olvidos

Perfumes olvidados

. Foto: CEDOC PERFIL

Soy la nariz, y quisiera reivindicar mi jerarquía olfativa. Ojalá fuera como la del cuento de Gogol, que anda paseándose por San Petersburgo desprendida del cuerpo del protagonista. Yo sigo aferrada a los que pertenezco pero parecen haberme olvidado aquí arriba. Vale decirlo: el sentido no priva de sensibilidad. Todo lo contrario. Olemos porque sentimos y sentimos cuando olemos. Por eso lamento que en estos tiempos, de tanto cuidado necesario y solidario, me descuiden de esta manera, como si yo no importara. Me pregunto entonces, a esta altura de la pandemia, de los cinco sentidos ¿qué lugar ocupa el olfato? Diría que el último. 

La vista lleva la delantera, aunque eso no la favorezca. Las pantallas se alimentan de las miradas que dependen de ellas. Con el zoom, los celulares, el ipad, la televisión, la play y los cajeros automáticos, los ojos -traductores de la luz- se han vuelto poliglotas.

Los oídos tampoco se quedan atrás: mensajes de voz cada vez más largos, el altavoz cada vez más alto, bocinas altisonantes mantienen alerta al martillo, el yunque y el estribo -los huesecillos del oído- a la espera del silencio benefactor. ¡Ni párpados para descansar tienen!

El tacto está ebrio de tanto alcohol. Pero como dice el filósofo nietzscheano, “sin tacto, no hay contacto”; escasean las caricias, los apretones de manos, los abrazos, los dedos se hunden en los bolsillos. Ni siquiera besos al aire, ahora priman los nudillos. Los chocan como si fuese la consigna de una pandilla. Ya no es una cuestión de piel, sino de distancia. Si como decía Paul Valéry “no hay nada más profundo que la piel”, el tacto se quedó sin fondo. 

Pasemos al gusto, que está mejor alimentado. En el aislamiento –nuevamente, tan necesario como solidario–, han proliferado las comidas caseras. Muchos se han vuelto a la cocina, y a falta de otros sabores, la gente diversifica los platos. Es un sentido interior, puede quedarse en casa.

Entonces llega el quinto, el olfato. Y yo detrás. Tanto me empeño en sobresalir de la cara para no llegar a ninguna parte. Podría fugarme, siguiendo a la nariz del cuento ruso y nadie se daría cuenta. Ahora no se huelen ni a sí mismos. Los perfumes están siendo olvidados. Se preparan con tiempo para reuniones de trabajo, descorchan un vino para saborear con amigos a través del zoom, soplan imaginariamente velitas en un cumpleaños… Hasta acuden a citas con desconocidos, el tan promovido sexting, ¡sin siquiera una colonia!