pronósticos

Libros y robots

El logo de Editorial Perfil Foto: Cedoc Perfil

En una entrevista de Pedro Yagüe, el sociólogo y escritor Hernán Vanoli dice que deberían leerse los clásicos durante la adolescencia como antídoto del daño cognitivo, en vez de regular internet. Me gusta porque celebro cualquier gesto o idea que promueva el glorioso regreso de los libros a las aulas y a la vida cotidiana. “Falta poco para que un aluvión de contenido generativo, una suerte de Armageddon informativo, termine con internet para siempre, forzando a quien busque, aunque sea una verdad precaria, a internarse entre libros apolillados. En cinco años, quien pretenda conocer, por ejemplo, las costumbres de travestismo en la China imperial deberá buscar alguna literatura olvidada en un depósito”, leo, en un texto del especialista en marketing digital, Aaron Marco Arias, y además de celebrar, me emociono. 

Una emoción equivalente aparece cuando Mario Pergolini asegura que en dos años habrá robots asistentes (igualitos al que ya convive con su madre) paseando por las calles. Circularán por Rivadavia o Triunvirato como el extraño de pelo largo, entre gente sin techo, caniches, vendedores de medias, camionetas grandes como botes y Rappis. ¡Qué cuadro! Pero me doy cuenta de que lo emocionante no son tanto los libros o los robots, como la expectativa. Cinco años para una cosa, dos para otra; la promesa de ver algo que nos haga decir What a time to be alive es muy excitante. No importa cuántos fiascos y delirios hayan surgido de esa manera, como la gran inundación que se iba a comer entera a CABA hace no sé cuánto, o el colapso de internet para el año 2000 o el fin de guerras que nunca terminan. Parte del interés que suscitó la Agenda 2030 debe tener que ver con esto, parece que no interesara tanto si ya se viene consumando, se consumó o nunca lo hará como llegar vivos a ese año a ver qué pasa. 

Cada pronóstico rimbombante en el que creemos, aun siendo pesimista o improbable, nos da la posibilidad de exudar la adrenalina de los apostadores. Aunque hay que admitir que esta manía por el vaticinio tal vez no sea fruto de la necesidad de confirmar si ganamos o perdimos como de un rechazo instintivo por el presente.