Ensayo sobre un accidente
Una situación en la calle puede funcionar como metáfora del vínculo de una sociedad con lo que regula y permite formas de convivencia.
Un accidente puede ser desarmado para comprender el modo en que se expresa una cultura o, más precisamente, como el reflejo de un acumulado de prácticas establecidas como norma de comportamiento no formal, pero instauradas como realidad objetiva de operación social. En Argentina existen reglas de tránsito que determinan con mucha precisión la diferencia entre lo que se puede hacer al conducir y lo que no se puede hacer, pero todos los que conducen comprenden perfectamente que detener el auto en una situación de tráfico en una esquina con un cartel de PARE es más peligroso que seguir y no respetarlo, ya que podría producir un choque con el conductor que circula por detrás ante la sorpresa del respeto a una norma. Así, en este país, respetar la ley podría ser más riesgoso que no hacerlo. En estas prácticas, que pueden ser descriptas como operaciones recurrentes, es donde es posible observar a la sociedad. El accidente fatal en Chacarita no es una fatalidad, es un logro colectivo de todos los argentinos.
Una cámara da una primera señal. El conductor debe girar a la derecha para tomar la Av. Jorge Newbery, pero una fila de autos estacionados sobre esta misma arteria deja, de los dos carriles disponibles, solo uno y lo que queda del otro. El conductor del colectivo, producto de esta situación, no tiene más opción que en su giro invadir de contramano el carril contrario de la misma avenida, para precisamente poder doblar, porque no hay otra manera de hacer ingresar su enorme vehículo. Un primer condicionante espacial lo obliga a producir una acción riesgosa. Sin embargo, ese espacio debería estar liberado de autos, por lo menos en lo formal.
Según se puede observar en la modalidad de Street View de Google Map, en esa avenida está prohibido estacionar, todo el cordón está pintado de amarillo, y un cartel con la “E” tachada lo termina de confirmar. La grabación que se ha compartido desde el momento inmediato previo a dar comienzo a ese giro desde la calle Guzmán permite evidenciar que la prohibición sigue vigente, pero los autos están igualmente allí. Todos estacionados en infracción producen la obligación de la otra infracción, de conducir, por lo menos por un instante, a contramano.
Vale la pena la pregunta por el rol de las normas de tránsito en Argentina, en términos de si cumplen o no una función. En primer lugar, adquieren el rol de proceso administrativo, de trámite, de procedimiento para la obtención de la licencia de conducir. La normas deben ser aprendidas, más para aprobar el examen que para respetarlas. También cumplen una función en caso de tener que resolver una disputa frente a un accidente, y eso es relevante cuando deben pasar a ser discutidas dentro del sistema del derecho. Quien, dentro del caos azaroso del tráfico sin reglas, pueda demostrar que respetó las normas (algo de lo que suele enterarse generalmente después) será quien se beneficie, por un efecto rebote de una norma, de la orientación de lo permitido para apoyar una victoria legal, aunque sin efectos evidentes en la mejora del tráfico. Los accidentes no crean conciencia, solo obligan a repasar los hechos, para ver quién gana y quién pierde.
Una vez logrado el haberse establecido, luego de ese instante obligado a contramano, sobre la Av. Jorge Newbery, el colectivero avanza velozmente para intentar ganarle a su próximo obstáculo, que no es solo de él, sino de todos los porteños: el semáforo. Se ha prestado poca atención a este instante, pero en una de las cámaras desde el interior del mismo colectivo se observa claramente que quien conduce, antes de llegar a la esquina, para girar hacia la izquierda en sentido a Av. Corrientes, se enfrenta a una luz amarilla con espacio todavía para frenar. El chofer se comporta como es de uso habitual en muchos conductores, y enfrenta ese color como un rival a vencer, como un desafío, y entonces avanza, como tantos otros en prácticas identificables y recurrentes, desafiando la indicación de detenerse. Cuando comienza el giro, la luz roja se observa como última imagen de la avenida que metros antes lo había desafiado por las infracciones de otros.
Esta descripción debe eliminar el sentido individual de quien ejecuta la acción, y trasladar el interés a un plano colectivo de mayor complejidad. Se trata de un ejercicio de sociología inaugurado por Durkheim cuando estudia el suicidio como un fenómeno social, cuando parece, engañosamente, que es individual. Más allá de la precisión de ese diagnóstico original, resultaba valioso el esfuerzo sociológico por incluir procesos indicados en personas, como en realidad resultantes de una complejidad y un ambiente, que siempre tiende a darles forma e impulsarlos. Las acciones del chofer que protagoniza el siniestro pueden ser encontradas, sin el mismo resultado, de a miles diariamente. No es él, es la sociedad y, como diría también Durkheim, sus actos no están presentes en él porque salen desde el origen de su mente, sino que están en su mente porque están en la sociedad. Este chofer se socializó como tal, conduciendo en las condiciones informales, pero conocidas y repetidas, por todos los conductores. No es tan diferente a la obra pública, cuyos gerentes, de generación en generación, deben comprender cómo “manejarse” para lograr sostener contratos a lo largo de generaciones. No está escrito, pero se aprende.
La mujer no mira, y tal vez su comportamiento sea el menos argentino de toda la secuencia. Probablemente, colocar un pie en la senda peatonal de Londres o en alguna calle de Sankt Gallen en Suiza no requiera revisión extra o expectativa de riesgo, pero en Buenos Aires y en tantas otras grandes ciudades del país podría ser asumido como imprudente. La señora estaba cruzando por la senda peatonal respetando las reglas que indican las normas, y el resultado es la demostración de que atenerse a las reglas en Argentina puede llevar a desenlaces decepcionantes. Luego de pasar el semáforo en amarillo, el conductor observa por un instante lo que parece ser su celular, al igual que tantos otros conductores, y es en esa desconexión de ese “aquí y ahora” que se produce la no observación de la mujer. Desde la calle Guzmán hasta la Av. Corrientes, en poco más de cien metros, se puede reconstruir el patrón cultural argentino. Solo pierde el que no lo comprende o no lo respeta. Eso también hace la sociedad con el que intenta ofrecerle resistencia, le presenta todo el peso de su fuerza colectiva para contener su aproximación a cierto tipo de variación. Se debe regresar al cartel de PARE, no como una señal para prevenir accidentes, sino como una advertencia paradójica que debe ser no respetada, como garantía de poder seguir manejando y evitar siniestros.
Las prácticas irregulares adquieren forma en los organismos del Estado, que incorporan procedimientos para validar acciones cuyo origen es dudoso. Los requisitos para obtener por primera vez la licencia de conducir son documentales y de prueba de manejo, pero nadie se hace una pregunta importante: ¿cómo es que esta persona de 18 años, que nunca tuvo licencia, sabe conducir?, ¿aprendió en una escuela o le enseñó un familiar en la calle?, ¿en la calle manejó sin registro para poder aprender? El primer paso para estar habilitado ya cuenta con un origen incierto, informal, o por lo menos no verificable, y todavía nadie lo ha modificado.
Separar las normas de las prácticas puede ser un ejercicio de análisis atractivo, sobre todo para quitarles la obsesión a algunas discusiones sobre leyes y aprobaciones que deben suceder desde el sistema político. Las leyes no alteran las prácticas, solo crean expectativas de comportamiento. Podría pasar que luego de este accidente se sugieran cambios en la normativa, que se agreguen semáforos o que se modifiquen las velocidades permitidas, pero nada podrán hacer estos inventos legislativos con las formas del hacer que nos rodean. En las prácticas está la sociedad, y a veces estas conducen a tragedias.
*Sociólogo.
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