres cafés de París; Rodolfo Walsh, jugando al ajedrez, en un café de La Plata. Entre ellos y el mundo exterior se entablan relaciones muy diferentes (y entablan relaciones muy diferentes sus respectivos textos).

Georges Perec mira hacia afuera. Está escribiendo Tentativa de agotar un lugar parisino, y lo que hace es contemplar la plaza Saint-Sulpice. Va a intentar que eso que ve, y que no es sino una porción de realidad, traspase al juego de su literatura (pues para Perec, un oulipiano, la literatura es más que nada un juego). En la literatura ya no será parcial, se convertirá en un todo, y como tal, admitirá ese afán desmesurado: el de registrarlo por entero, el de agotarlo por pura pasión de exhaustividad. Así habrá de quedar integrado a una lógica específicamente literaria.

Con Walsh ocurre exactamente lo opuesto. Porque Walsh no mira hacia afuera; al revés, se compenetra: en ese café de La Plata, se concentra en el ajedrez. El juego ocurre entonces, en este caso, del lado de la realidad, y allí define su mundo propio, con sus reglas y su tiempo. El afuera resuena y distrae hasta llegar a interrumpir el juego; se mete en el café, se mete en la partida, empuja a salir  (a la vereda, a la ciudad, a la Plaza San Martín) para ver qué está pasando (porque hay algo que está pasando). En esa clave leyó Ricardo Piglia esta escena que Rodolfo Walsh refiere en el prólogo que incorporó a Operación Masacre: de qué manera la política irrumpe en la esfera inmanente del juego, disuelve esa misma inmanencia, impone un deber de exterioridad consumada.

La de Perec es una autonomía de tipo adorniano: capaz de subsumir, dialécticamente, lo otro de sí misma, bajo una lógica que es la suya propia. La de Walsh es una autonomía bajo criterio sartreano: una que es preciso anular, abolir, suprimir, liquidar. Porque la autonomía es para Adorno lo que habilita una función crítica para la literatura. Y para Sartre, por el contrario, es ni más ni menos que lo que la impide.

Contemplar la plaza Saint-Sulpice, desde tal o cual café de París. O salir de un café de La Plata, a ver qué pasa en la Plaza San Martín.