El segundo mandato del presidente Donald Trump ha estado marcado por una intensa presión de los sectores más conservadores y de línea dura en Estados Unidos, para que el gobierno adopte una estrategia más agresiva y directa contra Nicolás Maduro en Venezuela.
La presión se articula desde el Congreso, con figuras influyentes como el secretario de Estado y exsenador Marco Rubio, y es respaldada de sectores conservadores cercanos al presidente. La retórica centraliza la política exterior en torno a la lucha contra el narcoterrorismo y la defensa de la seguridad nacional estadounidense.
La figura más prominente en la presión contra el régimen de Maduro es, sin duda, Rubio. Su postura es la de una ofensiva implacable, buscando asfixiar a la cúpula chavista mediante sanciones y acciones legales, y ha sido el principal arquitecto de la estrategia de presión constante de la administración Trump contra Caracas.
Rubio viene sosteniendo que Maduro no es un dirigente legítimo, sino un fugitivo de la justicia estadounidense y el “jefe de una organización criminal y terrorista” conocida como el Cartel de los Soles, integrada por militares.
Entorno. La estrategia de Rubio incluye la preparación de acciones más agresivas, incluyendo el uso de información proporcionada por agencias de inteligencia para acabar con la “amenaza venezolana” en el Caribe. Estas operaciones buscan interferir directamente con el tráfico de drogas y estrechar el cerco en torno a Maduro.
El enfoque está fuertemente respaldado por figuras claves en el entorno de Trump, como el director de la Agencia de Inteligencia, John Ratcliffe, y Stephen Miller, principal asesor de política interior, quienes coinciden en la necesidad de “mano dura” contra lo que consideran un narco-Estado que exporta inseguridad a EE.UU.
Los sectores más extremos de la derecha estadounidense promovieron activamente la tesis de que la inestabilidad y el narcotráfico en Venezuela representan una amenaza directa e inminente a la seguridad nacional. Esto justifica el uso de medidas coercitivas extremas, incluyendo la posibilidad de operaciones de la CIA y acciones militares en territorio venezolano.
El consenso en esta ala conservadora es que, dada la naturaleza del régimen venezolano, solo la presión constante y la amenaza creíble de la fuerza lograrán la salida de Maduro, un objetivo que ven como una victoria en la lucha contra el crimen organizado y la preservación de la influencia estadounidense en el hemisferio.
Flota militar. Dentro de esta lógica de coacción, Estados Unidos lanzó en septiembre pasado una operación llamada Lanza del Sur, que implica el despliegue de una enorme fuerza naval en el Caribe, muy cerca de la costa venezolana.
Desde ese momento, según datos oficiales del Pentágono, hundió 21 lanchas o sumergibles que transportaban droga con un saldo de ochenta muertos.
Esta semana intensificó su ofensiva. Anunció el inicio de una nueva fase con la llegada al Caribe del portaaviones más grande del mundo, el Gerald Ford. “Esta misión defiende nuestra patria, elimina a los narcoterroristas de nuestro hemisferio y protege a nuestra patria de las drogas que matan a nuestra gente”, anunció el jefe del Pentágono, Pete Hegseth.
El poderoso portaaviones se suma a otros seis buques de guerra en la región.