Realidad

El desvanecimiento de todo

Algoritmo. No es imagen. Es “Ya” la realidad. “Toda”. Foto: cedoc

El iconoclasta Jean Baudrillard lo diagnosticó con precisión quirúrgica: la realidad había sido suplantada por sus simulacros para dejar de ser ella misma, el territorio se había perdido y hasta naufragado bajo el mapa mientras que el mundo todo se disolvía en sus representaciones hasta volverse indistinguible de ellas: vivíamos entregados y sin resistencia alguna a la era de la simulación.

Sin embargo, permanecía algún tenue consuelo en aquella tragedia casi ontológica. Los simulacros, por más que hubieran devorado lo real, aún conservaban huellas de esa realidad elidida, por precarias que fuesen. Mantenían alguna pista que nos permitía algo así como “volver a casa”, retornar hacia donde palpitaba todavía el fantasma de un mundo sólido que se negaba a disolverse en la nada.

Sin embargo, la realidad del mundo se encuentra en este primer cuarto del siglo XXI en una situación mucho más precaria que la denunciada por Baudrillard en los años 90 del siglo pasado: hoy es un paisaje triste, desolado y desértico, un páramo. Los algoritmos no sustituyen o suplantan a la realidad como si de sus mismos simulacros se tratara: la crean, la instituyen, la constituyen, la configuran, la definen y determinan y, por fin, la sustituyen habiendo borrado toda posibilidad de retorno a un origen hoy dinamitado. El algoritmo no es imagen, metáfora de la realidad, ni tan siquiera su simulación. No. Es “Ya” la realidad. “Toda” la realidad. Y “Nada Más” que la realidad.

El prolífico ensayista francés Éric Sadin bautizó a este proceso como “la siliconización del mundo”, una colonización tecnológica que transforma cada gesto en dato, cada deseo en patrón reducible a cálculo, cada relación en algoritmo de recomendación, de modo que toda nuestra vida se vuelva información procesable, y sin escapatoria posible del código que nos abruma, de esa nueva Matrix, aunque tan solo fuese como náufragos exhaustos y sin apenas esperanza, y no la hay porque el código se ha convertido en el tejido ontológico absoluto de lo que existe.

Por eso es urgente que prestemos atención y nos demos cuenta de algo en apariencia imperceptible: que las cosas desaparecen y cada vez más, que se han volatilizado en la nada del ciberespacio. Byung-Chul Han lo describe con melancolía poética: hoy vivimos entre no-cosas, flujos de información que reemplazan con eficiencia pasmosa a los objetos sólidos que alguna vez habitamos, e incluso por los que nos dejamos habitar, aquellos que resistían y se resistían, que guardaban memoria, que eran permanencias inmóviles del alma, que exigían cuidado y permanencia.

Y aquí se revela la paradoja más cruel: la actual omnipresencia de lo algorítmico y del “dataísmo” no reafirma jamás nada de lo que conocemos y estimamos como valioso, sino que provoca su desvanecimiento final, el desvanecimiento de todo lo no susceptible de volverse virtual, de todo cuanto pensamos que de tan real que es vale la pena y hace que la existencia pueda aspirar a ser digna y, más aún, a ser feliz, pero ya no más: lo que de verdad valía la pena, es ahora apenas pena sin valor alguno.

Ahora bien, la humilde realidad es pertinaz, insistente, perseverante, testadura, terca incluso, y se repliega, sí, mas no desaparece, y no necesita lograrlo con la épica del héroe sino con la ternura de lo frágil que persiste, esa “ternura común por las cosas” de la que hablaba Hegel. Han lo intuyó luminosamente en El espíritu de la esperanza: existe una resistencia que no combate, sino que habita, que no grita, sino que permanece, silenciosa y obstinada, una resistencia de y en las cosas que aún podemos tocar con las manos, los rostros que todavía nos miran sin mediación de pantallas, los gestos gratuitos que no buscan optimizar nada ni convertirse en contenido, esos espacios que debemos defender a cualquier precio donde la realidad todavía late, imperfecta, inútil, frágil, trémula y por eso mismo maravillosamente viva, amable y amistosamente cercana, entera y cierta.

*Profesor de Ética de la comunicación. Escuela de Posgrados en Comunicación Universidad Austral.