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necedades

A mal entendedor

En Carácter popular y realismo, Bertolt Brecht planteaba taxativamente la premisa de no subestimar, no hablar desde arriba hacia abajo, no suponer que el otro es lerdo para la comprensión: que al romper el entre-nos de los sobreentendidos para iniciados, en procura de un radio de interlocución más amplio y abarcador, no se incurra en el desprecio de suponer que al hacer eso hay que achatar y simplificar, vulgarizar para divulgar, ponerse condescendiente. No faltaban en ese tiempo (corrían los años 30, el fascismo y el nazismo avanzaban con altos niveles de apoyo) elementos para dudar del alcance real de la lucidez y la conciencia generales, que es por donde se encaminaron por entonces los pensadores de la Escuela de Frankfurt. Pero Bertolt Brecht mantuvo por convicción la postura de la confianza en el poder de comprensión de esos sectores populares a los que resueltamente se dirigía.

Aprecio esta tesitura, y admiro a quienes la asumen. Claro que existen jergas herméticas, gustosas de su impenetrabilidad, ostentosas y finalmente vacuas; pero lo otro de esa petulancia no tiene por qué ser una exigencia cómoda de llaneza y linealidad, la de lo fácilmente accesible. El esfuerzo de comprensión forma parte del asunto. David Viñas cuestionaba el latiguillo “¿me entendés?” (hoy más usado en impersonal: “¿se entiende?”), y prefería en cambio un más modesto “¿me explico?”: que la duda y la interrogación no apunten a la capacidad del otro, para entender, sino a la propia, para explicarse. Pero el mismo planteo cabe hacerse a la contraparte: antes de increpar al que habla, porque no se explica, preguntarse en todo caso si no será uno el que no está consiguiendo entender. Lo recordé el otro día, al ver en las redes cómo se agredía a una colega alegando que “hablaba en difícil”, que “no decía nada”, con descargas de hostilidad que estancaron cualquier posible intercambio.

El esfuerzo de comprensión se imparte y se ejercita por lo pronto en las escuelas, por lo pronto en los colegios, y es una parte sustancial de nuestra formación. Me pregunto si ese aspecto no se habrá estado descuidando en el ámbito educativo, en la premura por contentar y entusiasmar a los estudiantes, evitando lo que “les cuesta”, apartando lo que “es difícil”, redundando en lo que “les gusta”. Alguna explicación ha de haber para dar cuenta de la reacción de aquellos que, no entendiendo algo, enarbolan su incomprensión con orgullo de estandarte, e insultan al interlocutor con la enjundia de los necios.

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