Pánico en las redes
“Está buenísima la nota, te digo por privado porque, si te doy like, me saltan a la yugular”. Su yugular no estaba realmente en juego, pero sí su reputación online de hombre deconstruido y ultraoficialista. Advertida sobre el aparato de censura en el que se puede convertir Twitter para alguien con pretensiones de libre pensadora, nunca me abrí una cuenta, pero tengo una de Instagram a la que subo trabajos para un grupo de gente previamente seleccionada a fin de no contactar con trolls o discutidores de la nada. Compruebo que aún en ese contexto mínimo rige el control y señalamiento. A los usuarios les entra el pánico de ser vistos apoyando con un click o un comentario algo que en su fuero íntimo apoyan, pero no en su avatar, acomodado a los paladares que marcan los límites políticos, sociales y filosóficos de la burbuja virtual en la que se han podido inscribir. Personas capaces de usar grácilmente la ironía y el disenso, se ven obligadas a medir al extremo sus palabras (y sin querer sus ideas) para escandalizar dentro de los límites permitidos y/o manifestarse sin herir la volátil sensibilidad consensuada de red social. Como cada like o fav es una moneda que se pone en la alcancía, y el caudal de seguidores un capital, (más allá de las chances reales de monetizar) el cuidado debe ser riguroso y exige un compromiso diario, inviable para vagonetas de mi clase. Pobre en materia de likes, favs o seguidores, aguardo hacerme rica en materia de dinero, ese que se ve, se toca y no salta a la yugular del que lo tiene.
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