El oficio del cine
Adolfo Aristarain es un tipo concreto, sin rodeos. Basta escuchar o leer alguna de sus entrevistas: va al hueso, directo, sin grises. En palabras de uno de sus personajes, es como Pío Baroja: “seco, preciso y sin vueltas”. Por supuesto, también es un tipo amable, reflexivo y apasionado, porque, al fin y al cabo, todos nos debatimos un poco entre contradicciones. Aquellas coordenadas bien podrían definir la tensión precisa que habita su obra cinematográfica, debatiéndose entre el clasicismo formal y la ampliación de campo de juego de su personal mirada autoral. En el medio de esas coordenadas, que pueden describir tanto al artista como a su obra, se encuentra el corazón del oficio que titula tanto al apasionante libro de Aristarain como al ciclo que le dedicaremos en el Auditorio del Colegio Público de Abogados, organizado por la Asociación Amigos del Museo del Cine, posible espejo virtuoso.
Las nuevas generaciones escuchan hablar de Aristarain como uno de los cineastas nacionales clave, de los pocos que han recibido a la par el reconocimiento de la crítica, sus pares y el público. Pero su obra es víctima del peor de los males modernos: la falta de espacios para habitar. Estas proyecciones se proponen subsanar un poco esa falta, agregándole una mirada reflexiva a través de testimonios de invitados que han trabajado a su lado y de quienes se sienten influenciados por él. Porque si hay que celebrar una carrera, qué mejor que hacerlo desde la puesta en relevancia de la obra en cuestión
Hombre renacentista, en buena parte de sus proyectos fue director, productor y guionista, rol fundamental este último, con Kathy Saavedra como principal cómplice: coguionista, asesora y su pareja, en mil sentidos. Fundamental porque ambos entienden que el guion lo es todo y después vendrán la elección de un elenco sólido, un equipo técnico de primer nivel, escenarios naturales que estaquen la narración, encuadres que dictaminen sus límites y un montaje que comience en rodaje, prácticamente sin improvisaciones, con diálogos dinámicos que naturalizan su devenir ya desde el papel.
Aristarain entiende como pocos que los marcos de los géneros cinematográficos ofrecen un insuperable punto de partida para la construcción de algo más hacia adentro, que en su caso es una singular apropiación autoral -acaso, la sublimación del oficio- de la que surgen, por ejemplo, westerns sin cowboys (Un lugar en el mundo) o policiales sin policías (La parte del león), Así, por qué no, su cine termina transformándose en un género en sí mismo.
Pensarlo como un artista despojado de influencias es un error absoluto: hasta sus personajes, explicitan su disfrute por la literatura (London, Conrad, Hammett, Faulkner, Pavese, el nombrado Baroja), la historieta (Oesterheld y Pratt), la música (Piazzolla, Coltrane, Parker) y el cine (con una larga lista que une a Ford y Truffaut con su amigo y compañero de aventuras, Mario Camus). Algo de cada quien se puede adivinar en su obra. Clasicismo y variación. Somos lo que hacemos y somos lo que leemos, escuchamos, vemos.
En este ciclo, recapitularemos la que para algunos es una segunda mitad de su obra. Así, se podrán ver con entrada libre y gratuita –lo que deja de lado cualquier excusa– Un lugar en el mundo y La ley de la frontera, los días 7 de y 14 de noviembre, y Martín (Hache), Lugares comunes y Roma, los días 5, 12 y 19 de diciembre, correspondientemente, siempre a las 17:30. Allí, repasaremos vasos comunicantes, reincidencias cómplices (el asesino difuso, Tulsaco y sus formas, etcétera), negaremos a Fernando Luppi como su alter-ego y celebraremos sus búsquedas y obsesiones. En resumen, indagaremos en la singular forma en que Adolfo Aristarain -orfebre, artesano, profesional, maestro-, hace del cine, su oficio.
*Curador, programador y exdirector artístico del Festival Internacional de Mar del Plata. El ciclo tiene funciones los días 5, 12 y 19 de diciembre a las 17.30 en el Auditorio del Colegio Público de Abogados (Av. Corrientes 1441) con entrada libre y gratuita.
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