En una época en la que la sociedad semeja un gigantesco mercado en el que todo, absolutamente todo, tiene precio, incluidas personas y principios, el estadounidense Michael J. Sandel, pensador esencial de este tiempo, publicó su ensayo Lo que el dinero no puede comprar, en el que fundamenta con irrefutables argumentos la veracidad de tal título. Lo que, de acuerdo con Sandel, moralmente no se puede ni se debe vender y comprar incluye buenas notas escolares, vista gorda a infracciones de todo tipo, permisos para contaminar, amigos, favores y negocios con funcionarios públicos, lugares en colas para trámites o compras de productos y entradas (porque esto significa la compraventa de tiempo personal), vacantes en colegios y universidades a cambio de donativos, sangre, órganos, vientres, amor, derechos de caza (sobre todo de animales en extinción), datos privados de las personas, autógrafos, resultados deportivos, publicidad oculta y subliminal en libros, programas de televisión y películas, publicidad corporal (tatuada en la piel), avisos en aulas y cárceles, seguidores y “likes” en las redes sociales, avisos en senderos y parques nacionales y en espacios de la naturaleza, la vida o la muerte de otra persona. La lista continúa, es extensa, y cada caso va acompañado de una clara y rigurosa sustentación. La enumeración de Sandel contiene, por fin, un punto que adquiere especial relieve hoy aquí. No se puede ni se deben comprar disculpas, afirma el filósofo. Y se pregunta si una disculpa podría valer según la suma que ofrece quien la pide. La respuesta es negativa, porque, como bien escribe en su libro, “el perdón es, como los amigos, algo que el dinero no puede comprar”.
Es muy posible que ni el presidente Alberto Fernández ni el fiscal federal de San Isidro Fernando Domínguez hayan leído a Sandel y, si lo hicieran, quizás no compartirían las ideas de este destacado y respetado pensador. Esta semana el fiscal consideró “aceptable” la suma de tres millones de pesos ofrecida por el mandatario para que se cierre la causa por la Fiesta de Olivos, parranda que tuvo lugar en la residencia presidencial en un momento álgido de la cuarentena, cuando al resto de la población nacional le estaban prohibidas las salidas y reuniones, así como cualquier tipo de encuentro en el que no se respetase el uso de barbijo y la distancia social. La suma se compone de un millón 600 mil pesos que aportaría Fernández y un millón 400 mil su pareja, Fabiola Yañez, a quien en un principio él había culpado de ser la responsable de organizar el festejo.
La transacción abarca al menos dos de los ítems que de acuerdo con la certera mirada de Sandel no se deberían manipular con dinero. Uno es el monto ofrecido en sí. El otro, la donación de éste a instituciones como el Instituto Malbrán. Es que una donación a cambio de algo no es una donación sino meramente un intercambio comercial. Algo parecido al auspicio que muchas empresas hacen a maratones y a otros eventos de lucha contra algo o a favor de algo, a condición de que la marca del patrocinador figure claramente en camisetas, afiches, anuncios, etcétera. Allí no hay donación, sino publicidad subterránea (o no tanto).
Además de considerar “aceptable” la disculpa monetaria el fiscal argumentó que “el Presidente tiene los mismos derechos que los demás ciudadanos”. Curiosa inversión del tema, puesto que en este caso los demás ciudadanos estaban privados de los derechos que el Presidente se adjudicó a sí mismo, a su pareja y a sus amigos participantes cuando se usó la residencia oficial para una actividad prohibida al resto de los ciudadanos. Por lo demás, en esta transacción jurídico-comercial se mencionan dinero y cifras, pero no aparece ni por asomo, aunque más no fuese para aparentar, la palabra arrepentimiento. Y acaso quede abierto un antecedente para que quien quiera o pueda haga lo que le parezca con las normas, reglas, edictos y leyes, siempre y cuando después ofrezca y pague una suma de dinero a cambio. Sandel cierra su libro con esta pregunta: “¿Queremos una sociedad donde todo esté en venta?”. Si la respuesta es afirmativa viviremos en un mercado persa.
*Escritor y periodista.