El editorial de Jorge Fontevecchia

Día 617: ¿Milei piensa como un corrupto?

Las denuncias de corrupción que envuelven al Gobierno demuestran el salto ideológico evidente de Javier Milei: de denunciar al Estado como mafia a comportarse como un jugador más dentro de esa misma dinámica.

Javier Milei Foto: Foto AS/COAS: Capece-Lasansky

La llegada de Javier Milei al Gobierno representó un sismo importante en varios planos de la política argentina. También volvió a traer el debate teórico sobre economía, política y filosofía al debate público. Ahora, en momentos dónde denuncias de corrupción hacen temblar al Gobierno, nos podemos preguntar qué dice la escuela austriaca de Economía sobre corrupción. ¿Ser corrupto es totalmente opuesto a los preceptos de esta forma de pensar la economía y la sociedad o, por el contrario, se encuentra en su individualismo alguna justificación velada a la corrupción? 

En psicología, el concepto de “caja negra” se refiere a la mente humana como un sistema interno cuyo funcionamiento no es directamente observable. Solo se pueden estudiar estímulos (lo que entra) y respuestas (lo que sale), sin conocer exactamente los procesos mentales que ocurren entre ambos. Este enfoque es típico del conductismo, que se concentra en la conducta observable y evita especular sobre pensamientos o emociones internas. Básicamente, la mente es tratada como una “caja negra”: sabemos qué entra, qué sale, pero no lo que pasa adentro. 

¿Por qué decimos todo esto? Porque por definición no sabemos qué sucede dentro de la cabeza de Milei, pero podemos observar lo que dice y las teorías que guían su vida y su forma de pensar, que nos pueden dar claves importantes para entender cómo piensa. 

En la tradición de la Escuela Austríaca, Ludwig von Mises planteó en 1944 una idea que hoy parece brutalmente vigente: “No es realista esperar que quienes manejan fondos públicos se comporten de modo diferente al resto de los hombres. Lo único seguro es reducir al mínimo el poder discrecional que se les confiere”. La afirmación se desprende de su principio metodológico central: el individualismo metodológico. 

Según escribió Mises en 1949 en “La acción humana”, toda acción humana parte de un actor individual que busca maximizar sus beneficios y minimizar sus pérdidas. No hay abstracciones colectivas, sólo individuos con fines propios. El problema aparece cuando esta lógica se aplica a la política. Si todo hombre actúa por interés, también lo harán los políticos y burócratas, incluso aquellos que integran organismos de control diseñados para limitar los abusos y la corrupción. Así se reproduce una paradoja: los mismos mecanismos que deberían corregir los vicios del poder están atravesados por los mismos incentivos que originan la corrupción. O, en términos clásicos: ¿quién vigila a los vigilantes?

Esta tensión fue retomada por la teoría de la elección pública, especialmente por James Buchanan y Gordon Tullock en “The Calculus of Consent”, publicado en 1962. Allí sostuvieron que políticos, legisladores y burócratas no persiguen un supuesto “interés general”, sino que responden a los mismos incentivos que un empresario privado: buscan votos, presupuesto, poder, influencia. Como diría Buchanan: “La política sin romanticismos”. El resultado es que el Estado se convierte en un espacio de intercambio donde cada actor maximiza su utilidad, incluso a costa de la corrupción.

Las críticas no tardaron en llegar. Economistas keynesianos, institucionalistas y hasta filósofos políticos señalaron que esta visión eliminaba toda posibilidad de ética cívica o altruismo en la vida pública. Si las instituciones solo pueden diseñarse pensando en hombres motivados por el interés propio, entonces ningún sistema normativo puede blindarse contra la corrupción, porque quienes deben vigilar son tan susceptibles como los vigilados. De este modo, lo que en Mises era una recomendación práctica -limitar la discrecionalidad estatal- termina funcionando más como un programa normativo que como una solución efectiva al dilema.

En este punto, el presidente Javier Milei aparece como heredero de las lecturas más radicalizadas. Su famosa frase “El Estado es una organización criminal” no es una ocurrencia excéntrica, sino un eco de Murray Rothbard, figura clave de la Escuela Austríaca y padre del anarcocapitalismo. Como sostiene el propio Milei, Rothbard decía que “el Estado es una organización criminal". Esto lo replicó Milei a dos meses de haber asumido en una entrevista en LN+

En “For a New Liberty”, de 1973, Rothbard sostenía que el Estado opera como una mafia: vive de la extracción coercitiva de recursos, como impuestos, regulaciones, monopolios legales, a individuos que no consienten ese saqueo. Para él, el Estado es ilegítimo por definición, y su estructura equivale a un robo institucionalizado. Desde allí, la lógica se vuelve aún más corrosiva: si el Estado es criminal, apropiarse de recursos del Estado no es un delito, sino una especie de restitución. 

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Bajo esa perspectiva, las conductas de Milei y de su círculo cercano -allegados señalados por casos como el escándalo de Libra o el reparto de contratos- podrían justificarse subjetivamente como una forma de “recuperar algo de lo robado”. El salto ideológico es evidente: de denunciar al Estado como mafia a comportarse como un jugador más dentro de esa misma dinámica. Algo así como una suerte de racionalización del dicho de “ladrón que le roba a ladrón tiene cien años de perdón”.

Finalmente, todo este andamiaje intelectual descansa en la ausencia de una noción moral universal en la Escuela Austríaca. Para Mises, Hayek y Rothbard, las categorías de “bien” y “mal” no son parámetros objetivos de análisis económico: las acciones se juzgan en términos de eficiencia, utilidad o coherencia con los fines individuales. Como escribió Mises: “La economía no dice a los hombres qué fines deben buscar: solo muestra los medios adecuados para lograrlos”. En otras palabras, la moral es sustituida por la lógica de la acción individual.

Con esta ideología de fondo, no sorprende que el sistema político alimentado por estos dogmas se vea corroído por prácticas que en otro marco serían llamadas corrupción. Si todo se reduce a preferencias individuales y maximización de beneficios, entonces esperar virtudes cívicas en la política es un contrasentido. Lo que queda es, simplemente, la lucha entre actores que buscan apropiarse de recursos. O, dicho de forma brutal: con estos presupuestos, era esperable llegar al nivel de cinismo y corrupción que hoy se observa.

Con este tipo de intelectualizaciones, se puede perder un poco la perspectiva de la corrupción de este Gobierno. Es decir, de los casos concretos. Empecemos con las ventas de candidaturas. En julio de 2023, María Laura Montenegro, excandidata de La Libertad Avanza (LLA), denunció que le pidieron 30 mil dólares para acceder a la candidatura. 

En el escándalo del PAMI, se le pedían entre el 5 y el 10% de su sueldo a los funcionarios supuestamente para el partido, aunque los aportantes nunca tuvieron ningún tipo de control sobre su dinero y estos supuestos aportes tenían que ser siempre en efectivo y entregado en sobre cerrado. 

Además, según la extitular de PAMI en La Plata, Viviana Aguirre, funcionarios ligados a Sebastián Pareja, armador bonaerense y mano derecha de Karina Milei le ofreció empezar a recibir regalías por firmar, en sus propias palabras, “papeles ilegales”. Según Aguirre, le mostró “toda la corrupción” a Milei, pero le dejó de responder. 

Ahora analicemos las últimas novedades del caso Libra. El periodista Hugo Alconada Mon dijo en diálogo con Filo News que Hayden Davis transfirió 500 mil dólares a una billetera virtual 40 minutos después de reunirse con el Presidente. Días después, envió 1 millón de dólares. Lo mismo hizo el día anterior al lanzamiento de la criptomoneda. 

El jefe de Gabinete, Guillermo Francos, respondió sobre la corrupción con los medicamentos para discapacitados y aseguró: “Todo esto tiene que ver con un período preelectoral, donde todo el mundo está tratando de sacar su partido en contra de un gobierno que cuenta con un apoyo popular importante”. 

Quien también salió a responder fue la propia Karina Milei. Antes de ayer dijo en un acto en La Matanza que en realidad LLA llegó “para que no roben más”. “Realmente, gracias, sé que somos todos los que queremos 'Kirchnerismo, nunca más'”, agregó la funcionaria. 

¿Cómo piensa un político corrupto? ¿Justificará en su cabeza sus actos de alguna manera o es alguien cínico carente de todo tipo de valores? ¿Ya era corrupto de antes o lo corrompió la política y la función pública? El gobierno de Milei pasa sus horas más difíciles, nuevamente cercado por un caso de corrupción. En este caso, a diferencia que en el episodio de la criptoestafa Libra, no hay dudas de que hubo una actividad ilícita y que hay funcionarios de su administración involucrados, incluso hay fuertes y fundadas sospechas sobre su hermana. 

En ese sentido, vale la misma pregunta que se hizo sobre los casos de corrupción durante el kirchnerismo. ¿Puede suceder todo esto en la propia cara del Presidente, sin que él lo sepa? ¿Y el resto de los casos? Venta de candidaturas, venta de reuniones, Libra, el PAMI y los medicamentos de Discapacidad. Para esta altura, parece poco probable que el Presidente esté por fuera enteramente de todos y cada uno de los casos, que involucran a su hermana, quién en sus propias palabras, es la persona más confiable de su entorno, quien lo acompañó en cada etapa de su vida. Evidentemente, su cosmovisión individualista y en la que cada persona solo obra en su propio beneficio, algo ha ayudado. 

Por otro lado, Milei no solo se basa en la escuela austriaca para guiar sus preceptos, tiene una filósofa de cabecera, que es Ayn Rand. Vamos a introducir brevemente la importancia que el Presidente le da a esta pensadora con la siguiente conversación entre las periodistas Maia Jastreblansky y María O'Donnell, a propósito de un encuentro al que Milei había asistido de una organización que se encarga de difundir las ideas de Rand. 

“Para muchos libertarios y liberales, los libros de Rand son como una biblia. Lo más profundo de los eslóganes de Milei tienen su raíz en esta filosofía. Es algo controvertida porque defiende al egoísmo y dice que el altruismo es algo malvado. Por supuesto que los empresarios son vistos como héroes”, explicó Jastreblansky. 

En “La riqueza de las naciones”, Adam Smith dice que no vamos a tener el pan cada mañana por el altruismo del panadero, sino por su egoísmo”. Obviamente que es necesario un componente de egoísmo es esencial para que la sociedad funcione. Pero lo que plantea Rand lo lleva al extremo, al considerar el altruismo como algo malo. En el ser humano hay una combinación de egoísmo necesario y altruismo imprescindible.  

De hecho, según el libro “El Loco", de Juan Luis González, esta filósofa muerta en 1982 se le apareció en repetidas ocasiones a Milei de manera mística. González asegura en su libro que el Presidente tuvo conversaciones con Rand, quien además, ahora aparece en los nuevos dibujitos de Paka Paka, explicándoles a los niños las virtudes del egoísmo. 

Para ella, la realidad existe independientemente de nuestras percepciones y el hombre sólo puede comprenderla a través de la razón, rechazando tanto la fe como el relativismo. En ese marco, la virtud central es el egoísmo racional: cada individuo tiene el derecho y la obligación moral de perseguir su propia felicidad, sin sacrificarse por otros ni exigir que otros se sacrifiquen por él. 

En su obra, especialmente en “La rebelión de Atlas” y “El manantial", Rand glorifica al creador, al empresario y al innovador como héroes, figuras que impulsan el progreso humano enfrentándose a la mediocridad, el conformismo y las presiones colectivistas. Para ella, la moralidad del altruismo -que nos pide priorizar el bien de los demás por sobre el propio- es una trampa que destruye la grandeza individual y termina sosteniendo sistemas opresivos.

Es indiscutible de que el egoísmo individual, el deseo de buscar gloria y superarse es esencial para la humanidad, y que aquellos que lo tienen y con sus creaciones mejoran la sociedad, independientemente de igual sea el grado de premio que reciben, son imprescindibles para la sociedad. No se trata de desconocer el componente egoísta y el componente necesario que tiene para el funcionamiento de la sociedad. 

Lo que pasa es que Rand lo lleva al extremo de considerar que el mercado es el único sistema moralmente legítimo, que el respeto absoluto a los derechos individuales y fundamentalmente el de propiedad es el más sagrado. Rechaza cualquier forma de Estado benefactor o distribución al que consideraba mecanismos de saqueo legalizado. El gobierno debía limitarse a funciones mínima: defensa, justicia y seguridad, nada más. Eso también entra en contradicción con si esos mismos lugares no alcanzan para que el ser humano pueda llevar adelante actos corruptos con la defensa, la justicia y la seguridad.  

Javier Milei retoma la campaña en Junín en medio del escándalo por presuntas coimas en la ANDIS 

En cuanto a la ética, no hablaba de un “bien común” en términos abstractos, sino de la suma de individuos persiguiendo sus propios fines. Creía que lo bueno y lo malo podían definirse racionalmente, siempre en función de si una acción contribuía a la vida y la felicidad de la persona que la emprende. Por eso, Rand fue tan influyente en círculos liberales y libertarios: ofrecía una filosofía que no solo justificaba el mercado, sino que lo revestía de un aura moral, casi heroica. Para ella, defender el capitalismo era defender la libertad, la creatividad y la dignidad del individuo contra cualquier forma de colectivismo. 

Si para Mises el político no es más que un individuo maximizando beneficios, y para Rand toda acción está orientada por el propio interés, la idea de un político que "lucha contra la corrupción" se vuelve casi un oxímoron. Porque, ¿con qué incentivos lo haría? Si asume que todos los demás son corruptos y que el Estado mismo es un aparato de saqueo (como diría Rothbard o Milei), entonces su "lucha contra la corrupción" sólo puede entenderse como una estrategia más de autopromoción, acumulación de poder o construcción de capital simbólico.

En el fondo, lo que plantean las teorías austríacas y el objetivismo de Rand es que no hay espacio genuino para una ética cívica desinteresada. Como aquella frase de Margaret Thatcher: “No hay sociedad, sólo individuos”. Un político anticorrupción no sería alguien que actúa por virtud, sino alguien que encuentra en ese discurso un beneficio propio, como votos, prestigio, influencia, o incluso acceso a los mismos privilegios que denuncia. La paradoja queda desnuda: si el Estado es una organización criminal y los políticos responden a incentivos egoístas, entonces no hay "buenos políticos" posibles, solo diferentes formas de negociar con el botín.

Ayn Rand veía la corrupción estatal como una consecuencia inevitable de un sistema basado en la coerción y la redistribución. Para ella, cuando el Estado asume funciones que exceden la protección de la vida, la libertad y la propiedad, abre la puerta a privilegios, favoritismos y sobornos. En “La rebelión de Atlas" lo dramatiza con crudeza: funcionarios que otorgan licencias, subsidios o regulaciones crean un mercado de favores donde prospera el “capitalismo de amigos”. 

La corrupción no es una desviación, sino la lógica natural de un Estado que interviene. Por eso Rand sostenía que no hay solución moral dentro de ese esquema: mientras el Estado tenga poder discrecional, habrá quienes lo usen para obtener beneficios. La única salida es reducir drásticamente ese poder, limitando al gobierno a funciones mínimas, o que directamente no haya Estado. En esa visión, el corrupto no es un monstruo aislado, sino el producto previsible de un sistema que premia el intercambio de poder por privilegios. 

Si para Rand la corrupción se genera cuando el Estado se inmiscuye en temas que deben ser resueltos por el mercado, como en los términos de esta manera de pensar, pueden ser la venta de medicamentos para discapacitados, ¿es tan descabellado pensar que puede surgir desde esta filosofía una justificación de que al fin y al cabo achicando el Estado se está terminando con toda corrupción y que cualquier acto ilícito en ese sentido será compensado con la total solución del problema? Parece que no. 

Daniel S. Milo: “Hay una ‘alianza objetiva’ entre el neodarwinismo y el neoliberalismo” 

Quien tiene un enfoque interesante para entender el trasfondo de la mente humana es el filósofo franco-israelí Daniel Milo, a quien le realicé un reportaje en Periodismo Puro que se difundió este domingo. El neodarwinismo es una síntesis moderna de teorías de la evolución que combina las ideas de la selección natural de Darwin con la genética mendeliana, explicando cómo las mutaciones y la recombinación genética generan variaciones que, bajo previsiones selectivas, favorecen la supervivencia y la reproducción de los individuos más aptos.

Milo, desde una perspectiva más psicológica y filosófica, plantea que los seres humanos están impulsados por deseos fundamentales de maximizar su bienestar y satisfacción, que pueden entenderse como una extensión del imperativo evolutivo. Nuestros comportamientos, emociones y decisiones tienden a orientarse hacia aquello que nos asegura ventajas adaptativas y supervivencia, aunque en contextos modernos ese deseo se traduzca en aspiraciones simbólicas, sociales, materiales, más que estrictamente biológicas.

El filósofo dijo: “El cerebro siempre pide más. El enemigo es también nuestra propia alma. Bueno, no un alma aliada, es el cerebro. Porque el cerebro, por razones que no puedo desarrollar ahora, nunca está satisfecho. Quiere más o diferente. Todo el tiempo quiere cambio. Y la originalidad, el cambio, la innovación, todo eso proviene de la misma fuente. Lo que yo llamo la intranquilidad innata que tenemos. Aspiramos siempre a otra cosa todo el tiempo. No es solo la moda de la que todo el mundo habla. Ahora queremos cosas”.

Por otro lado, la relación entre ética y egoísmo natural humano es compleja y no simplemente opuesta. El egoísmo psicológico impulsa al individuo a priorizar su supervivencia y bienestar, mientras que la ética surge como límite racional y cultural para canalizar esos impulsos hacia la convivencia social. Uno y otro se tienen que interrelacionar. 

Filosóficamente, hay diversas perspectivas: el egoísmo ético, defendido por Hobbes y Ayn Rand, sostiene que actuar en el propio interés racional es moral, y que la ética surge como contrato social o como búsqueda de felicidad mediante la productividad y el intercambio voluntario. Por otro lado, el altruismo ético, representado por Kant y los utilitaristas, subordina el interés personal al deber o al bienestar colectivo. Posturas intermedias, como Hume y Aristóteles, integran empatía y virtud, mostrando que la moral combina autointerés y benevolencia natural. 

En síntesis, la ética puede verse como un egoísmo ilustrado: controla el interés inmediato y lo orienta hacia beneficios a largo plazo, haciendo que la búsqueda del bienestar personal sea compatible con la cooperación, la justicia y la estabilidad social. Así, ser ético no implica eliminar el yo, sino reconocer que la mejor manera de proteger y desarrollar ese yo es respetando y colaborando con los demás.

Es que finalmente, según varias corrientes psicológicas, la mente de un político corrupto está atravesada por todo tipo de justificaciones internas y relatos que la mente crea para poder sostener la propia imagen frente a un acto que se entiende como se asume como delictivo e inmoral. 

Leon Festinger, en su teoría de la disonancia cognitiva, mostró cómo los individuos sufren cuando sus actos contradicen su autoimagen. El político se piensa “servidor público”, pero actúa desviando recursos. ¿Cómo resuelve esa tensión? Con justificaciones: “robo pero hago”, “me lo merezco”, “todos lo hacen”. La culpa se disuelve en un baño de racionalizaciones.

Albert Bandura lo llamó desenganche moral: trucos mentales para violar reglas sin sentir que uno es inmoral. Se desplaza la responsabilidad, como “lo decidió el sistema”), se minimiza el daño (“es plata del Estado, no de la gente”), o se deshumaniza a la víctima (“los contribuyentes son masa anónima”). El resultado: el corrupto ya no ve corrupción, sino un “ajuste pragmático”. 

A eso se suma la avaricia relativa, un mecanismo de comparación social: rodeado de pares que viajan en business y acumulan favores, el político percibe que quedarse al margen sería quedarse atrás. La corrupción deja de ser transgresión y pasa a ser “nivelarse con el resto”.

Finalmente, la psicología de la personalidad advierte sobre la tríada oscura: narcisismo, maquiavelismo y psicopatía. La política, por su estructura de poder y exposición, atrae perfiles con alta tolerancia al riesgo, manipulación y falta de empatía. Para esos individuos, la corrupción ni siquiera se vive como dilema moral: es estrategia. Así, lo que desde afuera parece un delito burdo, en la mente del corrupto se convierte en acto necesario, inevitable o incluso justo. No es que el político ignore la corrupción: la redefine hasta convencerse de que no existe. 

A todo esto, en el caso de Milei se le suma un conjunto de teorías que celebran el egoísmo y la búsqueda de la propia conveniencia como único motor de la acción humana. Sin embargo, hay que rescatar que Milei se ha acercado al judasmo en los últimos años, si efectivamente tuvo un interés genuino en la búsqueda de Dios o la espiritualidad, sabe que siempre se puede enderezar la propia vida y vivir conforme al amor al prójimo y los mandamientos que el propio Moises recibió de Dios. 

No sabemos aún la participación del Presidente en los casos de corrupción que se denuncian. Resulta poco probable, al igual que lo decimos con Cristina Kirchner, que él no sepa lo que está ocurriendo. En ese sentido, apelamos a la búsqueda espiritual que Milei hizo para ayudar a llegar a la verdad, implique a quien implique. 

Si esto fuese un ejercicio de ingenuidad total de nuestra parte, apelamos a todos los funcionarios que tienen información y que pueden llegar a perder su carrera por culpa de políticos corruptos de los que debe separarse y contar la verdad. 

 

TV/ff