Cueste lo que cueste

Araújo y la presión del éxito: ¿cuánto más puede soportar un deportista?

La decisión de Ronald Araújo de apartarse por motivos personales expuso nuevamente la presión emocional que atraviesan los deportistas de élite.

Ronald Araújo Foto: X

La reciente situación de Ronald Araújo, quien pidió no jugar por no sentirse preparado emocionalmente, volvió a instalar un tema que durante décadas permaneció oculto: la salud mental de los deportistas. La respuesta del entrenador Hansi Flick —“Es una situación privada y pido que lo respeten”—, aunque es correcta, dejó expuesta una sensación persistente en el deporte moderno: algo cambió, pero no lo suficiente.

El fútbol, como otros ámbitos de alta competencia, siempre convivió con el estrés y el miedo escénico. Sin embargo, el contexto actual multiplica la presión. Las redes sociales, el escrutinio permanente y la velocidad con la que se procesan éxitos y fracasos generan un entorno asfixiante.

Un mal partido puede desencadenar miles de mensajes agresivos en minutos, que llegan no solo al jugador, sino también a su familia. El anonimato alimenta la violencia verbal y muchos deportistas, especialmente los más jóvenes, no están preparados para afrontarlo.

Esa vorágine se combina con otra exigencia del presente: todo debe resolverse ya. No hay margen para equivocarse ni para los procesos; el resultado inmediato se volvió una norma cultural. En ese marco, pedir ayuda o admitir vulnerabilidad todavía se percibe como un signo de debilidad, pese a los avances sociales y al impacto de casos extremos como los de Mirko Saric, el Morro García o el alemán Robert Enke.

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Los testimonios de entrenadores como Xabi Alonso lo confirman: los jugadores no son máquinas, son personas. Lo propio hizo Simone Biles en los Juegos Olímpicos cuando decidió priorizar su bienestar mental por sobre la competencia. La lección es la misma: incluso quienes parecen invencibles también se quiebran.

El caso Araújo, lejos de ser aislado, expone una problemática transversal que atraviesa al deporte en todos sus niveles. Y abre una pregunta que ya no puede evitarse: ¿están las instituciones y el público preparados para acompañar, en lugar de exigir, cuando un deportista simplemente dice “no puedo más”?

 

BP/ff