Del streaming al vivo

Tomás Rebord reunió quince mil personas con "Hay algo ahí" en el Movistar Arena

El conductor de 'Hay algo ahí' superó el desafío de llenar su primer Movistar Arena. Tomás Rebord y su equipo, en escena, hicieron su homenaje a Batman.

Tomás Rebord llevó el Movistar Arena con "Hay algo ahí". Foto: ADESELPHOTO/GTZA.BLENDER

Ante 15 mil personas reunidas en el Movistar Arena, Tomás Rebord expuso por última vez en el año lo que tenía para decir. El formato de edibordial (uno de los varios neologismos en torno a su nombre), fue el prólogo a un especial de comedia que se había hecho esperar como un misterio imposible de develar hasta el momento en que se apagaron las luces y Manu Jove apareció, encarnando a un Harvey Dent, cuya gran dicotomía era el info y el tainment, las dos caras del binomio con el que se autopercibe el programa diario Hay Algo Ahí.

Showman: Tomás Rebord en el escenario como anfitrión de Hay algo ahí, en vivo.

La reflexión acerca de la importancia de la información, se presentó corrompida en ese primer acto por la irrupción del entretenimiento, en un viraje repentino que mostró la faz dañada de Dos Caras. Así, con un monólogo coreografiado, empezaba la segunda parte de la adaptación de Batman, la narrativa elegida para dar forma a este especial de Hay Algo Ahí. Hace unos meses, en conversación con PERFIL, Tomás Rebord exponía algo que reformuló en el prólogo del Movistar Arena: “Hasta el Gran Rex tenía todo más o menos calculado. Esto ya es una locura”.

¿De qué trata "Náucrato", el libro que publicó Tomás Rebord?

A lo que hacía referencia el conductor es a la gira Rebord dice cosas, con la que recorrió el país, improvisando monólogos basados en sus reflexiones y ocurrencias. En este caso, la antesala del especial sirvió como espacio para reflexionar acerca de algunos ejes. Los principales fueron “la realidad está rara” y “la trascendencia”. En un péndulo entre filosofía y humor, el recorrido incluyó una puesta en palabras (y en abismo) de la extrañeza de estar parado ahí, ante una multitud que no sabía exactamente lo que estaba yendo a ver.

 

Hay una sutil ilusión en esa aseveración, instalada por el propio equipo: quienes compraron la entrada, acometiendo un acto de fe propio de cualquier fan de algo, sabían exactamente lo que estaban comprando. Básicamente, un momento de autenticidad, reflexión y risas. Una versión presencial –de Rebord y su equipo– y a gran escala de lo que los reúne frente a una pantalla varios días a la semana.

La emoción de Tomás Rebord en los agradecimientos que dio al cerrar Hay Algo Ahí ante quince mil personas.

Nunca fue tan raro existir como ahora”, reflexionó Rebord. “Porque la atención está extraña y fragmentada. La cultura también. Cada uno recibe una customización absoluta de lo que quiere ver on demand, en la forma en la que quiere verlo, desprendido de los otros, sin tener que tener roce con otras personas, y se junta nada más a través de medios digitales. La humanidad está segmentada, pero también delegada”, agregó.

Juan Ruffo, el "otro yo" de Tomás Rebord en "Hay Algo Ahí".

Algo de esa comparecencia ante el orador fue, para esa comunidad específica, una muestra de existencia que, como complemento de lo expuesto por Tomás Rebord, fue uno de los pocos actos de sensatez del año. Porque no hay nada raro en conectarse de lunes a domingo (con el viernes y el sábado como excepción) a una pantalla para ver un programa de entretenimiento como Hay Algo Ahí. Por lo menos, ese comportamiento signó el ocio de Occidente durante el siglo XX, el del espectáculo televisado. Asistir a un recinto, rozar codos o rodillas, corear un cántico más o menos atinado no son más que signos de humanidad.

Fans de Hay Algo Ahí, el programa de Tomás Rebord en Blender, disfrutaron la propuesta escénica.

"Lentamente se va empujando todo lo que nos hacía personas a un espacio diferente. Eso es lo que permite que existan eventos totalmente multitudinarios que uno no tiene la menor idea al respecto", continuó Rebord, avanzando hacia una conclusión acerca de la naturaleza misma de su voluntad, en esta instancia más cercana a perforar en su individualidad para conectar mejor con el resto que en ser recordado. Quizás en esa exposición ante la multitud, radique un signo de resistencia ante la avanzada del individualismo, que no propone otra cosa que la desintegración de los individuos y de los colectivos.

Efecto colateral pos megashow: la campaña Rebord Presidente.

A lo largo del número planteado, desfilaron prácticamente todos los hitos de Hay Algo Ahí, encarnando siempre a algún personaje del universo de Batman. Juan Ruffo, celebrado con aplausos y vítores por los presentes, interpretó al comisionado Gordon, amigo, aliado e interlocutor directo de Batman, querido por por sus valores y sentido de justicia y testigo de la lucha y el sacrificio del héroe de Blender. Perdón, de Ciudad Gótica.

Luego se sucedieron las apariciones de Dillom vestido del Acertijo, entonando la introducción del programa y su canción Buenos Tiempos; la captura de Pedro Rosemblat como presunto guardián del infotainment, la hamletiana aparición de los espectros de Fío Sargenti y Jorge Piranello como padres de Batman y de Juan Ruocco, que se presentó como Sergio Wayne, supuesto tío de Bruce. “¡Un personaje completamente canónico!”, en sus propias palabras.

Vista aérea del Movistar Arena durante el show de Tomás Rebord.

Los intervalos del espectáculo desenmascaraban la estructura de la narración. Los actos contenían sus resoluciones dándole lugar a una metatextualidad que generaba comicidad. Todo parecía resuelto, hasta que el próximo conflicto emergía. Y, si toda la obra estaba montada en homenaje al Batman de Christopher Nolan, no podía faltar el Joker, quizás el personaje más memorable de esa trilogía puntual. El encargado de darle vida al antagonista, al igual que en la primera entrega de la reescritura, fue Guille Aquino, una de las almas mater de Blender. Entre desquicios, risas e intensidad, su actuación fue sobresaliente, quizás por una suerte de hiperrealismo acuciante, en ese contexto: no se entendía si era una interpretación o la exposición de su misantropía y percepción del streaming.

El día que Tomás Rebord cambió la acidez por la indignación.

Para el final, el Comisionado Gordon concluyó que, de la misma manera que el público espera todos los días a sus héroes, ellos esperan también la presencia del público. Ya emocionado, dio el cierre, antes de que Rebord volviera aparecer, nuevamente vestido de civil. Antes de que empezara la adaptación de Batman, Tomás Rebord había invitado a los asistentes a creer. Una directiva que se puede aplicar a cualquier forma de ficción, y que, si se sigue, la percepción puede ampliarse. Suspender la razón y confiar en un camino propuesto para entregarse al disfrute es una magia disponible en cualquier rincón del mundo. El éxito de Hay Algo Ahí no es ajeno a ese acto de fe.

 

EI/DCQ