entrevista

Clara Obligado: “Los escritores no somos un encanto”

Una conversación sobre literatura, exilio y los futuros posibles en la séptima edición de la London Spanish Book & Zine Fair con la escritora Clara Obligado, radicada en Madrid desde 1976. Un repaso por su última producción, que incluye títulos como “Todo lo que crece”, “La biblioteca de agua”, Tres maneras de decir adiós (todos publicados por el sello español Páginas de Espuma) y “Una casa lejos de casa” (Contrabando). Escritura y desarraigo, naturaleza y construcción, nueva literatura y buena voluntad.

Obligado. La escritora argentina y su último libro publicado en España. Foto: Cedoc

El pasado 4 de octubre, el Conway Hall de Londres acogió la séptima edición de la London Spanish Book & Zine Fair, el evento anual organizado por Silvia Demetilla de La Tundra Revista que se ha consolidado como uno de los encuentros más vibrantes de la literatura en español y las publicaciones independientes en el Reino Unido.

La elección del Conway Hall como sede no es casual: este espacio histórico, hogar de la Biblioteca y Archivos Humanistas, ha sido durante más de un siglo punto de encuentro de pensadores radicales y liberales, desde Bertrand Russell y George Bernard Shaw hasta William Morris y H.G. Wells. Entre sus muros resonaron las voces de las sufragistas Marion Phillips y Marion Holmes, y de reformadores sociales como Annie Besant y Charles Bradlaugh. En tiempos más recientes, figuras como Richard Dawkins, Christopher Hitchens y el comediante Robin Ince han visitado este santuario del pensamiento crítico. Un lugar donde la palabra y el debate siempre han sido actos de resistencia. Con “Futura” como tema central de esta edición –un título que resuena en femenino y plural–, el festival London Spanish Book & Zine Fair reunió a escritores reconocidos, nuevas voces, más de sesenta editoriales participantes y un programa repleto de presentaciones, lecturas de poesía, paneles de discusión, talleres y exposiciones que exploraron los horizontes de la creación literaria en castellano.

Entre las actividades más destacadas estuvo la conversación “Escritura y Esperanza”, un encuentro entre una de las voces fundamentales de las letras hispánicas: la escritora Clara Obligado, quien viajó desde Madrid para la ocasión, y yo, como entrevistadora, que crucé el Atlántico desde Buenos Aires especialmente para ese diálogo. Ante una sala atenta en el histórico Conway Hall, se habló sobre el poder político de la esperanza, la literatura como territorio de resistencia, la memoria del exilio y los caminos que las nuevas generaciones de escritoras están abriendo en el panorama literario contemporáneo.

—Tu obra funciona como un puente entre mundos, geografías y tiempos. Tu libro termina con la palabra “esperanza”. En un mundo que parece dominado por la incertidumbre, ¿funciona la esperanza como motor de tu escritura?

—La esperanza para mí es un pensamiento básicamente político. Me fui de la Argentina durante la dictadura militar porque, como decían los romanos, “o destierro o entierro”. Un día después me fueron a buscar los militares y podría estar muerta. Tuve un regalo de vida muy importante. Mi primera pregunta fue: ¿para qué tuve ese regalo de vida? En el exilio llegó un momento en que me pregunté: ¿para qué viví lo que viví? Mi primera idea fue: viví para mantener una utopía. En la medida que yo abandonara esa utopía, ellos me habían ganado. Y eso no se los iba a permitir.

Estar viva por encima de un montón de gente que ya no estaba, lo único que lo podía justificar era mantener en el mundo una postura esperanzada. Dentro de un orden, claro. Una esperanza razonable. Creo que en la medida que nos arraigamos en la desesperanza, estamos perdidos. Eso es lo que buscan de nosotros: que nos arraiguemos en que no se puede, no es posible. Ahí nos ganaron en serio. Toda mi vida a partir de entonces es una especie de ir a contrapelo contra la desesperanza. Porque la veo reaccionaria. 

—Mantenés una capacidad extraordinaria de transformar el dolor en belleza, la pérdida en encuentro. ¿Esta esperanza tan política se construye precisamente desde esos lugares de incertidumbre?

—Me encanta la palabra “construir”. La esperanza se construye. En la desesperanza caemos, pero la esperanza se construye. Pide un esfuerzo de debate, de creación. Esto lo estamos haciendo ahora vos y yo aquí. ¿Por qué nos regala la sociedad este lugar de poder hablar en público a un montón de gente que nos está escuchando? Nos regala esto porque tenemos que crear algo para adelante, no para hablar de nosotros mismos.

Hay algo fascinante: cómo odia el poder a la cultura. Yo creía que la literatura no tenía importancia hasta que vi cómo se pone el poder. Te quitan la subvención, te persiguen... Tenemos en nuestras manos nada más y nada menos que la palabra. La palabra es nuestra. Si nosotros entendemos desde la literatura esa posibilidad de pensar a través de algo que jode al poder, es muy interesante. 

—“Todo lo que crece” es un título que ya enuncia esperanza y acaba de salir en inglés. ¿Qué necesita crecer en nuestro mundo futuro? ¿Qué semilla de esperanza plantaste en el libro?

—Trabajo los libros como en espejo. Escribo un libro y después escribo otro para ponerlo en contraposición. Toda mi obra, yo no escribo libros sino que hago obras. Todo libro tiene una respuesta en otro libro y un debate en otro libro. Escribí primero Una casa lejos de casa, que termina con la palabra “horror”. Ese libro da cuenta de la pérdida de la patria. Terminado esto, terminó también la pandemia. Mi primer pensamiento fueron los árboles. Hay algo que persiste, hay algo que tiene más esperanza que yo porque tiene una estrategia mucho más potente que la mía: los árboles. Esos gigantes que pueden conmigo y me miran desde su verde indiferencia y saben todo lo que yo no sé. Empecé a pensar en la naturaleza con más fuerza. La idea que caminé es cantarle a la naturaleza. Esa naturaleza que sentíamos que estábamos perdiendo. De pronto estábamos encerrados, y la naturaleza explotó de felicidad cuando el ser humano salió.

Yo vivo en la Puerta del Sol en Madrid y de pronto llegaban mariposas. Los pájaros. Sacado el ser humano, la vida volvía con una fuerza. Entonces dije: voy a cantarle a la naturaleza. Ese libro es el más próximo a la poesía. Perdido el dolor de la pérdida de la tierra, cantemos a recobrar la naturaleza. Y ahora viene el tercero: Un árbol de compañía.

—“Una casa lejos de casa” habla de desarraigo, pero también de la posibilidad de construir nuevos hogares. ¿Cómo nos puede ayudar la esperanza a redefinir el concepto de hogar?

—La palabra “casa” en griego es oikos, de donde viene la palabra “economía”. Para mí el camino de la literatura es el país que quiero habitar. El país que quiero habitar es un libro. Algo que se mete en el bolsillo y se lleva. Un libro siempre es un animal de compañía. No siempre va a estar con nosotros. Tenemos en nuestras manos el dispositivo más potente. Pero nos quieren convencer de que no sirve para nada, que leer no tiene sentido, que no va a vender en el mercado, el consumo... No. Hay que tener un pensamiento muy crítico y muy consciente sobre todo esto. La casa es la cultura. Es el lugar donde nos encontramos de manera democrática.

—”La biblioteca del agua” trae una esperanza desde el título. El agua como fuente de vida pero también de memoria. 

—La biblioteca del agua habla de Madrid. Madrid quiere decir “la madre de las aguas”. Es la única ciudad de Europa creada por los árabes, cosa que los españoles intentan olvidar sistemáticamente. Madrid está edificada en siete colinas, y debajo está atravesada por el agua. Hagamos lo que hagamos, la memoria permanece. Es un libro que se puede reconstruir. Madrid tomado por el viajero, hacia el origen del mundo, se puede dar en una dirección o al revés. En un caso Madrid se sumerge, en el segundo Madrid surge.

Yo soy una extranjera representando a Madrid, eso se muestra también en la estructura del libro. Allí aparece la biblioteca del agua, que es mi fantasía sobre la hija de Lope de Vega, que fue monja donde yo vivía. Posiblemente la censura la obligaba a tirar a un pozo sus poemas. La biblioteca del agua habla de esas cosas que hay que esconder, y que permanecen en el agua y siguen fluyendo en la memoria de la ciudad.

—“Tres maneras de decir adiós” tiene algo desesperanzador en la idea de que existen múltiples formas de despedirse. ¿Habrá nuevas formas de encuentro?

—Yo creo que nos encontramos mucho más que antes. Muchísimo más. Mi generación nació para casarse virgen. Que no me digan que no progresamos, por el amor de Dios. Ahora no sabemos ni de qué sexo somos. Progresamos un montón. Tenemos un marco de libertad muchísimo más grande. Pienso que la vida a la que yo estaba destinada era la vida del siglo XIX, pero nos lanzaron al siglo XXI de una patada. A veces tenemos que darnos cuenta de esto. Nos dejamos llevar por un ánimo depresivo que es el contexto que nos dan, pero si uno lo piensa mínimamente, dice: no, esto no es así.

—Mencionaste a los árboles y la recuperación de los bosques como amistad con el planeta. ¿Ves en la naturaleza un formato de esperanza? ¿Qué nos puede enseñar sobre construir futuros más sustentables?

—Cuando uno empieza a mirar los árboles se da cuenta que estamos bastante equivocados en algunas cosas que hacemos los humanos, y que hay soluciones. Se puede trabajar y recrear. Escribí este libro con un biólogo, Raúl. Es un intento de diálogo entre ciencia y letras. Nos hace falta más ciencia y a la gente de ciencia más letras. Cada vez que hablaba con Raúl, aprendía algo. Para mí eso no tiene precio. De pronto me dice: “¿Sabes que los árboles están vivos y muertos a la vez? ¿Sabes que los árboles saben escribir? ¿Sabes que los árboles inventaron Internet?”. Un día me desperté de la siesta y dije: ya sé lo que tengo que hacer, escribir un libro con Raúl para robarle todo el conocimiento que tiene. Raúl trabaja en recuperar paisajes perdidos. Él va a una hormigonera y devuelve el bosque que hubo, recupera el río que ya no está. ¿Qué mayor esperanza puede haber que ver que hay un tipo que trabaja en volver a poner lo que se perdió? Esa es una enseñanza brutal. No es una conquista, hay toda una corriente de gente que trabaja buscando para atrás. No para quedar en el pasado, sino para devolver al presente aquello que perdimos. Yo creo que eso son las humanidades.

—Fuiste pionera en España desarrollando talleres de escritura creativa, abriendo espacios para nuevas voces. ¿Qué herramientas de esperanza considerás fundamentales para transmitir a quienes están empezando a escribir?

—Me gusta mucho Kafka y su frase que dice: “Si puedes dejar de escribir, hazlo”. Seamos concretos. La literatura es difícil, es compleja. El mundo de las letras es muy difícil. Si no es tu pasión, déjalo. Háganlo si les va la vida. Si no, no lo hagan. Hay muchas cosas para hacer.

—¿Qué futuros literarios ves en estos talleres?

—Soy muy esperanzada en la literatura. Estamos viviendo un momento brillante de mujeres escritoras. Podría nombrar diez autoras jóvenes, en la treintena muchas, ¡brillantes! Lo que veo en este grupo de mujeres: primero, han releído lo que el boom abandonó. El boom masculino olvidó la literatura escrita antes porque se crearon a sí mismos como los dueños de la literatura. Las chicas van a buscar a sus ancestras y vuelven a leer la literatura de la tierra. Eso está en muchísimas autoras. Han hecho un atajo. Por otro lado, veo en este grupo mucha solidaridad gremial, que en los hombres no era tan habitual. Por ejemplo: Mónica Ojeda, Fernanda Trías, Irene Solà. Las tres escriben sobre la montaña, desarrollando un pensamiento ecológico, cada una a su manera, con altísima literatura. Son tres casos totales en tres geografías.

—Tu literatura es experimental, diaspórica, sin género, sin límites. Esta libertad formal, ¿es también una forma de imaginar nuevos futuros literarios que rompan con categorías que limitan?

—Como muy bien dijo Monterroso: hay tres cosas importantes en la vida: el amor, la muerte y las moscas. Los temas son siempre los mismos. Lo importante es el abordaje que hacemos de eso. La literatura actual tiene que buscar nuevas formas de contar. Yo no creo que uno trabaje nuevas formas si trabaja una novela como si fuera Flaubert o Dickens. La obligación de un escritor que se lo tome en serio es la investigación formal, no temática. A partir de la investigación formal aparece también la investigación temática. Pero nosotros no somos sociólogos, somos escritores. Hay un camino de esperanza en lo híbrido que nos representa. Si hoy en día no sabemos qué sexo tenemos, la literatura no puede ser novela, cuento, categorías cerradas. Tiene que ser mestiza, de alguna manera.

—Si tuvieras que escribir una carta de esperanza al futuro, ¿qué le dirías?

—Que planten algo.

—¿Qué libro lleno de esperanza te hubiera gustado haber escrito?

—Anne Carson. Yo quiero ser Anne Carson cuando sea mayor. Me ha llevado a otro nivel. Me consuela. Los escritores no somos nuestra obra. El lector se relaciona con nuestra obra, no con nosotros. Lo peor que puede pasar es conocer a los escritores, mejor no conocerlos. Los escritores en realidad no somos un encanto, justamente. La literatura de buena voluntad es un bodrio. No la soporto. Si yo les caigo bien, no compren mis libros.