La indecisión
En un puesto vendían un libro que, en un solo volumen, contenía las novelas completas de Graciliano Ramos. ¿Qué debía hacer? ¿Comprarlo?
Estábamos en un mercadito en Piriápolis viendo anillos antiguos y de repente no supe cuál elegir. Agarraba uno, otro, otro de más allá, dudaba, me gustaba uno, o mejor dicho, no uno, sino varios, eso hacía que aumentaran mis dudas, mis hesitaciones. Era una tarde hermosa, de un viaje hermoso, el sol brillaba como solo brilla en las tardes hermosas y en los viajes hermosos, pero ahí estaba yo frente a los anillos atrapado por… ¡La indecisión! ¿Qué hacer? En un segundo, o en menos aún, en un microsegundo todo se me había vuelto claro, es decir oscuro; blanco, por supuesto negro; y encima un perro que estaba durmiendo echado en el piso, de golpe se despertó y se puso a ladrar y salió corriendo hacia la calle y yo, que le tengo miedo a los perros, salté también de golpe y en ese movimiento agarré un anillo sin querer, que obviamente terminé comprando (la elección la hizo el azar, qué mejor).
Y cuando salimos a la vereda –ella hermosa, como si todo el sol cayera sobre ella– me puse a pensar en qué pasaría si nos encontráramos por la calle con Marcos Galperin. Sé que Galperin, el hombre más rico de la Argentina, se exiló en Uruguay para pagar dos pesos menos de impuestos, así que tal vez podría, en el tiempo libre que le deja sus permanentes comentarios cloacales, estar esa tarde en Piriápolis; aunque no lo veía del todo posible, seguramente deber vivir en Punta del Este, en Carrasco, o en algún otro lugar por el estilo, no me lo imagino comiendo una salchicha húngara en La Pasiva –lugar hacia donde nos dirigíamos– pero quizás sí, porqué no. Y si me lo encontraba, ¿qué le diría? No lo sé, ni siquiera se si le diría algo, o tal vez no le diría nada; se me venían mil posibilidades a la cabeza, el cerebro se movía de un lado al otro, como si bailara al ritmo de Voyage voyage, la vieja canción de Desireless, un éxito mundial del pop francés; pero no, nada de esto, tenía que dejar de pensar en Voyage voyage y concentrarme en qué le diría si me encontraba con Galperin. ¡Pero qué sé yo qué le diría! ¡Qué indecisión!
Había también en Piriápolis una Feria del Libro, no muy diferente a la de Buenos Aires, tal vez un poco más chica, pero del mismo nivel. En un puesto vendían un libro que, en un solo volumen, contenía las novelas completas de Graciliano Ramos. ¿Qué debía hacer? ¿Comprarlo? El asunto es que yo ya tengo todas las novelas de Ramos (unos de mis favoritos de la literatura brasilera; literatura, la brasilera, que ya de por sí es una de mis favoritas) y entonces qué sentido tendría comprar el libro. Pero las tengo a esas novelas en tomos sueltos, no en un único volumen, que además era muy lindo, un muy bello libro, que estaba ahí, muy bien expuesto, disponible, delante de nosotros, como llamándome (“vení, comprame”); una duda comenzó a carcomerme el cuerpo, subía por mis venas y bajaba por mis arterias (no sé bien en realidad si era así, no conozco el sentido en que corre la sangre), pero no era cualquier duda, era una bien específica: la duda del comprador de libros que no sabe si comprar un libro. ¡Qué indecisión!
Ahora que ya estoy en Buenos Aires quisiera que volviésemos a Piriápolis todas las tardes de sol de primavera y verano. Pero económicamente es imposible. Salvo que cambie de oficio. ¿Pero a qué dedicarme que no sea a escribir estas pavadas? No lo sé. ¿Debería decir “qué indecisión”?
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