descubrimientos

Kircher y Voynich

El logo de Editorial Perfil Foto: Cedoc Perfil

No hay manera de abarcar en pocos renglones una vida plena y variada; menos aún cuando se la fragmenta en episodios como en los folletines de antaño, pero en columnas anteriores al menos nos arrimamos a los dichos y hechos de Athanasius Kircher y a sus aciertos, errores e invenciones. Mencionamos también sus expediciones vulcanistas (yo también me equivoqué y puse que había bajado al Etna cuando lo hizo en el hermano volcán Vesuvio), sus estudios de griego, latín, chino, hebreo, su perfeccionamiento de la linterna mágica (¡atención, hermanos Lumiere!), el invento del arpa eólica y su dedicación a la escritura universal, uno de los grandes temas de la época. A Borges, tan fanático de Raimundo Lulio y su fantástico arte combinatoria que buscaba definir los atributos de Dios, se le escapó su Novum hoc inventum quo omina mundi idiomata ad unum redunctur, traducible a Nueva invención por la cual todos los idiomas se reducen a uno solo, divino intento antibabélico que es el sueño de cada imperio, que en su momento de auge pretende imponer su propia lengua.  Esa ambición desmedida llevó a Athanasius K. a estudiar todas las que se le cruzaron por delante, entre ellas la copta, con lo que sin serlo se convirtió en un especialista en el desciframiento de jeroglíficos, básicamente egipcios. Que no haya dado pie con bola en el intento es apenas un detalle. La fama lo precedía y Georgius Barschius (o Georg Baresch), alquimista de la corte del inefable Rodolfo II de Praga  y custodio de la biblioteca del emperador luego de la muerte de Jacopo Sinapius, le escribió  en 1637, ofreciéndole el Manuscrito Voynich para su consulta.

Para quien ignore su existencia: el Manuscrito Voynich es un texto escrito en una lengua artificial que lleva centurias sin que se haya desculado su sentido. Entre ficciones e investigaciones se han escrito decenas de libros sobre este asunto, y si hubiera algún lector interesado yo podría recomendarle alguno. Entretanto, cada muerte de obispo los diarios nos informan de un develamiento que no es tal. Que si es una mezcla de hebreo con sánscrito, latín corrupto, lenguas africanas. Nada. Ni siquiera la NASA ayer y la inteligencia artificial hoy nos entregan la revelación verdadera, y en el fondo tampoco queremos que esta revelación ocurra, porque todo misterio tiene siempre más encanto que la revelación. Tampoco se sabe cómo, entre las ilustraciones del Manuscrito, aparecen plantas que Europa recién conocería luego del “descubrimiento” de América. Pues bien. A casi cuatro siglos de esa incertidumbre, Barschius le escribe una carta a Kircher pidiéndole que descifre el Voynich. Lo que ocurre luego es  asunto de la próxima columna.