El editorial de Jorge Fontevecchia

Día: 723 Trump y la pax norteamericana

Donald Trump anunció que ingresará por tierra a Venezuela para derrocar a Nicolás Maduro, tras acusarlo de dirigir un cartel de drogas. Si el presidente estadounidense logra disciplinar los frentes críticos que se le abren en su país, será un ejemplo disciplinador para el resto. 

Día: 723 Trump y la pax norteamericana Foto: CEDOC

Donald Trump está cambiando el mundo que conocimos de manera acelerada. Sus intervenciones y su forma de gobernar la nación más poderosa del mundo hace que se vuelva a una vieja forma de resolver los conflictos en el mundo: la ley del más fuerte. Es decir, el planteo de que el mundo era una suerte de aldea global que podía cooperar entre sí y que se podía regular mediante leyes y tratados internacionales está dando paso a un retorno de competencia decidida entre naciones que se jerarquizan según su poderío militar. ¿Cuál es la razón de este cambio? Hay un fracaso, una demostración de límites de la anterior forma de resolver los conflictos que se demostró ineficaz. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) muchas veces no logró traer paz a la humanidad y esto deja el camino libre a la pax romana que propone Trump. Es decir, la paz en la que hay una sola autoridad militar que disciplina al resto. 

Estos cambios que estamos viendo están situados en un momento central, mientras Trump con sus flotas en el Caribe anunció que ingresará por tierra a Venezuela para derrocar al presidente de facto, Nicolás Maduro, tras acusarlo de dirigir un cartel de drogas. Si Trump pasa de las palabras a los hechos y logra disciplinar los frentes críticos que se le abren en su país, incluidos dentro del propio Partido Republicano, será un ejemplo disciplinador para el resto. 

Vamos a intentar explicar la lógica anterior en la que se quiso implementar el derecho internacional, su fracaso y el auge de la pax norteamericana trumpista. 

Donald Trump reiteró "ataques inminentes" en suelo venezolano tras el rechazo de Nicolás Maduro a su ultimátum

El colapso global y la devastación sin precedentes de la Segunda Guerra Mundial no solo redefinieron las fronteras y los equilibrios de poder, sino que también catalizaron una transformación radical en la arquitectura de la política internacional. La magnitud del conflicto, con sus sesenta millones de víctimas, el horror del Holocausto y la introducción de la amenaza nuclear dejó una impronta indeleble: la necesidad imperiosa de construir un sistema que evitara la repetición de una catástrofe de esa escala.

La antigua diplomacia basada únicamente en alianzas temporales y el equilibrio de poder había fracasado estrepitosamente. De este trauma colectivo y de una voluntad política concertada, particularmente impulsada por las potencias victoriosas, nació la idea de la supranacionalidad. El concepto fundamental residía en que los estados soberanos debían ceder una porción de su autoridad a una entidad superior, un foro permanente e institucionalizado, capaz de mediar en disputas, coordinar acciones y, sobre todo, garantizar la seguridad colectiva. El principal y más ambicioso de estos organismos fue la ONU, cuya carta constitutiva fue firmada en San Francisco el 26 de junio de 1945.

La función primigenia y central de la ONU, tal como se establece en sus estatutos, es mantener la paz y la seguridad internacionales. Esto se articularía a través de varios mecanismos. El primero es la solución pacífica de controversias, instando a los estados a resolver sus diferencias mediante la negociación, la mediación o el arbitraje antes de recurrir a la fuerza. El segundo, y de mayor peso institucional, es el sistema de seguridad colectiva, delegado principalmente en el Consejo de Seguridad

Este órgano posee la autoridad de investigar amenazas, recomendar procedimientos de ajuste e incluso imponer sanciones económicas o autorizar el uso de la fuerza militar, siendo sus resoluciones legalmente vinculantes para todos los estados miembros. La estructura del Consejo de Seguridad, con sus cinco miembros permanentes -China, Francia, Reino Unido, Estados Unidos y la entonces Unión Soviética (hoy Rusia)- y su derecho de veto, refleja el equilibrio de poder de 1945, concebido para asegurar que ninguna acción militar de peso pudiera emprenderse sin el consenso de las grandes potencias.

Sin embargo, la visión de los fundadores iba más allá de la mera prevención de guerras. Se entendió que la paz duradera solo podía echar raíces en un terreno de justicia social y prosperidad económica. Por lo tanto, se dotó a la ONU de un mandato amplio para fomentar la cooperación internacional en esferas económicas, sociales, culturales y humanitarias. Esto dio lugar a la creación de una vasta red de organismos especializados, como la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), y el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF), que sentaron las bases del sistema financiero global de la posguerra.

Una función crucial y moralmente trascendente fue la promoción y protección de los derechos humanos. La Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, aunque inicialmente no vinculante, estableció un estándar ético y legal universal, institucionalizando la idea de que el trato que un estado da a sus propios ciudadanos no es únicamente un asunto interno, sino una preocupación legítima de la comunidad global.

Donald Trump confirmó que las fuerzas estadounidenses comenzarán "muy pronto" a golpear objetivos dentro del territorio de Venezuela.

Actualmente, cuando en el periodismo decimos “El tribunal internacional de la Haya”, nos estamos refiriendo a tres instituciones jurídicas internacionales que se fueron creando también en el escenario de posguerra. La Corte Internacional de Justicia se creó en 1945. Esta Corte es el principal órgano judicial de la ONU, sucediendo a la Corte Permanente de Justicia Internacional que había existido bajo la Liga de las Naciones. Su creación forma parte del sistema de organismos supranacionales establecido para mantener la paz y la seguridad mundiales. El motivo de su establecimiento era doble: por un lado, solucionar controversias jurídicas entre los estados que aceptan su jurisdicción y, por otro lado, emitir opiniones consultivas sobre cuestiones legales a solicitud de los órganos y organismos especializados de la ONU. A diferencia de la Corte Permanente, la Corte Internacional de Justicia solo conoce de casos presentados por estados, y sus fallos son vinculantes para las partes involucradas.

Otra institución muy relevante, aunque con un mandato diferente, es la Corte Penal Internacional. Esta fue establecida mucho más tarde, en el año 2002, entrando en vigor tras la ratificación del Estatuto de Roma de 1998. La razón de su creación fue llenar un vacío legal en la justicia internacional: perseguir y juzgar a individuos, y no a estados, responsables de los crímenes más graves de trascendencia para la comunidad internacional, a saber, el genocidio, los crímenes de guerra, los crímenes de lesa humanidad y el crimen de agresión. Se creó para asegurar que quienes cometen atrocidades no queden impunes, interviniendo solo cuando los sistemas judiciales nacionales no pueden o no quieren llevar a cabo las investigaciones o los juicios.

En resumen, la creación de la ONU y de otros cuerpos supranacionales de la posguerra representó un pacto histórico para trascender el anarquismo de la política de poder clásica. La idea central era sustituir la ley del más fuerte por la fuerza de la ley, integrando la seguridad, el desarrollo y los derechos humanos en un marco institucional colectivo destinado a construir un orden mundial más estable, interdependiente y, fundamentalmente, menos propenso al conflicto armado a escala masiva.  

Sin embargo, quizás el ejemplo más exitoso de los organismos supranacionales es el de la Unión Europea. La creación de lo que hoy conocemos como la Unión Europea es un proceso gradual y complejo que no se reduce a una sola fecha, sino a una serie de tratados fundamentales que se sucedieron tras la Segunda Guerra Mundial, buscando la integración económica como una herramienta para garantizar la paz. La primera piedra de este proyecto de integración supranacional se puso en 1951 con la firma del Tratado de París, que estableció la Comunidad Europea del Carbón y del Acero.

Los seis países fundadores -Alemania, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo y los Países Bajos- tenían la visión de someter la producción francoalemana de carbón y acero, los recursos bélicos esenciales, a una autoridad común e independiente. Esta idea, impulsada por el francés Robert Schuman, era tan estratégica como audaz: hacer la guerra entre los miembros no solo impensable, sino materialmente imposible, al mancomunar sus industrias pesadas. 

Este organismo regulatorio del carbón y el acero fue un éxito y demostró que la cooperación sectorial podía ser viable. El siguiente paso crucial ocurrió en 1957, cuando los mismos seis países firmaron los Tratados de Roma, creando la Comunidad Económica Europea, que tenía como objetivo establecer un mercado común más amplio y la libre circulación de personas, bienes, servicios y capitales. El desarrollo posterior, con la incorporación de nuevos miembros y el fortalecimiento de sus instituciones, condujo finalmente a la firma del Tratado de Maastricht en 1992, momento en el que la organización pasó a denominarse oficialmente Unión Europea.

Como ven, hay un enorme aparato institucional internacional jurídico que debería regular el mundo, algo así como un gobierno supranacional que tenía el objetivo de evitar que se vuelva a ver los horrores de la guerra. 

Nicolás Maduro baila "changa tronic" en público ante la amenaza de Donald Trump de intervenir en Venezuela 

Este objetivo fue constantemente desafiado por la persistencia de los conflictos armados, llevando a muchos analistas y académicos a cuestionar la eficacia de la ONU como garante de la seguridad global. La principal razón de este fracaso parcial o "funcionalidad limitada" reside, según teóricos del realismo en las Relaciones Internacionales como Hans Morgenthau o John Mearsheimer, en la estructura anárquica del sistema internacional y la ineludible preeminencia del interés nacional sobre cualquier compromiso colectivo. Para los realistas, los estados soberanos son los actores primarios y solo actúan en función de su propia supervivencia y poder, haciendo que la seguridad colectiva sea un ideal admirable, pero inviable cuando choca con los intereses vitales de una gran potencia. 

Esta realidad se cristaliza en el mecanismo central de la ONU diseñado para prevenir la guerra: el Consejo de Seguridad. El derecho de veto concedido a sus cinco miembros permanentes -Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido y Francia-, concebido para asegurar la participación de las potencias, se convirtió en la principal herramienta de parálisis. Durante la Guerra Fría, el veto fue utilizado sistemáticamente por Washington y Moscú, impidiendo a la ONU intervenir en conflictos que enfrentaban a sus bloques o a sus aliados. Como resultado, la organización fue una espectadora casi impotente en guerras cruciales como la Guerra de Corea (donde la intervención solo fue posible por una ausencia temporal de la URSS), la Guerra de Vietnam y la invasión soviética de Afganistán.

Tras el fin de la Guerra Fría, y a pesar de un breve periodo de cooperación, la ONU continuó sin poder evitar una serie de conflictos devastadores. El fracaso de los cascos azules y la comunidad internacional para prevenir el genocidio de Ruanda en 1994, donde cerca de 800 mil personas fueron masacradas, es citado por el académico Gareth Evans como una de las fallas morales más profundas del sistema. De manera similar, la inacción o la respuesta tardía en las Guerras Yugoslavas (1991-2001), especialmente en la Guerra de Bosnia y la masacre de Srebrenica, expuso las limitaciones de la voluntad política de los estados miembros para arriesgar tropas en escenarios complejos sin un claro interés nacional de por medio.

Más recientemente, la Guerra de Irak de 2003, lanzada por una coalición liderada por Estados Unidos sin una resolución explícita del Consejo de Seguridad, demostró que la nación más poderosa puede, si lo considera necesario, actuar unilateralmente incluso desafiando la autoridad del organismo. En los últimos años, la Guerra Civil Siria, la invasión rusa de Ucrania en 2022 y el conflicto de Israel y Hamas ilustran la parálisis total del Consejo cuando un miembro permanente está directamente involucrado en la agresión o utiliza su veto para bloquear cualquier acción significativa, confirmando que, a pesar de la existencia de estos organismos, el principio de la soberanía y el poder real siguen prevaleciendo sobre el ideal colectivo de la paz.

En ese sentido, el planteo de Trump es una suerte de sinceramiento, de anulación de las declaraciones de cooperación internacional y pasar a hacer evidente lo que más peso tiene en las decisiones de los países: el interés particular de las naciones. 

Es difícil creer que realmente Trump esté preocupado por la democracia en Venezuela o realmente crea que Maduro es un narcotraficante. Estados Unidos, luego de un periodo en el que se preocupó por su influencia en Medio Oriente por sus importantes yacimientos petrolíferos y salió derrotado de su intervención en Afganistán, volvió su atención sobre Latinoamérica y casualmente Venezuela tiene la reserva de petróleo más importante del mundo. 

Lo que antes era la “búsqueda de armas de destrucción masiva en Irak” que nunca se encontraron, ahora es “el narcotráfico y los carteles” a los que estaría asociado Maduro. El buque que el Ejército norteamericano hundió en aguas internacionales en el Caribe, supuestamente tenía cargamento de drogas, pero nunca se supo cuáles, ni se dio prueba alguna de esto. Se le disparó al barco, se lo hundió y luego se les disparó a los dos sobrevivientes. Según varios expertos, inclusive algunos de ellos estadounidenses, esto es un crimen de guerra reconocido por la comunidad internacional. 

Los organismos jurídicos internacionales que se engloban en el Tribunal Internacional de la Haya que tienen pedido de captura para Vladimir Putin y Benjamín Netanyahu por sus crímenes de guerra no pueden juzgar a Trump. Actualmente, Estados Unidos se retiró del Tribunal Internacional de la Haya y se negó a que sus militares fueran juzgados por ese tribunal quitándole la visa a los fiscales y jueces. 

La Pax Romana, que significa "Paz Romana", fue un periodo de cerca de doscientos años de estabilidad, orden y relativa calma dentro del Imperio Romano, que se extendió desde el ascenso de Augusto en el 27 antes de Cristo hasta la muerte de Marco Aurelio en el 180 después de Cristo. No implicó la ausencia total de guerras en las fronteras, sino el fin de las devastadoras guerras civiles y una paz interna impuesta y mantenida por la fuerza y la administración imperial. 

Se consiguió principalmente a través de tres pilares fundamentales. Primero, el control absoluto de un ejército profesional y permanente (las legiones) que disuadía las invasiones externas y sofocaba rápidamente las revueltas provinciales, asegurando la seguridad de las rutas comerciales y las comunicaciones. Segundo, una administración centralizada y eficaz que aplicaba el Derecho Romano de manera uniforme en todo el vasto territorio. Y tercero, mediante la integración cultural o romanización, que promovió la construcción de ciudades, calzadas y acueductos, ofreciendo prosperidad económica y un sentido compartido de ciudadanía a las élites provinciales.

De esta forma, el cese del caos interno y la seguridad en las fronteras permitieron un florecimiento sin precedentes en el comercio, la cultura y la vida cívica. Es decir, en la Pax Romana la estabilidad no vino de un acuerdo supranacional, vino de una imposición imperial en la que había una sola nación que dominaba al resto e imponía la paz con su poderío armado. Trump, una vez que garantice la primacía de los intereses de los Estados Unidos sobre el resto, plantea erigirse como árbitro del conflicto internacional y pacificador mundial. 

Honduras, Venezuela y el reloj que echó a andar para Trump

Nuestro presidente, Javier Milei, intervino en la ONU planteando que estaba en contra de la supranacionalidad y discutiendo los valores con los que este organismo actuaba. Según Milei, el mundo giraba al socialismo gracias a la intervención de la comunidad internacional representada en las Naciones Unidas. En la actualidad, nuestro país rompió la tradición en materia de política internacional y apoyó una intervención militar de Estados Unidos en Venezuela. Si la política de Trump es la ley del más fuerte, la política de Milei es hacerse amigo del más fuerte. 

La ONU no logró resolver muchos de los conflictos que se planteaba resolver, no por demasiado injerencista o por los valores progresistas que impulsaba, si no por las mismas razones que Trump expone como argumentos y los demócratas ocultaban con cierta hipocresía: la voluntad que los intereses de Estados Unidos o cualquiera de los principales países se imponga en todos los casos. 

Si se hubiese profundizado la supranacionalidad y el derecho internacional, limitando la decisión de los poderosos, probablemente se hubiese ido más lejos. En general, la extrema derecha aparece como solución frente a los límites del progresismo. Sin embargo, también podemos en mejorar o superar esos límites en vez de terminar con las correctas políticas que se implementan. 

Para la Argentina fue muy importante los organismos internacionales para ponerle un freno al horror de la última dictadura militar. Lógicamente la justicia nacional estaba atada de manos y fiscalización de los organismos internacionales permitieron denunciar muchos de los crímenes de la dictadura y darle fuerza a la lucha de las madres y abuelas de los desaparecidos. 

Millones de refugiados en todo el mundo esperan la ayuda de la ONU y hay millones de niños que dependen de UNICEF. Estas políticas hay que duplicarlas, expandirlas no sustituirlas por el interés único de una nación que además fue lo que generaron todos estos límites de los que estamos hablando y que no permitieron resolver los problemas de fondo que tiene el mundo.

El derecho es el sustituto de la fuerza para resolver conflictos, al comienzo la humanidad solo apeló a la fuerza para resolver los conflictos e inhibirlos cuando como ejemplo había una sola potencia hegemónica que disciplinaba a todas las demás. También la fuerza inhibió los conflictos con la mutua disuasión cuando dos potencias podían destruirse mutuamente.  

Con el desarrollo de la racionalidad, el derecho fue emergiendo como una herramienta menos costosa. El derecho obviamente es la fuerza de los más débiles porque iguala a todos, cada nación un voto y nadie por sobre la ley, por lo que la pérdida de influencia del derecho es un retroceso. Una Pax Romana a lo Trump, aunque se lograra, sería siempre una regresión.

Producción de texto e imágenes: Matías Rodríguez Ghrimoldi  

TV

LT