Tensión entre aliados

MAGA y la presión sobre Europa: un vínculo alterado

El avance del nacionalismo en EE.UU. reconfigura la relación transatlántica: pone en jaque sus valores.

Occidentado. Foto: Pablo Temes

Berlín. Que Europa tiene una deuda enorme con Estados Unidos es innegable. Nadie debe olvidar las décadas de defensa estadounidense de la libertad en Europa occidental y Berlín occidental, la exitosa financiación de la reconstrucción tras la Segunda Guerra Mundial, la victoria en la Guerra Fría y la unificación de Europa bajo el paraguas de seguridad de la OTAN.

Para Europa fueron décadas prósperas, felices y (hay que decirlo) cómodas. Pero también la indujeron a la autocomplacencia. No supimos advertir que la visión desde el centro del imperio norteamericano era muy diferente a la nuestra; que Estados Unidos se sentía agobiado y sobreexigido, y que cargaba un peso cada vez mayor en relación con la periferia europea. Los estadounidenses libraban costosas guerras por el bien colectivo del imperio, mientras nosotros perfeccionábamos nuestro Estado de bienestar.

La guerra de Irak, la crisis financiera de 2008, los años de desindustrialización y la arrogancia de las élites estadounidenses hacia los votantes de clase trabajadora y rurales crearon las condiciones ideales para la llegada de un demagogo al poder; y es lo que ocurrió cuando Donald Trump capturó al Partido Republicano y ganó la elección presidencial de 2016. Su triunfo fue tan asombroso que ni siquiera él mismo terminó de entender lo que había sucedido. Pero ya no era así cuando volvió a ganar hace un año. Desde su segunda asunción, en enero, el mundo transatlántico está profundamente alterado.

A Trump se lo puede llamar de muchos modos, excepto ideólogo. La ideología de Trump es Trump y nada más. Pero no puede decirse lo mismo de su vicepresidente, J.D. Vance, ni de su círculo íntimo en la Casa Blanca, ni del movimiento más amplio MAGA (“hacer a Estados Unidos grande otra vez”) que lo apoya.

Uno de los principales ideólogos del movimiento, Steven Bannon, ve el mundo como un campo de batalla entre la tradición judeocristiana y sus enemigos (entre los que se cuentan incluso exponentes del liberalismo occidental). Cree que para ganar esta guerra cultural global se necesitan aliados, y piensa que los halló en los partidos populistas de derecha de Europa. Ahora que MAGA tiene el poder en los Estados Unidos, Bannon ve oportunidades para ampliar el movimiento ejerciendo presión sobre los “decadentes” europeos.

Esa también pareció la intención de Vance cuando pronunció su famoso discurso en la Conferencia de Seguridad de Munich en febrero. Reprendió a los funcionarios europeos presentes en la sala y retrató al partido de ultraderecha Alternativa para Alemania como víctima de censura (incluso mientras en su país la administración Trump demandaba a medios de comunicación y presionaba a universidades).

Bannon y sus aliados rechazan todo lo que representa la Unión Europea. Esta se fundó sobre los valores liberales y con el objetivo de superar el nacionalismo mediante una integración cada vez más profunda. Pero el movimiento MAGA es nacionalista a ultranza, y está ansioso por hacer causa común con otras fuerzas que compartan su idea chovinista de la política. De modo que, bajo Trump, está invirtiendo el sentido del transatlanticismo: ya no es un proyecto internacionalista, sino nacionalista.

La ironía debería ser obvia. No hay que olvidar que el transatlanticismo surgió del combate contra el ultranacionalismo alemán y el racismo genocida de los nazis en la Segunda Guerra Mundial, y que siguió así durante la Guerra Fría contra la Unión Soviética.

Pero incluso reconociendo que por varias décadas Europa vivió cómoda en la condición de protectorado de los Estados Unidos, no debemos ceder a las presiones de su gobierno actual. Por mucho que debamos a Estados Unidos, también tenemos obligaciones con nosotros mismos, con los valores y principios por los que tanto tiempo hemos vivido. Puede que Estados Unidos haya renunciado a los valores liberales para abrazar el nacionalismo populista, pero eso no implica que nosotros debamos hacer lo mismo.

De hecho, aceptar una autotransformación semejante sería catastrófico para Europa (y sobre todo para Alemania). No debemos olvidar jamás la advertencia lanzada por el expresidente francés François Mitterrand en su último discurso ante el Parlamento Europeo: “Nacionalismo es guerra”. Supo resumir en muy pocas palabras el hecho de que la desastrosa experiencia europea se reduce en esencia a esta forma de hacer política. Para nosotros no es una ideología abstracta; es la historia de Europa como el lugar más violento de la Tierra hasta 1945.

Si la derecha radical estadounidense intenta derribar el proyecto posnacionalista europeo (un edificio arduamente construido a lo largo de muchas generaciones), solo una persona se alegrará: Vladimir Putin. Sería un resultado absurdo y trágico, una dialéctica de la sinrazón.

Traducción: Esteban Flamini

*Joschka Fischer, exministro de asuntos exteriores y vicecanciller de Alemania entre 1998 y 2005, fue durante casi veinte años uno de los líderes del Partido Verde alemán.

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