A 50 años de ‘El Padrino’

Pesadilla americana

De las fecundas relaciones que se tejen entre el crimen y el lenguaje, lo mismo que entre cine y literatura, ninguna alcanza las cotas magnánimas de la obra de Mario Puzo – drama basado en los tópicos de Shakespeare– filmada por Francis Ford Coppola. Al cumplirse medio siglo de El Padrino, diseccionamos una obra que penetró y modificó para siempre el entramado sociocultural de occidente.

Con el estreno de la película dirigida por Francis Ford Coppola –basada en el drama shakespeariano de Mario Puzo–, se modificó para siempre el entramado sociocultural de occidente, a la vez que los vínculos entre cine y literatura, crimen y lenguaje. Foto: PABLO TEMES

En marzo de 2022, se cumplen cincuenta años del estreno de El Padrino, la primera película de la trilogía de Francis Ford Coppola. Basada en el libro homónimo del sociólogo, hijo de inmigrantes italianos, Mario Puzo, recibió tres premios Oscar: mejor película, mejor actor y mejor guión adaptado. Contó con actores como Marlon Brando, Al Pacino, Robert Duvall, Robert De Niro, James Caan, Richard Castellano y Diane Keaton. Con casi tres horas de duración, fundó un género y una saga. Atravesando lenguas, instaló frases como “hacerle una oferta que no pueda rechazar”, que alguien “duerme con los peces” o “deja el arma, toma el cannoli”. Aún perdura, sigue vigente. Veamos cuánto de lo real la mantiene en el imaginario popular, así como cuánto de ella siguió expandiéndose como una mancha de sangre en la alfombra de la cultura humana.

1969. Nueva York sigue siendo una ciudad violenta a pesar del Flower Power. Drogas, especulación inmobiliaria, marginación, miseria y crímenes. Pese a todo esto se construyen las Torres Gemelas, que serán inauguradas entre fines del 70 y mediados del 71. El Padrino, durante casi un año y medio, figura en la lista de best-sellers. Es “el libro” para un film. Atrapa al lector en la maraña de relaciones y la estructura de poder de la mafia que, veremos, no quiere que se la llame así: es el estigma de un arroyo lleno de cadáveres. Un tour de época se encuentra en el documental de Netflix La ciudad del miedo. Allí se describe la investigación contra las cinco familias mafiosas: Lucchese, Bonanno, Colombo, Genovese y Gambino. Esto ofició de catapulta política para el fiscal justiciero Rudy Giuliani, luego alcalde de la ciudad, más tarde abogado de Trump, ya como verdadero esperpento.

El cine americano vive un repliegue en la cultura internacional: la combinación hippie (Woodstock, el documental del recital icónico de rock ocurrido en 1969, obtendría el Oscar al mejor en su rubro en 1970), la lucha por los derechos civiles (racismo), el espionaje político de Watergate y la Guerra de Vietnam arrojan un manto de desprestigio. A la hegemonía del cine americano se enfrentan el western spaghetti y el policial de tono europeo (más sutil, más realista), junto al cine francés (Simpatía por el diablo, de Jean Luc Godard, retrata a los Rolling Stones en 1968), el italiano (Fellini, Rossellini, Pasolini, Antonioni, etc.) y el sueco (Bergman). Incluso el cine inglés, con La naranja mecánica de Kubrick, estuvo nominado compitiendo con la verdadera ganadora de los Oscar en 1971, Contacto en Francia, de William Friedkin, basada en la novela homónima de Robin Moore y que trata sobre dos policías neoyorquinos persiguiendo a traficantes de heroína europeos, o que hablan francés (tomen nota, el rizo de lo real es sorprendente). Y el título es un equívoco siniestro: incluye “Francia”, un reducto de intelectuales que no dejan de tener resonancia, en contra del defensor de la democracia planetaria. Además, no fue un film caro, porque lo valioso es la historia y su realismo sucio, algo que encarnó en un verosímil más que promisorio.

Las salas de cine son el espectáculo por excelencia como espacio de esparcimiento, es a la vez familiar y rito de amistad por generaciones. Las grandes capitales tienen en el cine una forma de acceder al mundo antes de la televisión satelital, antes de los primeros gestos de globalización (iniciados por Neil Armstrong pisando la Luna en 1969, pero confirmado en 1970 desde el Mundial de Fútbol de México, con el mejor Brasil de Pelé). Las únicas cámaras que podían registrar lo real eran fotográficas o de cine (del 8 mm casero al fantástico espacio de los 70 mm). Ahora bien, ¿con qué se responde a esta encerrona de mercado?

Contacto… es de Fox, que gastó 1,8 millones de dólares en ella, mientras que Paramount, a sabiendas de tal producción, gesta una respuesta rápida con un policial desesperado, con pocas semanas de rodaje, bajo costo (aunque terminó pagando 6 millones), algo que debía tener en el libro su núcleo central, la gema del éxito: El Padrino.

Nadie quería dirigirla, a saber, nadie más que el Oscar al mejor guión por Patton, Francis Ford Coppola, un cineasta quebrado, de dudosa integridad productiva, pero con algo mágico que llamaba la atención del director del estudio, Robert Evans, especie de comisario político que hace que la película ocurra. El tema es que Puzo había vendido el guión sobre el libro a cambio de un pago inicial superior a 10 mil dólares para escapar a una segura rotura de piernas por deudas de juego. La opción era trabajar en el guión, si se filmaba, por otros 80 mil. Es así que se unen dos voluntades en crisis, o las piernas o la tumba del fracaso… En sí, esta saga inaugural en la historia del cine tiene a dos marginales desesperados como los gestores de su propia salvación, en el sentido literal e imaginario. Todo dentro de una paradoja: es que El Padrino cambiaría la cultura de masas, dentro y fuera de Estados Unidos.

Ahora: ¿cuál es el secreto de su éxito? Un drama basado en los tópicos de Shakespeare, una lengua que se impone con sus ideales en la tierra de la oportunidad, la pesadilla americana como motor de la historia, la saga familiar en torno al género delito organizado, mucha crueldad y traiciones, como en la política. En sí, el descaro de un lado B de la Historia que todos suponen, pero nadie quiere ver. Un lugar fantástico, sumido en el silencio (omertà) y la corrupción bajo la sombra del “a hierro matas, a hierro mueres”.

La novela de Puzo no es una clase de literatura norteamericana, tampoco la joya tardía del policial clásico, hasta algunos la acusan de plagiar Los hermanos Karamazov, de Fiódor Dostoyevski, así como que el autor utilizaba ghostwriters para ejecutar el resto de su obra, que incluye entre otras novelas: Los documentos de El Padrino, En el interior de Las Vegas, Los tontos mueren y El siciliano. Pero Puzo era tan profesional como jugador, y en la tradición de Hollywood, el guión siempre está por delante del libro. Por eso aprovechó el éxito inicial y fue el guionista de El Padrino II, Terremoto, Superman, Superman II, Cotton Club, El siciliano y El Padrino III.

El pasado mes de octubre se publicó Leave the Gun, Take the Cannoli, de Mark Seal (Gallery Books), título que es una de las frases citadas en un principio, con más de cien entrevistas en torno a la aventura de filmar El Padrino. El autor, fanático del film, editor de Vanity Fair, tomó testimonios de valor. Por ejemplo, Anthony Puzo, hijo del escritor, confirmó que éste le envió una carta personal a Marlon Brando para que aceptara el papel del Don. “La carta llegó a la vida de Brando en un momento en el que necesitaba desesperadamente un papel, aunque se negara a admitirlo. En ese entonces el actor, ampliamente considerado como el más grande de su generación, estaba profundamente endeudado, dependía de Valium, se encaminaba hacia su tercer divorcio y estaba decidido a no volver a trabajar como actor. Vivía solo en una casa en ruinas en 12900 Mulholland Drive, muy por encima de Los Ángeles, donde lo atendía su secretaria y asistente, Alice Marchak. Ella descubrió que Brando, que tenía problemas con la lectura, en realidad era disléxico”. 

Fue por su asistente que de manera sutil llegó la carta de Puzo y ésta inflamó su ego cuando se enteró de que Laurence Olivier era candidato a ser Don Vito. Así surgió la prueba fílmica de Coppola en la casa de Brando, especie de juego de cómo luciría “su” padrino. Una caución de millón de dólares, inflexibles horarios y casi nada más para él cerraron el acuerdo de Paramount con ese actor díscolo, de ego insoportable, el terror mismo para cualquier productora. De hecho, no sin orgullo, Robert Evans declaró a Seal: “El Padrino generó más dinero en seis meses que Lo que el viento se llevó en 36 años”. Y no era merchandising, remeras o armas, sino símbolos. Un valor que se extiende más allá del tiempo y coloca el límite de un comienzo. Fundó un género, la revisión de la historia, un modelo de actuación, de música, montaje, también un estilo que será imitado no solo por fanáticos del cine, sino por los mafiosos mismos.

¿Y la mafia? No bien se enteraron de que filmarían el libro en Nueva York, enviaron a un tal Anthony Colombo, de la Liga de Derechos Civiles Italiano-Estadounidenses, quien luchaba contra los estereotipos en la cultura popular, como si la historia fuera una broma pesada. En concreto, el productor de Coppola, Al Ruddy, intercambiaba autos con sus asistentes, por las dudas, hasta que un día ametrallaron uno de ellos dejando cierta nota contra la película. A esto se sumaba que no conseguían transportes, operarios, incluso se cerraban puertas en los barrios. Ruddy se reunió con Colombo y encontraron la solución: no se mencionaría la palabra mafia. Y mafia, desde entonces, el término omitido, sería el ábrete sésamo. Ni Alí Babá tendría más suerte y cooperación. Por ejemplo, Mark Seal afirma que para la escena del restaurante en la que Al Pacino asesina al capitán de policía (Sterling Hayden) y al narcotraficante (Al Lettieri), contó con el entrenamiento de un miembro de la mafia en cómo disparar, cómo apuntar, incluso para los efectos especiales en la forma que debía brotar la sangre y caer las supuestas víctimas. Algo que eleva la verosimilitud al rango de experiencia estética porque los extras eran mafiosos, así como buena parte de la logística estaba asegurada por ellos.

Por eso las nuevas generaciones ven en El Padrino cierto idealismo glorificador de la familia Corleone. Nunca se cuestiona que para Don Vito la salida del gueto fuera convertirse en uno de ellos y así salvar a su familia. Menos, que se negara a vender drogas, en un gesto de empatía humana lindante al anarquismo de época. El bajo mundo no tiene prostitutas, ni adictos, nadie sufre fraudes o robos por mafias, el juego no es una adicción, nadie tiene problemas en pagar la protección del capo de la zona. ¡Pero si hasta Don Vito muere jugando con su pequeño nieto! Tanto es así, que Coppola se sintió asombrado, incluso deprimido, ante la reacción de los espectadores: al final de la película el público aplaudía con fervor a un Al Pacino convertido en la continuidad de su padre… ¿Es que estamos ante la terrible trampa donde el mal siempre triunfa y resulta admirable? Esto sin contar el rol de las mujeres en el film, menos que cero a la izquierda.

De todas formas, una pequeña lista, desde ya incompleta, da cuenta de las producciones que le siguieron: Los intocables, donde De Niro es Al Capone; Buenos muchachos; Érase una vez en América; Scarface, el verdadero relanzamiento de Pacino; El perfecto asesino; Gangsters de New York; El irlandés; así como Los Soprano, Breaking Bad y Fargo, la serie (en temporadas 2 y 4). ¿Acaso todo lo que siguió no tuvo como molde el interés de alguna familia, un cerebral jefe, algún traidor, la actividad ilegal como centro e impulso de todo un drama? Lo que siguió también fue hacia el pasado como hacia el futuro, porque lo real se embebió de la ficción.

El escritor italiano Roberto Saviano tomó notoriedad en 2006 al vender más de 2 millones de ejemplares de su novela Gomorra, llevada al cine y ganadora en Cannes. La misma que trata sobre los negocios contemporáneos de la Camorra, que lo amenazó de muerte, razón por la que vive custodiado. Fue él quien señaló que, a partir de El Padrino, los criminales organizados de Italia incorporaron el término Padrino o Don, porque la palabra para el jefe era “compare”. Pero el verdadero precursor de Puzo fue otro italiano, Leonardo Sciascia con El día de la lechuza (1960), y una serie de novelas sobre la corrupción mafiosa estructural. Él mismo, como diputado electo, formó parte de la investigación llamada El Caso Aldo Moro (1978). De todas formas, la mafia italiana, en todas sus variantes, no se quedó quieta mirando una película americana. El asesinato del general Carlo Alberto dalla Chiesa (1982) y los jueces Giovanni Falcone y Paolo Borsellino (1992), todos ocurridos en Palermo, Sicilia, terminan con cualquier hipótesis sobre lo benévolo del cine como influencia.

En el comienzo de la II Guerra Mundial, el creador de La Comisión, el mafioso siciliano Lucky Luciano, estableció vínculos con la inteligencia naval norteamericana. Preso por proxenetismo infame: convertía a las prostitutas en adictas a la heroína, lo que las hacía doblemente esclavas, recibió un encargo crucial como facilitar el desembarco aliado en la isla del sur de Italia. También se lo vincula a la contrainteligencia y el hundimiento de un buque en el puerto de NY. De allí el fusilamiento de cualquier sospechoso de sabotaje nazi, el control sindical de los puertos tanto como la limpieza ideológica del territorio. Operación Bajo Mundo llevó por nombre. Vínculo que se trasladó al Pentágono y que perduró hasta la mismísima Operación Gladio y la Logia Propaganda Due. El desembarco turístico de Patton en Sicilia habilitó a la mafia a recuperar el poder que había profanado Mussolini desde los años 20, con el prefecto de hierro Cesare Mori. Luego vendrían los beneficios tras la reconstrucción, pero eso se encargó de denunciarlo Sciascia. 

Pero, ¿de dónde vienen los códigos de la mafia, Cosa Nostra, ‘Ndrangheta, Camorra y Sacra Corona Unita? ¿De dónde surge la venganza de sangre, el silencio y la condena familiar, el lazo de sangre indisoluble con una deuda? Abril quebrado, de Ismail Kadaré, publicada en 1978, se ocupa de este verdadero flagelo medieval que sobrevive hasta hoy en los Cárpatos: el Kanun. Es sabida la migración campesina de Albania hacia Italia, que ambos sufrieron la ocupación otomana, y que tal código de vida, respeto, medio legal tribal, recién recibió versión escrita en 1913. Esto no evitó que se acumularan cadáveres y crueldades desde el siglo XV, incluso en una adaptación que de manera evidente se replica en los circuitos del crimen organizado.

De manera cíclica, los argentinos cometemos la torpeza inocente (o no) de caer en el lugar equivocado de la historia. Incluso en temas de delincuencia organizada. Por empezar, se recuerda que Garibaldi, quien acumuló metálico para unificar Italia en la cuenca del Plata con patente de corso cedida por Urquiza, llamó mafiosos a sectores del sur de la península que, a la larga, lo ignoraron.

En sí, luego de El Padrino, Buenos Aires daba cobijo a François Chiappe, a quien sindicaban como miembro de la mafia corsa, responsable del tráfico de heroína a Nueva York desde el triángulo de oriente (Birmania, Laos y Tailandia) y, para darle épica, como el verdadero traficante de Contacto en Francia. Ex miembro de la Legión Extranjera, también de la OAS (organización terrorista pied noir en Argel), dedicaba sus días a una joven mujer y a retirarse, lejos de todo. En La conexión latina: de la mafia corsa a la ruta argentina de la heroína (Tusquets, 2008), Osvaldo Aguirre expone un detallado vínculo de este personaje con la trama política de época. Algo tan inquietante como inaudito, que derivó en su salida de la cárcel de Devoto entre los presos políticos liberados por el presidente Cámpora. Eduardo Anguita y Daniel Cecchini publicaron en Infobae, 2018, un artículo sobre el corso. Cuenta con el testimonio del delegado de presos de la izquierda Cazes Camarero, quien conoció a Chiappe mientras esperaban ser recibidos por Roberto Pe-ttinato, el director del penal.

Conocí a David X en 1979, durante el curso de ingreso a la Facultad de Derecho. Con 25 años, era un simpático gigantón judío que siempre llegaba tarde por demorarse en los burros. En 1973, con 18 años, se subió a un auto nuevo en el que viajaba cierto amigo del barrio de La Paternal. Viaje corto, los dos fueron a parar a Devoto por robo de vehículo. En la recepción, David fue maltratado por cinco guardiacárceles a los que enfrentó a los golpes. Era campeón sudamericano juvenil de lucha grecorromana. A las pocas horas lo llevan a un pabellón donde lo recibe Chiappe que, para su sorpresa, era practicante y fanático de la lucha olímpica. Su estancia en Devoto sería breve y cómoda, protegido por el corso. Los dos saldrían en libertad con los presos políticos porque Pettinato también practicaba lucha grecorromana y los incluyó en una lista del Servicio Penitenciario. Luego sigue la fantasía del cine, pero por otros caminos menos deportivos.