Mi padre, Pepe Eliaschev, tuvo muchas identidades, pero hay una marca de nacimiento que nunca cambió y lo acompañó hasta el final: ser hincha de Racing. Yo también lo soy, por él. Racing es mi viejo, “Racing es tu viejo”, dijo el Pollo Vignolo cuando relató la gesta de Asunción.
De nuevo escribo unas líneas en recuerdo de mi padre, deseando que su memoria sea una bendición.
De nuevo es primavera en Buenos Aires. Noviembre es el mes más lindo en esta ciudad que mi viejo amaba. Los días se empiezan a alargar, hay mañanas frescas y luminosas, florecen el jacarandá y los tilos, los atardeceres son largos y el calor es amable.
El recuerdo más feliz que tengo de mi padre en una cancha es de una noche de primavera en Liniers. Corría el año 1987 y Racing había tenido un comienzo arrollador en el campeonato, incluyendo un triunfo contra Boca por 6 a 0 en la cuarta fecha.
En la séptima fecha tocó jugar de visitante contra Platense, que actuó como local en la cancha de Vélez, en un partido de viernes por la noche.
Fuimos a ver a Racing con mi papá, era viernes, era primavera, él era joven y yo un chico.
En la cancha de Vélez había gente de Racing por los cuatro costados, éramos locales otra vez y llegábamos a ese partido invictos y punteros.
Era el Racing del Coco Basile que ese día formó con Fillol (con su legendario buzo verde), Vásquez, Gustavo Costas, Fabbri, Olarán, Fabio Costas, Ludueña, Colombatti, Rubén Paz, Medina Bello y el Toti Iglesias.
Era un equipo que atacaba e iba al frente. Recuerdo aún hoy la sensación de posibilidad de ese grupo, esos primeros minutos contra Platense, hicimos dos goles al principio y palpitábamos una goleada inminente. La felicidad de mi papá era total, tal vez nunca lo vi tan feliz como aquella noche.
Claro que como Racing es Racing terminamos ganando 3 a 2 y sufriendo mucho, esa es una marca de quiénes somos. Pero ganamos y los triunfos que cuestan se disfrutan más. Entonces, al salir de la cancha, bajamos de la autopista en la salida de avenida La Plata y fuimos a una pizzería de Quintino Bocayuva y Venezuela, un local entonces moderno, grande y luminoso, que hoy está derruido. Dudo que haya una forma tan contundente de ser feliz como comerte una pizza con tu viejo después de un partido ganado y rememorar en la charla las jugadas más importantes.
Esa temporada fue gloriosa, íbamos al Cilindro todas las fechas que tocaba de local, mi hermano, mi viejo y yo, a reunirnos con un grupo de racinguistas liderados por el gran Pablo Gerchunoff.
Pero aquel campeonato era largo, perdimos empuje y no salimos campeones. Sí, al poco tiempo, ganamos la primera Supercopa. Yo estuve en el Monumental con mi viejo aquella noche helada de junio en la que Fabbri se elevó al cielo y le metió un gol de cabeza a River que nos clasificaría a la final. Parecía que, como tantas veces, River nos volvía a frustrar y en el final, en forma agónica, apareció ese cabezazo. Otra noche épica con mi papá.
Ni mi papá ni yo pudimos disfrutar tanto del triunfo con Mostaza de 2001 porque estábamos angustiados por la Argentina, otra marca de quienes somos.
Ya en 2014, estando mi padre enfermo, recuerdo haberlo escuchado ensalzar a Diego Cocca, el DT que nos sacaría campeones nuevamente, cuando una nueva sequía de títulos empezaba a amenazarnos. Pero mi viejo no llegó a ver a ese equipo campeón, su partida física, el 18 de noviembre, fue unas semanas antes del partido con Godoy Cruz que nos consagraría aquella vez.
En 2019 llevé a mi hija mayor por primera vez al Cilindro, fuimos con mi tío, mis primos y sus hijos, tres generaciones académicas.
La Argentina salió campeón en 2022 con una selección que mi viejo hubiera disfrutado mucho con jugadores de Racing como De Paul, Acuña y Lautaro. Mi padre hubiera querido mucho a Lautaro, por su humildad, por su talento, por su voluntad de estar donde lo pida el entrenador, porque cuando vuelve a la Argentina vuelve siempre a Racing. Por eso lo quiero yo. Claro que grité todos los goles de ese Mundial, pero además del penal de Montiel contra Francia, el penal que pateó Lautaro contra Países Bajos fue el gol que grité más fuerte.
El presente de Racing es feliz y nos lidera un hombre como Gustavo Costas, que nos identifica fielmente en la locura que es Racing, la pasión inexplicable.
Pienso en mi viejo cuando veo a Costas, él lo vio como la mascota del equipo de José, lo vio jugar en momentos aciagos y felices. Imagino a mi viejo riendo al ver a Costas sufrir y gozar este Racing copero.
En 2024 corrí la carrera organizada por el gran equipo de atletismo de la Academia. El recorrido arranca en la calle Diego Milito y termina en la cancha, luego de cruzar Avellaneda.
Aquel día, después de correr diez kilómetros bajo la lluvia, enfundado con la camiseta albiceleste, entré al Cilindro, la cancha más linda del mundo, gritando muy fuerte “dale Racing dale” y mirando al cielo. Ahí estaba mi papá, ahí estaba la explicación de esta pasión.
*Abogado.