geopolítica

EE.UU. y su seguridad: doctrina para un siglo XXI de disputa global

La forma en que Estados Unidos se sitúa frente al mundo, especialmente en el gobierno de Trump, determina nuevos desafíos para Argentina y su región.

Donald Trump. Foto: Pablo Temes

La seguridad nacional de una potencia global no se improvisa. Se planifica. Y cuando se trata de Estados Unidos, esa planificación se formaliza en documentos públicos, discutidos y actualizados periódicamente. En 2022, la administración Biden publicó su Estrategia de Seguridad Nacional (NS Strategy), que si bien parte de premisas clásicas –defensa del orden internacional, disuasión, supremacía tecnológica– introduce nuevos elementos que merecen ser leídos entre líneas.

A diferencia de la versión escrita durante la anterior gestión de Trump, de aproximadamente 68 páginas de extensión, la actual presenta una extensión aproximada de 34 folios. La diferencia radica en que la anterior fue elaborada por el Pentágono (aportando la parte mas tradicional y de continuidad de la política de defensa norteamericana y el Departamento de Estado en los aspectos propios del pensamiento trumpista) y la actual solo tuvo participación del equipo de trabajo directo del presidente. Realpolitik pura.

En un mundo donde la competencia entre grandes potencias vuelve a ocupar el centro del escenario, esta estrategia proyecta un orden donde Estados Unidos busca reafirmar su liderazgo…, pero reconociendo que ese liderazgo ya no es indiscutido.

Tres pilares para un mundo multipolar. La estrategia se estructura en tres pilares principales:

1. Invertir en la fuerza interna de EE.UU.: tecnología, infraestructura, industria, energía y defensa (el Congreso aprobó un presupuesto militar récord del país para 2026 de 901 mil millones de dólares, que “permitirá al Departamento de Defensa implementar mi política de paz a través de la fuerza, proteger a la patria de amenazas internas y externas, y fortalecer la base militar-industrial”, expresó el propio Trump).

2. Fortalecer alianzas: desde la OTAN hasta el Indo-Pacífico, pasando por acuerdos con democracias afines (especialmente en Europa, apoyando explícitamente a los partidos europeofóbicos y de derecha).

3. Modernizar la arquitectura internacional: bajo reglas, pero no ingenuas; con instituciones, pero adaptables (profundizando la política de negociación directa entre Trump y los considerados líderes regionales con capacidad efectiva de resolución y de fuerte cuestionamiento a los organismos internacionales).

Detrás de estas líneas, se reconoce una realidad: China y Rusia son competidores sistémicos, siendo destacable que no los categoriza como enemigos o adversarios. Y la estrategia ya no oculta que el escenario es global, híbrido, y en tensión permanente. Ya no se trata solo de defender fronteras físicas, sino de controlar flujos: datos, energía, chips, conectividad.

Seguridad entendida como control de redes. Lo más interesante del documento es cómo incorpora elementos de la conectografía, aunque sin nombrarla. La seguridad ya no es solo cuestión militar, sino también de infraestructura crítica: cadenas de suministro, rutas marítimas, energía, ciberespacio, satélites. El nuevo campo de batalla está en las redes, y EE.UU. lo sabe.

En esa línea, la estrategia prioriza: reforzar la producción doméstica de semiconductores; 

1. Controlar las tecnologías emergentes (IA, computación cuántica, biotecnología).

2. Evitar dependencias estratégicas con rivales (China en litio, tierras raras, baterías).

3. Impulsar energías limpias, pero con visión geopolítica.

América Latina: aliada estratégica o retaguardia desatendida. Aunque mencionada brevemente, América Latina aparece como una región donde EE.UU. buscará contrarrestar la presencia china y rusa. Pero hay ambigüedad: no se precisa cómo ni con qué herramientas. La estrategia parece más reactiva que proactiva. En la práctica, eso deja espacio a otras potencias para influir en infraestructuras claves, puertos, telecomunicaciones y minería crítica.

Para países como Argentina, esto representa tanto una oportunidad como un riesgo. La falta de una estrategia regional activa por parte de EE.UU. deja márgenes para una política exterior más autónoma…, pero también más volátil.

El futuro de la doctrina estadounidense. Hacia 2050, es probable que esta estrategia evolucione hacia un concepto más explícito de guerra extendida en red: donde el combate ya no sea entre ejércitos, sino entre nodos –tecnológicos, financieros, sociales– distribuidos en todo el mundo. Las próximas actualizaciones podrían incluir:

1. Fuerzas combinadas hombre-máquina.

2. Ciberdefensa como primer escudo nacional.

3. Militarización del espacio como nuevo teatro operacional.

4. Resiliencia frente a pandemias, colapsos climáticos o sabotajes logísticos.

Conclusión: doctrina en transición. La Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos ya no es una simple declaración de principios. Es un mapa. No para el mundo que fue, sino para el que se viene: más incierto, más fragmentado y más competitivo. No hay lugar para ingenuidades.

Para quienes observamos desde el sur global, entender este documento no es un ejercicio académico. Es una necesidad estratégica. Porque los espacios vacíos en la agenda de EE.UU. no quedan vacíos por mucho tiempo. Y porque la seguridad, hoy más que nunca, se escribe con geopolítica.