épocas

Tapar a la escritora

El logo de Editorial Perfil Foto: Cedoc Perfil

Con lindo vestuario y algunos actores de reparto notables, como David Kammenos, la serie de producción franco-belga lanzada este año, La rebelde, aventuras de la joven George Sand, pretende dar cuenta de las circunstancias en las que la gran autora francesa comenzó su carrera. Aunque no se niegan los favores de Balzac o Dumas, el foco está puesto en las dificultades que las mujeres tenían en esa época para llevar adelante una vida en relativa igualdad de condiciones con los hombres. Vemos a Sand escribiendo a pluma en alguna que otra escena mal musicalizada, pero se nos muestran, sobre todo, sus gestos harto conocidos, como vestirse con pantalones, fumar en público o acumular amantes célebres, que incluyen a la actriz Marie Dorval. Sin mayor interés por articular una trama que saque partido de la relación entre vida y obra (es un pecado no haber usado más sus cartas para hacer avanzar la acción) la historia machaca con Casimir Dudevant, el marido brutal (y padre de sus dos hijos) del que huyó para instalarse en París, retratándolo como un villano obsesionado con ella, aunque, en rigor, el tipo estaba más atraído por su fortuna. La madre, con quien Sand mantuvo una relación tensa, se presenta como una figura noble que la apoya sobre la base de una sororidad que no existió, y la mayoría de los personajes masculinos se mueve en lo que hoy se conoce como pacto de machos, boicoteándola y tratándola con la misma crueldad de Dudevant. 

Para hacer de Sand un producto de consumo contemporáneo, los guionistas minimizaron la complejidad de su pensamiento, para nada unidireccional, perdiendo densidad narrativa. “Los diversos prólogos de su obra más famosa, Indiana, revelan fluctuaciones en su postura en cuanto a las mujeres”, señala en este sentido un artículo reciente de la inglesa Sophie Harrison, quien fortalece su visión con un dato elocuente: “No apoyó el sufragio femenino en 1848, tenía sus propios motivos para ello, ya que creía que antes era necesaria una transformación de la sociedad, y en particular de la institución del matrimonio”. Pese a autodefinirse como republicana o afín al socialismo, al momento de tomar partido, se ubicó más cerca de colegas como Flaubert, quien calificaba al voto universal como “vergüenza del espíritu humano”, que de las sufragistas. La imagen izquierdizada o pseudoplebeya que la serie quiere hacer tragar de alguien relacionado a la monarquía como ella colisiona incluso con su opinión sobre la Comuna, a la que definió como un movimiento “organizado por unos hombres inscriptos en las filas de la burguesía (...) llevados por el odio, la ambición frustrada, el patriotismo mal entendido, el fanatismo sin ideal”. 

Aunque el tema sea interesante, la factura técnica más que correcta y la figura central muy atractiva, La rebelde, las aventuras de la joven George Sand, está obnubilada con su propia época y soslaya el peso de lo más importante que un escritor tiene para dar (y que Sand dio en cantidad): pura y simple literatura.