La trampa de los extremos: corromper lo legítimo
“Estamos frente a la antiquísima receta de la lógica amigo-enemigo”, advierte la autora. Y la consecuencia es que las minorías son ignoradas, porque dejan de escucharse otras voces.
En política hay una paradoja recurrente: los extremos, aunque se proclamen antagónicos, terminan encontrándose. Se enfrentan con discursos encendidos, pero comparten un mismo método: apropiarse de banderas legítimas, vaciarlas de contenido y ensuciarlas con oportunismo político.
El kirchnerismo hizo de los derechos humanos -uno de los consensos más valiosos de nuestra historia democrática- un campo de batalla ideológico. Lo que debía ser memoria, justicia y reparación terminó reducido a una bandera partidaria, con organismos cooptados y con la sospecha de que detrás de las consignas se escondían privilegios, negocios y clientelismo. Un principio valioso fue convertido en mercancía política.
En la vereda opuesta, los libertarios prometieron liberar a la sociedad del peso de un Estado ineficiente y de subsidios mal otorgados. Su bandera era la libertad y la transparencia fiscal.
Sin embargo, lo que podría haber sido un aporte serio al debate económico se vio contaminado por la soberbia, la improvisación y las sospechas de los mismos vicios de corrupción que decían combatir.
¿Qué características tiene el populismo?
En ese estado de cosas, el Gobierno sigue sin tener un presupuesto aprobado por el Congreso Nacional desde que asumió, acumulando méritos para erosionar la legitimidad institucional.
Tampoco se pierde oportunidad para denigrar a cualquier grupo social -y si es vulnerable, mejor-, porque toda semilla que sume al odio ideológico se convierte en combustible para una causa suprema que, a esta altura, ya ni siquiera queda clara.
Finalmente, lo que queda en evidencia es que estamos frente a la antiquísima receta de la lógica amigo-enemigo. Y esa lógica siempre conduce a las mismas consecuencias, que corrompen la legitimidad del poder: lo despoja de su carácter institucional y lo convierte en un ejercicio personalista, autoritario y arbitrario.
Bajo esa dinámica no hay respeto a las minorías, se pierde la diversidad de voces y se erosiona la base misma de la democracia.
Es nuestra responsabilidad ciudadana estar atentos y no dejarnos seducir con disfraces retóricos con que los extremos, una y otra vez, intentan capturar y corromper lo legítimo.
*Abogada especialista en Derechos Humanos. Miembro de Abogados en Acción
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