“Es emocionante que quieran tanto lo que hacemos”
De cara al estreno de la producción original de Prime Video, Calurosa Navidad, los creadores y autores Pedro Peirano y Álvaro Díaz repasan el origen del fenómeno chileno, su evolución artística y la fama global tras el reciente Tiny Desk. Hablan del oficio, la memoria afectiva y ese humor absurdo que, sin proponérselo, se volvió una identidad latinoamericana de varias generaciones.
Es el secreto peor guardado de Chile: 31 minutos, el show de marionetas, títeres y demás que no es otra cosa que, valga la tonta comparación, la inteligencia cómic de Los Muppets en su versión más poderosa, colectiva y latina. La memoria afectiva que 31 minutos sembró en Latinoamérica reapareció con una fuerza inesperada después de su reciente Tiny Desk, como si el programa hubiese quedado suspendido en un tiempo emocional propio, listo para volver a encenderse cuando la audiencia lo necesitara. Ahora, con la producción original de Prime Video, Calurosa Navidad, Pedro Peirano y Álvaro Díaz, creadores, voceros y nombres gigantes de todo el talento que vive en el planeta 31 minutos (dueño de discos, clásicos musicales, chistes invencibles, cruces multigeneracionales, estadios llenos, exhibicios y más) regresan al territorio donde mejor se mueven: un humor absurdo capaz de sostener ternura, ironía -primero chilena, después invencible-, guiños pop, improvisación y una lectura cariñosa y filosa del caos cotidiano que implica a) ser niño b) ser humano y c) simplemente ser. Lo que empezó como un imborrable programa infantil de sábado por la mañana –que se puede ver en Prime Video–, creado casi por accidente y sostenido por un equipo sin conocimientos formales de títeres, hoy es un universo capaz de mutar en película, musical o espectáculo en vivo. Y sin perder algo esencial: la convicción de que un buen chiste nunca nace del cinismo, sino de observar la fragilidad humana con cierta melancolía luminosa (más inevitable que forzada). En esta entrevista, los creadores repasan el origen improbable del proyecto, su manera de trabajar, lo que cambió –y lo que no– en más de veinte años, y cómo un conjunto de personajes hechos de tela terminó conectando generaciones enteras.
—La comparación con Los Muppets es clásica, boba casi. Pero creo hay algo similar: Los Muppets son en definitiva en sus comienzos un grupo de grandes mentes de la comedia, diseño, creación y más en el momento exacto y en el lugar correcto. ¿Lo ven como algo similar?
PEDRO PEIRANO: Bueno, sí, precisamente eso. Álvaro y yo empezamos a trabajar juntos mucho antes. Hacíamos un programa de comedia con amigos, y seguimos siendo amigos. Pero 31 minutos apareció por un concurso estatal que ganamos, y empezamos a juntar gente: personas que no hubieran trabajado en la tele, que nosotros decíamos que estaban “menos contaminadas”. Pero que amaran Los Muppets, claro. Muchos del equipo los adoraban. No sabíamos nada de técnica, solo de humor absurdo. Fue realmente eso: la gente justa disponible en el momento necesario.
ÁLVARO DÍAZ: Nunca nos habían hecho esa pregunta. Los títeres son solo el vehículo: pudo haber sido cualquier otra cosa. Lo que pasó fue una serie de circunstancias que nos empujaron a la televisión infantil y a vincularnos con Los Muppets. En el piloto, de hecho, los títeres eran muy distintos: parecían muñecos de cumpleaños convertidos en protagonistas, algo rudimentario. Pero ya estaba, calcetín mediante, con todo su histrionismo. Y además veníamos de la experiencia de ser “rostros”, algo que no nos gustó: la fama de comediante joven es horrible, nadie respeta tus bajones, nadie respeta nada. Entonces buscábamos un vehículo que nos quitara del centro.
PEDRO PEIRANO: Descubrimos que los títeres no son animación, sino actuación. Que podés improvisar y que la personalidad del titiritero se mete en el personaje. Como no podíamos contratar actores y titiriteros, terminamos creando personajes que nos parecían naturales. Fue orgánico y espontáneo. Incluso con más dinero, creo que hubiéramos querido seguir haciendo nuestros personajes.
—Me hablan mucho de lo que buscaban cuando se juntaron. ¿Qué creen que cambió o no cambió de lo que buscaban hacer con “31 minutos”? ¿Qué es ahora –con el Tiny Desk y la película– y qué buscan ustedes como artistas?
DÍAZ: El Tiny Desk es un ejemplo perfecto. A las diez de la noche se me ocurrieron cosas, las escribí y se las mandé a Pedro. Trabajamos así desde siempre. Y eso no cambió: el rigor que teníamos en la universidad sigue siendo el mismo. Éramos detallistas con poco conocimiento, ahora somos detallistas con más oficio. Queríamos que nos fuera bien entonces, queremos que nos vaya bien ahora. Somos lo que somos.
PEIRANO: Siempre nos guía la curiosidad por el público. Si un chiste no funciona, no pensamos que la gente está equivocada: pensamos que el chiste es malo. Eso nos mantiene atentos a lo que comunicamos. 31 minutos empezó como un programa de títeres un sábado a la mañana. El éxito era hacerlo, no la audiencia. Después se volvió un formato que puede ser lo que quiera: musical, película, Tiny Desk.
—Hay un absurdo en “31 minutos” que también es muy latino y muy chileno. ¿Qué pasa con esa identidad? En el Tiny Desk aparece y contra la política migratoria actual de Estados Unidos, cantando desde Washington. ¿Qué implica esa idea de lo latino en su humor?
DÍAZ: Chile es un país muy rebote de lo gringo. Muchos de nuestros chistes funcionan en distintos países porque crecimos consumiendo la misma televisión de los 80. No tenemos la industria que tienen argentinos, mexicanos o españoles. Llegó mucha tele argentina en los 90, pero había que tomar clases para entenderla. Envidiábamos ese ritmo. El chiste de la Waiver, por ejemplo, es apenas una actualización del chiste del inmigrante que ya estaba en Miami Vice.
PEIRANO: Y también es natural que si estamos en Estados Unidos y la estamos pasando mal, ese sea el chiste. Cuanto más estúpido, mejor. Nos entretiene mucho.
—¿Qué los conmueve de todo esto? Más allá del absurdo, “31 minutos” une generaciones en toda Latinoamérica.
DÍAZ: Somos herederos de una clase media chilena que aspiraba a la cultura: disfrutar del cine, de los libros, de la música. Para mí esa es la mayor riqueza. Con Pablo Ilabaca, nuestro director musical, somos familia. Ayer almorcé con él y terminó dándome una clase de Pasolini. Suena pomposo, pero es así: nos alimentamos de referencias culturales del siglo XX.
PEIRANO: Es emocionante que quieran tanto a 31 minutos. Solemos decir que el programa es mejor que nosotros. Y es verdad. Me pasó hace poco: fui a un mall y me pidieron autógrafos. ¡Después de 25 años! Sentí una especie de fama revival que nunca imaginé. Para muchos, el Tiny Desk fue reencontrarse con algo que habían dejado atrás.
—En “Calurosa Navidad” vuelven a aparecer esos “bazares de muñecos” que usan. ¿Cómo trabajan esa puesta en escena?
DÍAZ: Es estar atento a las oportunidades. En la película queríamos un cajero humano, pero apareció un muñeco ventrílocuo que uno de los titiriteros consiguió en Renaico, un pueblo donde alguien fabrica estos muñecos para venderlos en eBay. Era tan expresivo que terminó en la escena. Lo mismo con Juanín o Tulio: A veces los elegimos en cinco minutos antes de una escena. Este es un trabajo muy colectivo. La creación de personajes tiene que ver con proyecciones de guionistas, realizadores, técnicos. Es muy colectivo. Y nuestro trabajo es administrar esa colectividad. Que pueda aparecer un personaje diez minutos antes de filmar.
PEIRANO: Y además todo puede ser un personaje: una caja, un pedazo de tela. Ese espíritu infantil de preferir la caja al juguete. Hay algo encantador en eso. Y ese encanto es una parte esencial de nuestro humor.
*Desde Chile
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