apropiaciones

Idas y vueltas

El logo de Editorial Perfil Foto: Cedoc Perfil

Venía pensando en dedicar una columna vitriólica, ácida a más no poder, llena de sutilezas evidentes y secretas invectivas acerca de la creciente lacra de estafadores y mistificadores, manochantas y simuladores y fabricantes de milagros falsificados y tapeos de ombligo, sienes y upite como fórmula para la felicidad perfecta, paso previo a ocuparme de negadores de cambios climáticos, propulsores del terraplanismo y disciplinadores de todo derecho de la gran masa del pueblo para mayor felación del agradecido capital, paso previo a deleitar al lector sagaz e informado con un resumen de la increíble biografía de Cyrus  Reed Teed, difusor y mártir de la deliciosa y –es una lástima– indemostrable teoría de la tierra hueca. Pero justo cuando mis manos se precipitaban sobre el teclado, me entró un mensaje de WhatsApp que cambió el rumbo de la columna.

Un joven y longilíneo traductor de origen árabe que se radicó hace unos años en la Argentina y se dedica a traducir lo mejor de la literatura francesa a lenguas artificiales (entre ellas el voynichés), en demostración de suprema indiferencia al habitual imperativo categórico dominante de la utilidad o en prueba de insuperable elegancia y de espíritu deportivo, me comentó su descubrimiento más reciente. Había descubierto, y tenía la gentileza de comunicármelo, su revelación más reciente: Borges, que en público fingió siempre detestar el arte de la novela empleando argumentos tales como “¿por qué usar quinientas páginas para contar lo que cabe en cinco?”, o bromas exangües al estilo de “Cien años de Soledad, ¿no alcanzaba con cincuenta?”, se había apropiado del sistema nemotécnico que inventan los protagonistas de la genial novela de Flaubert Bouvard y Pecuchet, cuna insuperable donde nació y creció la novela moderna, para su cuento Funes el memorioso. Conclusiones al margen, me dice el traductor árabe, la literatura es una cadena de apropiaciones y recirculación, una cadena infinita que nos soporta y nos da aliento, mientras la taradez que invade el mundo nos azota con su látigo. Como consuelo, le propongo que traduzca un cuento brevísimo y lo llene de notas al pie, hasta que alcance la dimensión de una novela.