Un fantasma recorre el Malba
La muestra de Carrie Bencardino en el museo porteño se convirtió en un escándalo cuando el artista Ciruelo Cabral posteó que una de sus obras fue plagiada. El acusado dijo que las personas admiradas son fantasmas. Y se abrió el debate: ¿qué aporta al arte la apropiación?
En las últimas semanas estalló el escándalo alrededor de la muestra El desentierro del diablo del artista Carrie Bencardino en el Malba. Ciruelo Cabral, renombrado dibujante del fantasy, posteó una imagen Instagram, donde compara una pintura expuesta en el Malba de Carrie Bencardino y una obra suya titulada Dragon Caller (2005). La comparación sugería un plagio. La respuesta del artista no se hizo esperar: “Te cito siempre como mi gran referente al hablar de esa obra. Mi muestra gira en gran parte en torno a las imágenes que más me influenciaron cuando era adolescente y me empezaba a interesar el arte. Unx nunca piensa que las personas que admira pueden ser terribles fantasmas, pero bueno, lecciones que se van aprendiendo”.
Aunque seguramente por razones distintas a las de Bencardino, coincido en que Ciruelo es un tremendo fantasma, un fantasma que recorre el Malba. La pregunta es qué tipo de fantasma.
La discusión escaló por distintos vericuetos: la cuestión de la propiedad intelectual y los derechos del artista presuntamente homenajeado o las agresivas y repudiables reseñas de tipitos enojados en YouTube que, más que hablar de arte, mezclaron todo con todo, vincularon lo sucedido con la identidad trans no binaria del artista, denunciaron el fin de Occidente y por poco no hablaron de “arte degenerado” (si es que no lo hicieron).
Malba. Ciruelo Cabral declaró que se sentía plagiado por Carrie Bencardin.
Rodrigo Moura, director artístico del Malba, declaró: “La cita de un detalle de una pintura de Ciruelo Cabral —ampliado, repintado y resignificado— en una obra que forma parte de la exposición actual de Carrie Bencardino en Malba, habilita una discusión interesante sobre la originalidad, la autoría y la propia naturaleza mimética de la pintura”. Pero a nadie parece interesarle esta discusión.
La apropiación como recurso estético ya es una vieja tradición hija de la posmodernidad. Habiendo dejado atrás el arte moderno, que busca siempre la novedad y tenía una mirada despectiva del pasado, pasamos a una etapa donde lo anterior es visto positivamente. El arte “por fin se ha sustraído a la tiranía de la novedad” (Bonito Oliva 2000, 38). Arthur Danto (2014) será quien caracterice a la posmodernidad como la era del apropiacionismo (pensemos en las “refotografías” de Walker Evans de parte de Sherrie Levine, las reproducciones de las publicidades de Marlboro de Richard Prince o los “Not Pollock” o “Not Duchamp” de Mike Bidlo).
Nadie duda de que haya habido algo de “copia” en estos casos, pero el gesto del artista abrió un espacio de reflexión y discusión. Es cierto que este recurso no es exclusivo de la posmodernidad; hay antecedentes modernos (Duchamp, Rauschenberg), pero la intertextualidad aparece como un recurso preponderante en esta era. Por ello, la cita emergerá como un recurso propio de la estética posmodernista.
Y estos casos no han estado exentos de polémica. Por ejemplo, la serie New Portraits [Nuevos retratos], de Richard Prince del año 2014, que casualmente fue expuesta en la muestra Cindy Sherman / Richard Prince en el Malba en el 2018, se trataba de 38 diferentes “capturas de pantalla” de fotografías de distintos usuarios subidas a Instagram. Prince tomó tal cual estas imágenes, con la única salvedad de que agrega comentarios y emojis, por lo general bastante bizarros, con su usuario, las imprimió en gran formato y las colgó en una galería. La muestra comenzó a tomar relevancia en los medios cuando las “refotografías” comenzaron a venderse por miles de dólares (algunas se acercaron a los 100 mil) y algunos de los creadores originales de las imágenes demandaron al artista por derechos de autor.
En este marco, Nicolas Bourriaud habla de “postproducción”. Desde los 90 hasta hoy, ante la multiplicación de imágenes llevada a cabo por los medios masivos de comunicación, los artistas reutilizan, recontextualizan y reinterpretan distintos elementos de la cultura visual. “Salidas de revistas o de sitios de Internet, están por volver a ellos, inestables, espectrales. Todo origen formal se ve aquí negado, o más aún, hecho imposible. La mixtape representa el emblema de esta cultura de la posproducción” (Bourriaud, 2018, p. 118). Son estos espectros, fantasmas, los que vuelven a aparecer una y otra vez en otras formas.
Por supuesto que el que haya habido apropiaciones en el pasado no hace a cualquier intento de apropiación una propuesta interesante, pero sí es innegable que hay un marco que legitima la práctica.
Más que un problema técnico de pintura (cuán parecida es la forma, el color, el marco), es el contexto.Puede haber dos copias idénticas y una ser un plagio y la otra una apropiación. Lo fundamental es el contexto: ¿quién la acompaña? ¿En qué circuito aparece? ¿Cómo se presenta? Las “refotografías” de Walker Evans por parte de Sherrie Levine eran idénticas a las originales, pero el título de la obra, After Walker Evans, lejos de ocultar su origen, denuncia la operación. Lo mismo sucede en el caso de Prince y su apropiación de imágenes de Instagram, donde claramente vemos el nombre del usuario. El problema en el caso de Bencardino es que no había una referencia a Ciruelo.
Es cierto que Ana Longoni en un texto del catálogo menciona que las reversiones de imágenes de Internet “podrían ser de Ciruelo”, pero parece una especulación más que una confirmación. Aparte, ¿cuántos visitantes compran el catálogo? En el texto curatorial no encontramos muchas pistas de su gesto de apropiación. En el texto original de la web (ahora fue modificado) solamente sugería “la muestra destaca así las conexiones entre la imaginación –o más precisamente, la capacidad de imaginar– y la política, involucrándose con la producción de imágenes y recuperando indicios pasados que pudieran torcer las ideas totalizantes del relato colectivo”.
Personalmente no creo que haya habido intención de plagio. Se han visto videos de Bencardino hablando de la influencia de Ciruelo en su obra antes del escándalo. Pero el problema fue que no había ningún elemento que permitía conectar fehacientemente la obra de Bencardino con la de Ciruelo. Quizás hubiese sido preferible desde la curaduría pecar de demasiado pedagógico, de “sobreexplicador”, como dice Bencardino en un posteo -lo cual terminaron haciendo posteriormente al agregar un texto explicativo en la muestra- y evitar toda esta escalada que nos aleja de la discusión central.
Más que si hubo plagio o no, la pregunta más interesante, al menos para mí, que deberíamos hacernos ante la obra es: ¿qué agrega esta apropiación o resignificación? ¿Qué desplazamiento de sentido produce y, por tanto, qué nueva perspectiva sobre el mundo o el arte trae consigo? En definitiva, ¿qué tipo de fantasma es Ciruelo en esta muestra?
En Los fantasmas de mi vida, Mark Fisher retoma la idea de hauntología hanté (encantado, fantasmal, espectral) y ontologie (ontología) de Jacques Derrida. Allí distingue dos tipos de fantasmas: los que ya no son más y los que todavía no son. Es decir, en el primer caso se trata de los fantasmas que siguen en el presente; nos quedamos repitiendo el pasado una y otra vez sin poder decir algo nuevo (lo que para Fisher es lo que predomina en la cultura contemporánea, incapaz de pensar una alternativa al capitalismo).
El otro tipo de espectro es el que todavía no llegó, pero empieza a influir en nuestra realidad; es una especie de fuerza o atracción a un porvenir, a algo nuevo, como cuando Marx habla del comunismo como un fantasma, la promesa de una revolución que está al caer. Este concepto puede servirnos para repensar la apropiación. La obra de Bencardino transforma a Ciruelo en un “terrible fantasma”. La pregunta es en qué tipo de fantasma: o como una réplica del pasado que no aporta nada innovador o como una irrupción de una novedad, de ideas y discusiones frescas y distintas, a partir de lo viejo.
*Dr. en Filosofía, Magister en Historia del Arte y becario posdoctoral del CONICET.
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