Me pregunto si el año que viene seguiremos tolerando (no digamos admirando, no digamos gustando de, no digamos envidiando, porque ninguna de esas pasiones jamás han tenido a esa especie como objeto) a los influencers.
La esfera de la opinión pública, en sus formulaciones más clásicas, era formadora de opiniones y por lo tanto, las “influencias” tenían su peso político. Pero hoy todo eso se ha reducido a que una persona (por lo general muy pelotuda) use un producto o una marca a cambio de un monto siempre ridículo de dinero con el presunto objetivo de “influenciar” a alguien para que compre ese producto o adhiera a esa marca.
El asunto es de una vileza extrema, porque es clarísimo que la gente no va a comprarse un perfume, un reloj o un auto porque lo use tal o cual idiota (perdón, quise escribir “influencer”). Lo saben incluso quienes les pagan a los influencers. ¿Por qué continúa ese círculo vicioso de falsedades, inequidades y desconsideración hacia la inteligencia general de las poblaciones? Yo diría que en esas “estrategias” del mercado publicitario lo único que importa es mantener lo más abyecto de la máquina tecnocapitalista en funcionamiento. Me imagino un año en el que la gente directamente bloquee a los influencers y sus recomendaciones, una aurora en la que la gente decida desprenderse del charco de inmundicia que son las redes.
También me pregunto hasta cuándo seremos capaces de soportar que nos humillen nuestros gobernantes. No me refiero solo al Poder Ejecutivo, sino a la lacra del Poder Legislativo, que borra hoy con el codo lo que ayer sostuvo con algarabía. Esos buitres dispuestos a vender sus “influencias parlamentarias” por una prebenda personal o una cuota de medicina prepaga merecen público escarnio.
Por supuesto, también me pregunto hasta cuándo seguiremos aceptando el delirante sistema de tránsito que estrangula a Buenos Aires. En la Provincia, acaban de descolgarse con una medida ejemplar (un ejemplo de estupidez). En el único tramo del Acceso Oeste donde la velocidad máxima era hasta ahora de 130 km/h (velocidad imposible de alcanzar salvo a altas horas de la madrugada), fue reducida a 110 km/h.
O sea: como la autopista está, como todas las demás vías de circulación, colapsada, la única solución que a alguien se le ocurre es disminuir los límites de velocidad, en lugar de pensar cómo arreglar el embrollo, el atasco, el estreñimiento. Que cada quien se arregle. Baste observar lo que sucede cuando dos autopistas se encuentran (la Perito Moreno con la 25 de Mayo, el Acceso Oeste con la General Paz, la Panamericana con el Ramal a Pilar) para darse cuenta de que todos esos cruces o confluencias presentan defectos de diseño que entorpecen el tráfico (agregando un mínimo de diez minutos de tiempo de viaje y de 50 milímetros de mercurio a la presión sanguínea) de los que nadie se hace cargo. Todo es demente, psicótico, y culpabiliza al que conduce el vehículo. ¿A mí me descuentan puntos de mi licencia por infracciones? ¿Por qué no les descuentan puntos a los que diseñaron las autopistas? ¿Por qué no les descuentan puntos a los pelotudos que chocan (¡en una autopista!) por manejar mirando el celular o sacándose los mocos? Quiero decir: a quien choque en una autopista le deberían retirar para siempre el registro de conducir (en todo caso, una vez determinada la responsabilidad, cosa que las agencias de seguro hacen muy bien y muy rápido). Pero no: mejor descontarle puntos al distraído que se pasó una cámara porque el tránsito fluía y no tiene velocidad crucero en su auto. A los que chocan, nuestra simpatía. A quienes diseñan las autopistas, nuestro agradecimiento. Al Gobierno, que no piensa invertir un peso en arreglar el desaguisado vial bonaerense, nuestro voto útil.
Otra intriga para el año venidero. ¿Volverá a existir el peronismo como fuerza? Sigue siendo un sentimiento (incomprensible), pero por ahora con forma de charco de agua estancada, que no desemboca. Supongo que lo primero que tendrían que hacer los amigos peronistas es un examen de conciencia, un vendaval moral que les permita pensar más allá del clientelismo corrupto que ha dominado su práctica en los últimos lustros o décadas. Charlando con algunos de ellos compruebo que siguen naturalizando el mismo sistema que los llevó al colapso y al desmoronamiento. Sencillamente esperan que les vuelvan a dar plata (no importa de dónde salga) para repartir (irregularmente, desde ya) a los pobres, que somos todas.
Otra pregunta, o deseo (en italiano pregunta se dice domanda): ¿conseguiré vender mi casa del Conurbano para irme a vivir a Mar del Plata, que es el destino de los locos que huyen, de los enemistados con el mundo, de los que ya no dan más, de los que quieren encerrarse a escribir?