Karina vs. Caputo: sigue la guerra en el corazón del poder
Ni el aprendizaje sobre miserabilidades del pasado amaina la batalla entre Santiago Caputo y Karina Milei, la pugna intestina por un poder superior en el triángulo de hierro. Raro enfrentamiento entre la hermana sanguínea y el “hermano del alma”, si uno se ata a la jerga de Mauricio Macri sobre un amigo preferido para Javier Milei. Ni el último triunfo electoral desanimó a los dos en la interna; por el contrario, se incrementó la movilización de bandas, como si fueran el Cartel de Aragua o Los Pulpos, cada uno en busca de supremacía. Como si pudieran aplastarse. No aprendieron de lo que ocurrió en un peronismo deshilachado, con influyentes efímeros repartidos en presidios o aislados en la indiferencia. Cierta necedad suele aparecer en la mayoría de los gobiernos y el Presidente parece ajeno a esa interna fraternal; los abraza a ambos con afectuoso cariño, les permite tejer una ambiciosa enredadera en la Casa Rosada mientras él se abstiene, en silencio, desde Olivos. Por ahora. Un actor es hermano de ambos.
Caputo teme una ofensiva de la hermana de Milei: vive en una ciénaga
Caputo junior quedó peor posicionado que Karina luego del último comicio: fracasaron sus predicciones de consultor, alertas incluidas en el consejo “no vayas a esa provincia, Javier, allí vamos a perder”. Aludía a una presunta desorganización en el armado partidario, al amateurismo de la hermana presidencial. También, por supuesto, como una multitud de encuestadores, imaginaba que a Milei no lo iba a acompañar una mayoría silenciosa en todo el país. Al revés de la hermana. Pero el oficialismo ganó, la dama se afirmó en el pináculo y ahora el oráculo monotributista debe pagar las cuentas. Al menos, ya lo bajaron de esas aspiraciones infantiles por convertirse no solo en primer ministro como jefe de Gabinete, extender su dominio físico en otras áreas, subrogar al “Jefe” Javier prescindiendo de Karina, a quien Milei llama “el Jefe”. Para colmo, también se resintió esa relación con la administración Trump que él parecía manejar por separado de la Cancillería, más exactamente del exministro Gerardo Werthein, al que forzó a renunciar por presuntos intereses contrapuestos al Gobierno (laboratorios). Sería bueno que el renunciado en su cumpleaños 70, esta semana, se expresara al respecto: plata y medios comunicacionales no le faltan.
El Caputo joven teme una ofensiva de la hermana presidencial, vive en una ciénaga: lo apartaron de las negociaciones con los gobernadores y, de pronto, inesperadamente, supuso que el mandadero de su padre, Sergio Neiffert, a quien él ubicó al frente de la AFI o la SIDE, lo estaba traicionando con Karina. Fácil de creer esa eventualidad con un personaje de trayectoria en el lodo de la provincia bonaerense. Entonces lo mandó a despedir: lo hizo visitar de improviso en su casa por uno de sus fieles a la medianoche. El jefe de los espías lo recibió en calzoncillos bóxer (el periodista no sabe el color, pide perdón) y, por supuesto, se negó al reclamo: ya ni va al organismo, alega con razón que su esposa está enferma y dicen que Karina le dijo: “Pasemos el verano, luego vemos”. Fue un golpe al hígado de Santiago, perseguido aún más porque el Presidente designó en YPF como director al exministro del Interior, Lisandro Catalán, arrastrado a la dimisión por pegarse a Guillermo Francos, otro de los desahuciados por Santiago en el último hálito de poder. Obvio, no le preocupa ese aterrizaje burocrático bien pago; se interroga por si el ingreso al directorio de Catalán significa que apuntará a limar el dispendio en publicidad de la compañía –cada vez más endeudada, por otra parte– encarnado en el vicepresidente, su amigo y exsocio Guillermo Garat, al cual la mediática escudería caputista le debe un ascenso en la categoría social. (A propósito de directorios, resulta vergonzante la negociación del gobernador Axel Kicillof con vestigios de La Cámpora en la Provincia para cambiar votos en la Legislatura por un aumento del número de directores en el Banco Provincia. Hoy son nueve; quieren subirlos a 12, cuando el número de cinco es suficiente para administrarlo. El resto es pachanga: un atentado al gasto público y a los contribuyentes, no solo por el salario sino por el sinnúmero de derivaciones ocasionadas).
Caputo el joven quedó peor posicionado después del último comicio
Por un momentáneo reparto de queso, la visceral porfía Karina-Santiago ni se detuvo a observar un reciente episodio que podría servirle de antecedente para evitar la insistencia en errores: Alberto Fernández visitó a Julio De Vido en la prisión de Ezeiza. “¿Qué querés?”, le preguntó el exministro de los pajaritos cuando lo recibió –a quien siempre lo hostigara durante el gobierno de Néstor y, luego, en combinación con Cristina, intentara excluirlo del gobierno por corrupto, en combinación con algún medio importante– a pesar de que había sido un factor decisivo para el triunfo de la luego viuda por visitar semanalmente intendentes, comer asados y concederles fondos para obras en cuotas. Cuando se enteró Néstor del propósito, le prohibió a Alberto esa aventura y a su mujer le pegó una reprimenda, si un soplamocos puede considerarse una reprimenda. Un estilo diplomático ejemplar, según los machistas. Siguió igual esa interna, nunca cesó: Alberto ni cuestionó la expulsión de diputados de De Vido, menos lo visitó después en la cárcel, aunque sí voló para abrazarse con Lula en la celda. Oportuno el hombre. Ella, con la excusa de “no pongo las manos en el fuego por nadie”, ni se movió de su trono. Es su costumbre. Ahora, después de un duelo embarazoso en su departamento de Puerto Madero, casi sin salir a la calle o haciéndolo en secreto durante más de dos años, Fernández habla y descubre que debe solidarizarse con De Vido, con su excompañero de
Gabinete. Y concurrir a saludarlo en el penal de Ezeiza. Los mil rostros de Jano, si hubiera mil. Tarde se dio cuenta de su fatiga interna pasada o, tal vez, opera con indudable conveniencia personal por otro motivo. Vaya uno a saber, siempre da sorpresas. Aunque curiosamente esa conducta le sirva a Karina y Santiago para advertir la inutilidad de las peleas dentro del Gobierno, para perder lo que más no quería perder Napoleón: el tiempo.
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