Infancia y aprendizaje
Acuñé el término hiperobjeto para referirme a las cosas que se distribuyen masivamente en tiempo y espacio en relación con los humanos. Un agujero negro podría ser un hiper-objeto. El campo petrolero Lago Agrio en Ecuador, o los Everglades de Florida podrían ser hiperobjetos. La biosfera o el sistema solar podrían ser hiperobjetos. Todos los materiales nucleares de la Tierra podrían ser un hiperobjeto; o simplemente el plutonio o el uranio. Un hiperobjeto podría ser un producto de manufactura humana de larga duración como el poliestireno o las bolsas de plástico, o también la suma de toda la maquinaria chirriante del capitalismo. Los hiperobjetos son “híper” en relación con alguna otra entidad, más allá de que sean producidos o no por los seres humanos (…).
La idea del fin del mundo funciona mucho en el ambientalismo. Sin embargo, sostengo que esta idea no es efectiva para todo intento y propósito, ya que aquello por lo que deberíamos preocuparnos y que deberíamos cuidar se ha esfumado. Esto no significa que no haya esperanza para la política y la ética ecologistas. Muy por el contrario. De hecho, la creencia firme de que el mundo está a punto de terminar “a menos que actuemos ahora” es paradójicamente uno de los factores más potentes para inhibir un compromiso real con nuestra coexistencia ecológica en la Tierra. La estrategia, entonces, es despertarnos del sueño de que el mundo está a punto de terminar, porque de eso depende la acción sobre la Tierra (real).
El fin del mundo ya ha ocurrido y podemos precisar, de un modo inquietante, la fecha en que terminó. La conveniencia no se asocia fácilmente con la historiografía ni con el tiempo geológico. Pero en este caso, es inquietantemente claro. Fue en abril de 1784, cuando James Watt patentó la máquina de vapor, un acto que inició el depósito de carbono en la corteza terrestre, es decir, el momento en que la humanidad se volvió una fuerza geofísica a escala planetaria. Dado que para que algo suceda a menudo tiene que suceder dos veces, el mundo también terminó en 1945, en Trinity, Nuevo México, donde el Proyecto Manhattan probó el Gadget, la primera bomba atómica, y más tarde ese mismo año, cuando se lanzaron las dos bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki. Estos acontecimientos marcan el aumento logarítmico de la acción humana como fuerza geofísica. Tienen importancia “histórica mundial” para la humanidad y, de hecho, para cualquier forma de vida que pueda ser afectada por ellos y marcan un período geológico en gran escala de las eras terrestres. Utilizo las comillas para “histórico mundial” porque lo que está en cuestión, de hecho, es el destino del concepto de mundo.
Pues lo que se presenta ante los seres humanos en este momento es justamente el fin del mundo provocado por la invasión de los hiperobjetos, uno de los cuales es seguramente la propia Tierra, cuyos ciclos geológicos exigen una geofilosofía que no piense simplemente en términos de significación y acontecimientos humanos.
El fin del mundo es correlativo del Antropoceno, su alarma global y su consecuente y brutal calentamiento global, cuyo rango de acción preciso se mantiene incierto mientras su carácter real se verifica sin ninguna duda. A lo largo de este libro hablaré de calentamiento global y no de cambio climático. ¿Por qué? Más allá de las razones científicas y sociales para el predominio de la frase cambio climático para nombrar a este hiperobjeto, el efecto en el discurso social y político es bastante sencillo. Hay una baja en los niveles de preocupación sobre el tema. Es más, el negacionismo puede sostener que usar el término cambio climático es un modo de simplemente cambiarle el nombre a una fabulación, o incluso la evidencia de esta fabricación como flagrante delito. En el campo de los medios de comunicación y en el terreno sociopolítico, la frase cambio climático ha sido un fracaso tal que uno está tentado de ver el término mismo como una suerte de negación o reacción a ese trauma radical y sin precedentes que es el calentamiento global. El hecho de que ambos términos se presenten como opciones posibles en lugar de conformar una unidad es un síntoma de este fracaso ya que lo correcto en términos políticos sería decir “cambio climático como resultado del calentamiento global”, donde “cambio climático” es apenas una metonimia, una compresión de una frase más amplia.
Si no es el caso, entonces cambio climático como sustituto de calentamiento global es como “cambio cultural” como sustituto de Renacimiento o “cambio en las condiciones de vida” como sustituto de Holocausto. Cambio climático como sustituto habilita a la razón cínica (tanto de la izquierda como de la derecha) a decir que “el clima siempre ha estado cambiando”, lo cual me suena a “la gente siempre se ha estado matando entre sí” como una razón fatua para no controlar la venta de armas. Lo que necesitamos urgentemente es un nivel apropiado de shock y de preocupación con respecto a un trauma ecológico, de hecho, el trauma ecológico de nuestra era, aquello que define al Antropoceno como tal.
*Autor de Interferencias, de Adriana Hidalgo editora. (Fragmento).