El arte del bombardeo
En medio de merecidas vacaciones parisinas que aprovechan las ventajas del dólar barato (QEPD), mientras disfruta de unos babosos caracoles servidos en su concha rellena de manteca de ajo, mi amigo Claudio Barragán hace un alto para comentarme sus nuevas impresiones estéticas. Lo hace desde el celular de la señora, porque un zanguango le afanó el suyo. El caso es que Barragán ha descubierto o creído descubrir o inventado que el arte moderno es una construcción de la Revolución francesa. En su opinión, cuando Danton y Robespierre mandaron destruir la iconografía religiosa, la acción destructiva de las masas dio por tierra con el realismo artístico y dio paso al expresionismo. Tengo una duda al respecto, ¿podría pensarse el arte religioso como una forma del realismo, o entendí mal el concepto? Cuando voy a preguntárselo por mensaje de audio, cambio repentinamente de punto de vista y le pregunto si cree beneficiosos o perjudiciales los efectos inmediatos de la violencia política sobre las prácticas estéticas. A eso me contesta: “Es una cuestión de imitación sensible. Los artistas estaban capacitados para apreciar esa forma nueva resultante de la violencia. Lo mismo pasó 170 años después. Entre los escombros de las iglesias destruidas por los bombardeos nazis, los artistas modernos pudieron ver las esculturas que pudieron ser rescatadas. Las tenían a un metro de distancia, cuando habían sido concebidas para ser admiradas a treinta o más metros”. Eso me genera cierta relación: esculturas rotas/cubismo. Pero el cubismo es anterior. ¿Sigue, entonces, el arte de los bombardeos, las ideas estéticas de la vanguardia? Barragán aclara: “Para reconstruir esas iglesias, que fueron derruidas parcialmente, tuvieron que bajar de las alturas a las esculturas sobrevivientes. Entonces, los artistas modernos vieron que la textura, la materialidad, era áspera y tosca, porque la falta de pulimiento era reparada por el efecto de la distancia. Y esa tosquedad les pareció admirable”. Conclusión: intervenidos por el azar de toda hecatombe, los límites y defectos del pasado pueden servir de escalón inicial a todo arte nuevo. El horror es también una firma de autor, que hoy se traza de manera constante.
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