artimañas

Lo que vendrá

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José Mármol escribe Amalia bajo el formato de la novela histórica a la manera de Walter Scott, y así produce en la lectura un efecto de distancia temporal: hace sentir que esos hechos que refiere ocurrieron mucho antes. Pero lo cierto es que la novela es de 1851 y el mundo del rosismo que plasma le es estrictamente contemporáneo. Algo análogo sucede con El matadero, de Esteban Echeverría. Escrito alrededor de 1840, en pleno gobierno de Rosas, inventa una lejanía de tiempo y con eso la ilusión de algo que ya pasó (publicado póstumamente, en 1871, resultó que esa lejanía ilusoria se había convertido en realidad).

Vuelvo a esas lecturas tan recurrentes, mientras leo Hacia la era titánica de Rafael Arce, recién editado por Nudista. Porque creo que Arce apela a un procedimiento análogo de dislocación de la cronología, solo que, en vez de hacerlo con el pasado, lo hace con el futuro. Para eso logra efectuar, con el presente algo en verdad fabuloso: ni narrarlo, ni pensarlo, ni entenderlo, ni representarlo, sino imaginarlo. Imaginarlo mientras se lo vive y mientras se lo ve.

Es sabido que los textos que postulan futuros lo hacen proyectando características del presente; y que el lector, ante ese mundo por venir, no hará sino reconocer lo que ya existe. Pero esta “era titánica” que describe Arce, con el registro impasible de los informes, altera de tal modo las secuencias temporales que hace que los restos arcaicos de una era fenecida y los saltos flamantes de una era novedosísima se fundan así sin más en un inquietante ahora. Cuando escribe, por ejemplo, que “podemos recordar sin almacenamiento y sin memoria. Tal capacidad es inútil”, o que “lo natural es monstruoso y lo artificial humano”, o que “fue necesario cancelar el proceso de dormir (…). De manera acelerada se extendió la práctica de la inducción química”, o que “la casa se empezó a sentir como cárcel”, o que “lo reticular ha significado un nuevo modo de leer, más hipertextual que textual, más paradigmático que sintagmático”, o que hay dispositivos a los que “fuimos delegando, con el correr de los siglos, todas las tareas, hasta las del deseo y el miedo”, o que “desechamos la verdad y promovemos la eficacia”, o que “la moda ha abandonado el vestir y ha tomado directamente el cuerpo”, o que “ya no hay organismos, debido al alto componente artificial de cualquier cuerpo”, o que “el alejamiento físico es una proximidad imaginaria”, o que –¡ay!– “un defensor no marca, sino que bloquea” (y por ende ya “no hay gambeta”), lo que nos perturba no es la figuración futura del mundo que nos espera, sino un mundo futuro que ya se instaló, sin habernos esperado.

Más que secuencias articuladas, entonces, lo que aparece son choques de bloques de tiempo. Un poco como cuando Michel Nieva, en ¿Sueñan los gauchoides con ñandúes eléctricos?, concibe un sorprendente Sarmiento robotizado, si es que no un robot sarmientizado, o cuando futuriza en La infancia del mundo la reciente experiencia pandémica, que en parte nos retrotrajo a eras previas de ciencias balbuceantes y en parte nos empujó aceleradamente hacia un ensayo de apocalipsis.

Dice Arce en Hacia la era titánica: “Lo que antes llamábamos capitalismo y ahora busca su nombre volvió impertinente la distinción entre verdadero y falso. En este sentido, puede decirse que la pornografía y la prostitución fueron por esencia, desde su origen, simulacros, lo que paradójicamente las volvía verdaderas”. Ahí está esta época, con sus simulacros, con su posverdad, con su pornografización general; pero entendida así “desde su origen” y a la vez proyectada a una narración de tenor futurista. Arce subraya: el capitalismo o eso que antes llamábamos capitalismo. Michel Nieva subraya de un modo análogo, critica de un modo análogo. ¿Y no es acaso la artimaña ideológica por la cual se ha conseguido instalar que toda crítica al capitalismo no puede sino resultar anacrónica, demodé, haberse estancado en alguna antigüedad ya perimida, lo que hizo que el futuro para nosotros luzca hoy tan apagado y tan opresivo, tan agotado y tan deslucido, tan despojado de futuridad?