“Este es un libro excepcional”. El tono ponderativo con que comienza Hipólito Paz, canciller del primer peronismo, el prólogo del libro Aquel apogeo, de Juan Archibaldo Lanús, puede ser interpretada como una hipérbole de circunstancias y a veces es casi un lugar común, pero esta vez, aunque sucintamente, expresa una amplia verdad.
Aquel apogeo es hoy un clásico que como tal permite comprender la identidad argentina en el contexto internacional: cuál era el lugar de nuestro país en el concierto de las naciones durante la primera mitad del siglo veinte. La obra, que es producto no sólo de una escogida serie de entrevistas y de una minuciosa investigación de archivos, sino también de sabias reflexiones que ponderan los hechos revistados, intenta una prolija lectura de algunos procesos fundamentales de las relaciones argentinas en el contexto de un marco global.
Desafíos de la política exterior argentina ante un orden mundial no hegemónico
No es éste ciertamente el único aporte intelectual de Lanús, y pueden mencionarse bastantes más, como De Chapultepec al Beagle, que es otro clásico del autor.
Un fruto de la cultura se convierte en un clásico cuando se consagra como una obra de referencia y eso suele ocurrir cuando expresa realidades que permiten ser consideradas como visiones comprensivas de alto contenido humano. Esa hondura les permite perdurar y superar el paso del tiempo.
Dicho de otro modo, son clásicos porque revisten un valor perenne. Un clásico es un tesoro. Su profundidad consiste en que nos dicen siempre lo mismo para decirnos cosas nuevas. Las cosas importantes son las que no pasan de moda. De ahí el antiguo refrán que se formula como paradoja: "para novedades, los clásicos".
Una mirada plural al pasado
En una reciente clase que dio por finalizado el presente año académico en el Instituto de Cultura del Centro Universitario de Estudios (CUDES), un espacio de diálogo inspirado en las enseñanzas del fundador del Opus Dei, donde conviven las ideas en un clima de amistad y del cual es un profesor desde sus comienzos el embajador Lanús, se produjo un hecho que merece ser recogido.
El reconocimiento de los servicios prestados a la patria por argentinos que han consagrado su vida a altos objetivos es un deber escasamente frecuentado entre nosotros. En esta ocasión se consideró toda una vida condensada en una actitud existencial que mantuvo inalterable la primacía de un valor superior el servicio de la patria. El protagonista es un diplomático inscripto en la saga de la mejor tradición argentina, cuyo prototipo es Carlos Saavedra Lamas.
La Diplomatura en Historia Argentina -como otros programas del instituto, en una mirada amplia y plural-, apunta a presentar personajes, tanto de nuestro pasado como contemporáneos, en perspectiva latinoamericana, mediante clases especiales a cargo de historiadores de distintas corrientes y orientaciones como María Sáenz Quesada, Darío Pulfer, Luis Alberto Romero, Marcela Aspel, Gabriel Di Meglio, Eliana de Arrascaeta, Rosendo Fraga, Ceferino Reato, Alejandro Horowicz, entre otros.
La diplomacia como servicio
En la sección del programa que culminó en esta clase se trata de profundizar en biografías de esas personas que se han destacado en la consecución de los intereses nacionales a lo largo de la biografía de la patria. Este es el caso de Juan Archibaldo Lanús.
El criterio que inspira la currícula es el estudio de la historia a través de sus protagonistas, porque ella no es solamente un mero artefacto de procesos estructurales, sino el fruto vivo de quienes la forjaron con sus propias vidas y le imprimieron un sentido. La historia no es un determinismo de relaciones estructurales sino que es escrita cada día por los hombres y mujeres que protagonizan las pequeñas y grandes acciones que la construyen.
Lanús es hoy una personalidad reconocida por sus aportes historiográficos a la política internacional de la Argentina pero también ocupó diversos cargos como embajador en París, representante argentino ante la Unesco, secretario de relaciones internacionales de la Cancillería y director ejecutivo del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) entre muchos otros más.
La parte sustancial de esta clase especial consistió en un diálogo del homenajeado con el embajador Julio Lascano y Vedia como interlocutor, sobre algunas circunstancias de su vida familiar y profesional como representante argentino en el exterior, y también sobre diversos asuntos de su experiencia personal, así como de otros relativos a la política internacional argentina en un enfoque histórico y en la perspectiva de la actualidad. En el tramo final, Gustavo Grippo, Teresa González Fernández, Miguel Barrios y Félix Menicocci expusieron distintas facetas de la vida del embajador.
El amor a nuestros padres es el primer vínculo social que posee cada ser humano que viene a este mundo del que surge una virtud: la piedad patriótica. La patria es la terrapatrum, a la que debemos una honra que desciende de nuestros antepasados y esa virtud es la piedad.
Francisco, Evita y la Rosa de Oro
Es un estremecimiento que resuena muy dentro desde lo más profundo de los tiempos. Su energía fluye de un solar que es nuestra herencia y que está regado con la sangre argentina. Allí precisamente, en ese ordo amoris es donde reside la responsabilidad de una misión.
¿Cuál es esa misión? Es precisamente el servicio de la virtud.
Pero cuando se siente su ausencia es cuando más necesitamos verla encarnada en las personas concretas de nuestro pueblo. De ahí este homenaje. Es justamente en estos momentos en los que se hace más necesario contemplar en ellas esa luz de la piedad patriótica que brilla en los hombres egregios. Ellos nos muestran que hay una esperanza en el futuro.