Economía personal

Poder extremo

El logo de Editorial Perfil Foto: Cedoc Perfil

Los sistemas de poder de las primeras civilizaciones, y luego casi todas las formas en las que las sociedades se fueron organizando a nivel económico (incluyendo especialmente al capitalismo), arrastraron a parte de la población a creer con diferente nivel de conciencia que además de sus funciones como vehículo, el dinero es un fin en sí mismo.

De esta manera, ganar dinero y acumular dinero se han vuelto objetivos de la vida de muchas personas. Muchos no se detienen a preguntarse por qué lo hacen, ni tampoco el para qué. Hay gente a la que tampoco le importa cómo lo hace.

Descubrir, o construir, o –ciertamente– deconstruir y reconstruir a conciencia las respuestas al por qué, al para qué y al cómo es algo necesario para que tengas una buena relación con el dinero.

Ganar dinero fluida y sabiamente, ahorrar con propósito e inteligencia, y luego valorar lo que uno tiene (y apalancarse en el patrimonio para aumentar poder y libertad) pareciera ser una fórmula saludable para fluir con el dinero. Si te fijás, en esta fórmula, el dinero es un medio y un fin a la vez; pero su función como medio es más importante que su finalidad intrínseca. Es, en última instancia, un medio de poder y de libertad.

Este poder y libertad son “externos”. Te sirven para operar en el mundo. Y no hay nada de malo en trabajar duro y tomar buenas decisiones para conseguirlos. Por su parte, poder interno y una mente libre de prejuicios y paradigmas son una condición sine qua non en la fórmula anterior.

Cuando hablo del “poder externo” me refiero a poder de decisión, de usar el patrimonio con propósitos positivos para la vida. Podría ser apoyar un proyecto artístico o de servicio, ganar tiempo personal para actividades no laborales, poder de ayudar a la gente materialmente, para viajar, tomarse períodos no productivos de estudio o introspección. Si en cambio usás el poder que da el dinero para aprovecharte de alguien, manipular o corromper personas, lo impregnás de mala vibración.

Por desgracia, muchos de nosotros no ganamos dinero ni fluida ni sabiamente, ni tampoco ahorramos (o lo hacemos a tontas y a locas) y/o no valoramos lo que tenemos (muchas veces cuando la riqueza nos “vino de arriba”). Hay gente que incluso habiendo ahorrado en buena ley grandes sumas, tampoco sabe apalancarse en el patrimonio para ganar poder y libertad; y más bien le ocurre todo lo contrario. Parece estúpido y contradictorio, pero muchas personas que ahorran durante muchísimos años para ganar libertad luego terminan perdiendo grados de libertad por el efecto de sus posesiones.

¿Qué es más saludable para la mente, para la vida, concebir al dinero como un medio o como una finalidad? Esa es una pregunta muy personal. Por cierto, a muchas personas no les gusta admitir que en su fuero íntimo consideran al dinero un objetivo en sí mismo. De hecho, en mi carrera financiera, me he cruzado con decenas de inversores de mucha riqueza que ocupan su mente, su tiempo y enorme parte de su vida solo en pensar cómo incrementarla, pero públicamente aseguran que el dinero ¡no les importa!

Cada uno es libre de darle a la vida el sentido que quiera, y claro que existen personas que llenan la vida, o parte de la vida, simplemente “juntando dinero”. Se trata en definitiva de algo muy íntimo, y nadie debería perder tiempo juzgando a nadie. Sin embargo, corresponde recordar ciertas limitaciones de esta creencia.

Primero, hay un punto a partir del cual el dinero adicional no mejora la calidad de vida. Claro que uno puede ganar y acumular más plata después de ese límite, pero la calidad y el disfrute de la vida no cambia. Es muy saludable –es muy relajante para el alma– decirse a uno mismo, en cierto momento de la vida, en cierto punto del patrimonio: ya tengo suficiente.

Desde ya, no hace falta tener una gran fortuna para poder anclarse en esa verdad, pues es una verdad relativa y subjetiva. ¡Pero una verdad poderosa! Esta declaración nos saca del lugar de avidez interior por “conseguir más” e incluso suaviza el temor a una futura carencia potencial.

Por supuesto que esto no implica trabajar menos, si uno quiere seguir trabajando mucho. Trabajar y recibir una retribución a cambio es casi siempre algo positivo, más allá de cuánto dinero tengamos. Mantener la mente ocupada en algo útil para uno mismo y para el mundo (y además que nos paguen por ello) es posiblemente uno de los pilares de la vida de muchísimas personas. Y esto no tiene nada que ver con el patrimonio de cada quien.

Desde ya, la enorme mayoría de las personas trabajamos porque necesitamos el dinero. Me parece clave ir encontrando la manera de que nuestros trabajos también nos gusten (al menos en parte). Cuando estamos atrapados en un empleo que nos desagrada por la necesidad del salario y es imposible gestionar un cambio, buscarle una faceta al trabajo que nos divierta, que nos llene, luce importante. Si eso no es posible, al menos comprometerse en minimizar el desgaste o sublimarlo con actividades extralaborales. (…)

*Autor de Fluí con el dinero. Editorial Grijalbo. (Fragmento).