El rescate de Trump a Milei, bajo la lógica histórica de Washington

La Crisis de los Misiles y la enseñanza sobre EE.UU. que debe tomar la Argentina

Robert Kennedy, protagonista y negociador en la Crisis de los Misiles. Los acuerdos pactados se conocieron mucho después. Foto: Pablo Temes

Hay países serios. Son aquellos que tienen cierta cuota de previsibilidad en sus acciones. Y que, en líneas generales y aunque pasen los años y las décadas, actúan de la misma manera en sus relaciones bilaterales con otros estados. Las décadas. Gobierne quien gobierne. Incluso aunque sus líderes sean personajes, a priori, algo disruptivos. Como Donald Trump. 

Estados Unidos son un ejemplo de esta previsibilidad en sus relaciones internacionales. Especialmente las económicas. 

¿Y cómo actúa en general EE.UU.? Hay un ejemplo que se enseña en todas las escuelas de ciencias políticas del mundo. 

Hubo un momento en que el mundo estuvo a segundos de una guerra mundial nuclear en octubre de 1962. Fue cuando los Estados Unidos, bajo el gobierno de John F. Kennedy, aviones espía norteamericanos descubrieron que la Unión Soviética estaba instalando misiles nucleares de alcance medio en Cuba. Si bien el líder soviético Nikita Jrushchov negó los hechos, las pruebas eran irrefutables; lo que llevaron a que la entonces llamada URSS reconociera la realidad; relacionando la avanzada misilística con un supuesto intento norteamericano de invasión a la isla manejada por Fidel Casto. El mundo estuvo en vilo durante 13 interminables días, hasta que las partes aceptaron negociar. Pero, obviamente, nadie quería quedar como el perdedor. Justo a punto del nuclearmente peligroso fracaso, el enviado de Kennedy, Robert McNamara, encontró una la solución al nudo gordiano. Jrushchov aceptaría retirar los misiles, y, a cambio, los Estados Unidos reconocerían al régimen de los Castro y no intentaría ninguna aventura más como la fallida invasión de Bahía de los Cochinos, ni ningún tipo de intromisión interna. Los soviéticos firmaron. Pero querían algo más. No les interesaba el uno a uno. Fue ahí como McNamara encuentra la llave del candado. Estados Unidos también retiraría misiles Júpiter instalados en Turquía, pero lo haría seis meses después; cuando los focos ya no estuvieran en el conflicto. Como caballeros, las condiciones se cumplieron. Y la historia continuó, sin vencedores ni vencidos. Aunque en los números Estados Unidos haya cedido más que los soviéticos.

El evento histórico es uno de los favoritos para el análisis de las ciencias políticas, como objetivo de estudio sobre la toma de decisiones. Y de la manera de negociar de los Estados Unidos. No importa lo que parezca en el momento del apretón de manos. Lo importante es lo que se deberá cumplir pasado el tiempo. Quizá cuando las luces estén apuntando hacia otro conflicto u otro tema en debate. Para entender entonces lo que busca un gobierno norteamericano al ayudar a otro país, una manera de entrar a la estrategia de una administración de Washington (de cualquier origen, ideología y compromiso) no hay que mirar el momento del anuncio de un acuerdo o paquete de ayuda; sino saber esperar al tiempo para conocer qué es lo que un gobierno de EE.UU. tiene en mente con otro país. 

Aunque sea como ensayo, este manual de análisis sobre la conducta de la diplomacia norteamericana puede aplicarse a la gran noticia del segundo semestre de gestión de Javier Milei: el paquete de salvataje medido en dinero que Donald Trump y su secretario del Tesoro, Scott Bessent, pusieron a disposición del país para que la Argentina no caiga en default. Una decisión que podría haber tomado cualquier presidente de los Estados Unidos, con un programa de ayuda permanente llamado Exchange Stabilization Fund (ESF); una especie de cuenta corriente abierta con la que cuentan los jefes de Estado nortamericanos para socorrer a países amigos (o en vista de serlo) con problemas financieros. Y que a cambio de la apertura del fondo se comprometen Roberta una serie de medidas de ajuste macroeconómicos para que la crisis se supere y no retorne. Sin embargo, lo más importante del paquete viene después. Las decisiones económicas y geopolíticas a las que el gobierno que reciba los dólares también debe comprometerse, y que no quedan por escrito sino como promesas a ejecutar desde el momento del apretón de manos. Esto es, unos meses después que el dinero ya salió del Tesoro que, en este tiempo, maneja Bessent. 

En el caso del paquete de rescate para la Argentina el análisis entonces no debe caer en las frases de ocasión dichas por ambas partes en el momento de cerrar el acuerdo y presentarlo en sociedad; sino en lo que pasados los meses, el país deberá ejecutar. Más si se tiene en cuenta que la letra fina del salvataje norteamericano indica que, en realidad, no hay una liberación de fondos, sino una ayuda concreta a ejecutar en dos momentos concretos. El primero será el 9 de enero, cuando el país tenga que cumplir con el vencimiento de unos US$ 4.341 millones en concepto de intereses y amortizaciones por el compromiso pactado en octubre de 2020 con los títulos públicos Bonares y Globales. El segundo será el 9 de julio, segundo vencimiento de los mismos bonos, pero por unos US$ 4.201 millones. Entre ambos vencimientos suman unos US$ 8.500 millones, y representan cada año el principal compromiso del país con los acreedores internacionales, aunque parte de la deuda esté en manos del gobierno argentino, vía Anses a través del Fondo de Garantía de Sustentabilidad (FGS), Banco Central y bancos públicos como el Nación. 

Lo que concretamente se negoció entre el Ministerio de Economía y Bessent es que el Tesoro libere dinero del (ESF), que los Estados Unidos socorrerán a la Argentina en el momento de tener que pagar esos vencimientos. Y que para implementar esa ayuda hay tres posibilidades: activar un swap medido en unos US$ 20 mil millones, una línea de crédito directa o recomprar esos mismos bonos pero en tenencia del sector público. Un dato técnico: la primera y la última opción, no necesitan una ley del Congreso Nacional. La segunda sí. Lo importante del caso es que la estrategia no es girarle ya dinero al país, sino esperar a que llegue el momento para ejecutar la ayuda; con lo que los tiempos son flexibles: días antes del 9 de enero y julio. Del próximo año, y eventualmente también de 2026. Quizá por esto el monto de la ayuda ronda los US$ 20 mil millones. Para cubrir los vencimientos de deuda del próximo bienio. Y así cumplir la máxima de Donald Trump de ayudar a la reelección de Javier Milei. Este no es un dato menor. La Argentina tendrá en los próximos dos ejercicios el dinero para cumplir con los vencimientos de deuda soberana internacional y no caerá en default. Pero también los Estados Unidos tendrán hasta diciembre de 2027 para ir calibrando si la Argentina está cumpliendo sus compromisos pactados en estos tiempos de apretones de manos. 

¿Cuáles son esos compromisos? Otra vez, habrá que esperar. La Crisis de los Misiles nos enseña que lo que el país deberá cumplir aún no se conoce. Y que el verdadero precio del rescate de Trump a Milei se conocerá en el transcurso del tiempo. Solo hay que saber esperar. 

Pero hay un primer indicio. La estrategia de Luis “Toto” Caputo de hacerse de dólares a través de la reducción a cero de las retenciones a las exportaciones tuvo que terminar rápidamente. 

Duró solo 72 horas. Lo que tardó la administración Trump en darse cuenta de que los principales beneficiados con la oferta criolla eran cuatro cerealeras y dos países. Una de las primeras era el grupo Cofco, de capitales chinos. Los dos Estados eran China (que pudo sortear por una semana las compras de soja con aranceles fuertes del 20% desde EE.UU.) y la India. Al momento en que desde EE.UU. se alertó el daño, el registro de liquidadores al 0% se cerró. Con los pequeños y medianos productores mirando con la ñata contra el vidrio.