El día que España se quitó el corsé
El 20 de noviembre de 1975, cayó el telón de un país mutilado por un dictador, Juan Carlos I fue Rey y la sociedad abrió por fin las ventanas. “El destape parecía una curiosidad kitsch, pero en su exceso había una pedagogía: la de un país que debía desaprender el miedo. Y entonces vino la verdadera sacudida educativa”, agrega.
Era la noche en que murió un viejo régimen y, sin saberlo del todo, nació una curiosa escuela pública de costumbres: la Tercera República imaginaria de los cuerpos, las palabras y las aulas. El 20 de noviembre de 1975 cerró el telón oficial sobre la España de Francisco Franco.
Al día siguiente se encendieron pequeñas hogueras domésticas: las imprecisas promesas de la Transición. Una corona restaurada que, contra los designios del propio dictador, habría de convertirse en abridor de ventanas en vez mordazas. El doble movimiento de quebrar el monopolio del miedo y abrir el mercado de lo “inmostrable” dejó como saldo una transformación no sólo política sino pedagógica y moral.
Nuevas leyes y nuevos vicios, nuevos maestros y nuevas miradas.
Juan Carlos, el rey que sepultó al franquismo, levantó la democracia y hundió a la monarquía
Recuerdo (aquí la memoria personal deviene en documento íntimo): un chico que visitaba con su colegio la Estación Terrena de Balcarce y, como si hubiera traspasado un umbral tecnológico y simbólico, vio ¡a colores! el funeral de Franco. En la Argentina todavía no existía la televisión color, así que aquellas imágenes provenientes de la vieja Europa parecían de otro planeta.
Años después entendí que era un planeta que se extinguía. Las cámaras enfocaban el féretro cubierto con la bandera del águila, el paso solemne de los jerarcas del Movimiento. En los ojos de los corresponsales asomaba un signo de desconcierto; el guión que se habían acostumbrado a seguir había terminado.
El destape español desnudó todo, comenzando por las mujeres en la revista Interviú, entre otras. Aunque hoy parezca kitsch fue una rebelión contra la censura franquista.
Lo que vino después fue más caótico, más luminoso y, en cierto modo, más revolucionario que cualquier transición pactada. La lenta implosión del orden moral franquista. Mientras se aprobaba la Constitución de 1978 y se modernizaban las estructuras educativas, otro proceso paralelo, menos institucional y más salvaje estallaba en los cines, las revistas y las conversaciones domésticas: el destape español.
Durante casi cuarenta años, la escuela española fue un apéndice del púlpito. La Ley General de Educación de 1970, redactada aún bajo el franquismo, introdujo tímidas reformas, pero la verdadera sacudida vino después de 1975. En los años de la Transición se revisaron programas, se secularizaron los contenidos y se dio entrada por fin a una pedagogía basada en el pensamiento crítico. En 1978 se permitió la coeducación, y las aulas mixtas se convirtieron en un símbolo de igualdad, más efectivo que mil discursos.
Los maestros dejaron de ser orientadores de espíritus oprimidos y se convirtieron en agentes de ciudadanía. Los términos “democracia”, “derechos”, “libertad de expresión” entraron al vocabulario escolar con la misma naturalidad con que antes se enseñaban los “Principios del Movimiento Nacional”. La mutación silenciosa, que va de la moral al pensamiento, fue el verdadero inicio de la modernidad española.
En paralelo, las pantallas y los quioscos ofrecían su propia versión de la libertad recién conquistada. Entre 1976 y 1982, el cine español vivió una explosión de desnudez que la prensa bautizó con una mezcla de ironía y alivio: el destape. Películas como La lozana andaluza o Los bingueros exhibían, sin complejos, lo que durante décadas fue perseguido por la censura eclesiástica. La revista Interviú, entre otras, rompió el tabú con portadas de actrices, modelos y políticas en poses impensables pocos años antes.
Los mismos jóvenes que debatían en los institutos sobre el divorcio o la educación sexual, salían del aula para ver a Victoria Abril o Susana Estrada retando a los censores desde la pantalla. Mientras el Estado restauraba entre pupitres los valores de la democracia, los fotogramas abrían para el ciudadano cuerpos e intimidades.
Del otro lado del Atlántico, Argentina miraba. A veces, literalmente. Aquellas revistas y películas llegaron con dificultad, como postales de una renovación sensual que aquí todavía estaba en cuarentena.
En los años ochenta, con el retorno democrático, el destape español tuvo su espejo criollo: programas de televisión con guiños eróticos, revistas que hacían que el público oscilara entre la fascinación y el escándalo. Otra vez en primera persona: recuerdo el impacto adolescente y cultural de ver la escena de la tienda de Amarcord en mi propio televisor, en ese mismo viejo escenario de tantas pacaterías.
Entonces, España y Argentina ya compartían una misma pregunta: ¿cómo se educa el cuerpo después de la censura?
Casi medio siglo después, el destape parece una curiosidad kitsch. Pero en su exceso había una pedagogía: la de un país que debía desaprender el miedo. Las aulas españolas de finales de los setenta y las portadas de Interviú fueron, cada una a su modo, ejercicios de alfabetización en libertad.
Hoy, la exhibición del cuerpo se ha trasladado a las redes sociales y la transparencia se confunde con el regodeo por la vida íntima de las personas públicas y privadas. De tal modo, conviene recordar que la libertad de mostrar exige la madurez del mirar.
El fin del franquismo no sólo desactivó una maquinaria de represión política; puso en marcha otra, más sutil, que reescribió la pedagogía social: cómo se enseña, qué se puede decir, qué cuerpos pueden mostrarse en la antigua plaza pública (ahora léase las redes). La escuela se liberó para enseñar ciudadanía (o por lo menos, intentarlo), mientras la calle y la pantalla cultivaban la didáctica de la exposición.
Quizá la lección más desconcertante de aquel noviembre de 1975 sea ésta: las sociedades no se emancipan de la noche a la mañana; simplemente cambian de luz. España se quitó el corsé y América Latina, desde su televisión en blanco y negro, aprendió que la historia también podía narrarse en colores.
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