Tema profundo y delicado

Milei y las dos caras de la libertad

Javier Milei. “Es la expresión oportunista de la infantil libertad primera”. Foto: cedoc

La verdadera libertad es el estado de la mente en que una persona está libre de todo apego y condicionamiento, de toda intrusión de ideas ajenas. Un estado en el que se prescinde totalmente del pasado, de lo que nos han inculcado, de las creencias, de las suposiciones, de los prejuicios. Un estado en el que incluso, y paradójicamente, es posible liberarse de la opresiva intención de ser libre. Este desafío surca las ideas de Jiddu Krishnamurti (1895-1986), indio de nacimiento, a quien es imposible definir como filósofo, pensador, gurú o maestro espiritual, porque él mismo se negaba firme y expresamente a ser catalogado en cualquiera de esas categorías. Seguir su pensamiento, expresado en charlas, diálogos y escritos, equivale a echarse a navegar en un profundo mar de revelaciones hasta entonces inexploradas, y hacerlo desprovisto de salvavidas y de brújula. Sin la seguridad que dan las ideas preconcebidas, los lugares comunes de la filosofía, la ciencia, la espiritualidad o la política.

Uno de los tomos que recogen las ideas de Krishnamurti se titula La libertad primera y última. Él unía en un solo término lo que pensadores como el psicoterapeuta existencial Rollo May y el padre de la logoterapia, Víktor Frankl, consideraban dos momentos diferentes y antagónicos. Para estos la libertad primera es la del niño antes de alcanzar su plena conciencia, esa etapa temprana de su desarrollo en la que quiere todo y patalea si no se lo dan, una ilusoria libertad que desconoce el límite. Y la última es la que se alcanza junto con la madurez y la plenitud de la conciencia, al comprender que no todo se puede, que hay límites, que se vive entre otros y que es necesario elegir, es decir tomar decisiones y hacerse cargo de las consecuencias. La libertad última y la responsabilidad son hermanas siamesas y solamente es libre quien las asume así, no como idea sino como forma de vivir. Algo a lo que no toda persona accede, pues no basta con ser adulto para ello, se requiere un gran trabajo de conciencia.

La cuestión de la libertad fue y es preocupación permanente en la vida de las sociedades. Entre quienes la abordaron, se destaca el historiador y filósofo político letón Isaiah Berlin (1909-1997), quien habló de dos sentidos de la libertad. Negativo (cuando se impide el ser o el hacer) o positivo (cuando se obliga a ser o hacer). Son dos modos de negación de la libertad. Y de regreso a Krishnamurti, cabe rescatar su idea de que nadie es libre cuando actúa siguiendo las consignas de un partido, una religión, una ideología, un dogma, un gurú o un líder. Aunque hable en nombre de la libertad, en esos casos es un esclavo. Y tampoco es libre cuando confunde libertad con caos, porque la libertad necesita de un orden que permita la convivencia, ya que ella solo es posible en la diversidad, cuando se respetan ideas opuestas y a quienes las expresan. Y sigue sin ser libre quien confunde libertad con resistencia y la invoca para escapar de algo o de alguien. No es lo mismo liberarse “de” que liberarse “para”.

Por donde se lo aborde, el tema de la libertad es mucho más profundo, extenso, delicado y complejo que la burda caricatura en que lo convierte la iracundia intolerante de Javier Milei y sus feligreses. El libertarismo, que nació en los años 60 con el austríaco Friedrich Hayek y los estadounidenses Robert Nozick y Milton Friedman para oponerse al Estado de bienestar, propone una ficticia igualdad inicial de oportunidades que omite el hecho de que en la vida real no somos iguales ni de nacimiento, ni de origen, ni de fortuna, etcétera, y que quien parte con ventaja la mantendrá y la acrecentará si no hay leyes y un árbitro (el Estado) que las haga cumplir para garantizar que ni la ley de la selva ni el canibalismo económico y social devuelvan a la sociedad a un estado tribal y primitivo. En un país depredado por la corrupción y la ineficiencia de los gobiernos sucesivos, con una sociedad en estado desesperante, el simplismo de Milei es la expresión oportunista de la infantil libertad primera. Una libertad reaccionaria, que no es libre.

*Escritor y periodista.