El regreso de las Cruzadas
China promete un enorme mercado con sus 1.500 millones de habitantes y, ubicada en la vanguardia tecnológica mundial, ofrece asistencia especializada además de financiación con planes laxos y no asfixiantes. Puede construir estadios de última generación, como lo hizo en Costa Rica, represas, centrales eléctricas, puertos y canales que abran nuevas vías de comercio y comunicación, ofreciendo a los países receptores asociarse con empresas chinas. No interfiere en la política interna de los países a los cuales seduce con todo esto y tampoco los amenaza con presencia militar. Con un estilo distinto, más pragmático y directo, menos paciente y sutil, sobre todo en tiempos de Trump, Estados Unidos abre la billetera, compra voluntades, impone políticas y acuerdos comerciales claramente asimétricos en los que importa materias primas y exporta bienes manufacturados, acarrea diplomacias, usa bases militares y empresas como puntas de lanzas en los países de los que se considera protector y salvador, y respalda su acción con la política del miedo (hoy a China, ayer a la Unión Soviética) para reforzar la subordinación de sus socios menores. Dos estilos, dos culturas en una pulseada por la preminencia en un mundo donde la historia no terminó (como, por ahora, no termina la vida), según pretendió el politólogo estadounidense Francis Fukuyama tras la caída del Muro de Berlín, en los años 90. A la Guerra Fría de la segunda mitad del siglo XX, que finalizó con la autodestrucción soviética, le sigue hoy una nueva, entre Estados Unidos y China, que tiene sus campos de batalla en la economía, la tecnología y la geopolítica y hasta el momento no se ha verificado en lo militar.
Esta puja está muy bien detallada y explicada por Bernabé Malacalza, doctor en Ciencias Sociales, magíster en Relaciones Económicas Internacionales, investigador del Conicet y docente de la Universidad Di Tella, en su reciente libro Las Cruzadas del siglo XXI. En un tiempo de sesgos, prejuicios, reduccionismos y torpe simplificación de ideas complejas, sobre todo en gobernantes como Trump y algunos de sus colegas menores y fanáticos, la lectura de este trabajo aporta ideas originales a la comprensión de lo que su autor llama una nueva cruzada, en la que, como en aquellas de la Edad Media, todo parece reducirse a una lucha entre el bien y el mal, en la que cada contendiente se atribuye el mejor papel y endilga al otro la malevolencia.
Malacalza propone una pregunta crucial, de cuya respuesta depende el futuro de un continente. ¿Cuál es el papel de América Latina en esta disputa y cómo pueden sus países lograr un punto de equilibrio entre ambas potencias para alcanzar un desarrollo nacional y una autonomía política, diplomática, económica y tecnológica? Mientras Argentina parece haber optado por el camino de la sumisión y la obediencia, otros países, como Brasil, ensayan mejores respuestas, en tanto Malacalza apunta una serie de propuestas que miran más allá de “batallas culturales” y delirios similares. Acaso sea el momento de coaliciones amplias y verdaderamente progresistas, dice, que rescaten la democracia desde quienes están hoy exhaustos, excluidos y maltratados, como los docentes, científicos, médicos y los miembros del nuevo precariado (trabajadores que sobreviven en la economía marginal). A ellos suma a ciberactivistas, hackers y creadores de contenidos digitales capaces de darles a las nuevas tecnologías una dirección opuesta a la de la mera distracción estupidizante. Salir de los dogmatismos, ejercer la humildad, imaginar futuros que se construyan desde la diversidad y la confraternidad enriqueciéndolos con lo distinto. Es eso u otra vez sopa (cada día más espesa y amarga).
* Escritor y periodista.
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