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Crisis en Venezuela

Sudamérica, campo de batalla de la nueva guerra fría

La crisis política en Venezuela ha enfrentado a EE.UU. con un dictador que se rehúsa a abandonar la presidencia. Pero la crisis tiene un significado más amplio: demuestra que Latinoamérica se ha convertido una vez más en el escenario en que grandes poderes rivales luchan por obtener influencia y ventajas. EE.UU. se enfrenta a una nueva ola de competencia geopolítica alrededor del mundo y sufre presiones en su propio patio trasero.

Nicolás Maduro.
Nicolás Maduro. | Bloomberg

La crisis política en Venezuela ha enfrentado a EE.UU. con un dictador que se rehúsa a abandonar la presidencia. Pero la crisis tiene un significado más amplio: demuestra que Latinoamérica se ha convertido una vez más en el escenario en que grandes poderes rivales luchan por obtener influencia y ventajas. EE.UU. se enfrenta a una nueva ola de competencia geopolítica alrededor del mundo y sufre presiones en su propio patio trasero.

La región ya ha sido el foco de competencia global, claro está, desde la rivalidad entre España y Portugal en los siglos XV y XVI hasta la guerra fría entre Washington y Moscú. Sin embargo, después de la caída de la Unión Soviética, Latinoamérica parecía, al menos durante un tiempo, haberse convertido en una zona libre de geopolítica. La retirada y desintegración de Unión Soviética dejó a EE.UU. sin contrincante por la influencia regional predominante. La Cuba de Castro se encerró en si misma, sumida en una profunda crisis económica. A medida que los países se democratizaron y se abrieron a mercados libres, la región también se volvió unipolar en un sentido ideológico.

No obstante, a inicios de los años 2000, el clima fue cambiando. Primero llegó una generación de líderes que consideraban que la economía neoliberal era la fuente de la constante pobreza y desigualdad de la región. Los gobiernos liderados por personas como Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador combinaron atractivos políticos populistas con programas inclinados hacia el iliberalismo y, en algunos casos, el autoritarismo. Ellos han retado a EE.UU. a nivel diplomático y retórico, y han establecido relaciones cercanas con Cuba. Así, se creó un bloque de actores regionales que se oponían al poder estadounidense -mientras actores externos empezaban a, o , su propia influencia en la región.

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La economía de China ha prosperado en las últimas dos décadas y su presencia en Latinoamérica también ha crecido. El comercio y la inversión China ha surgido casi en todo lado, no solamente en países dirigidos por populistas radicales. El comercio y los préstamos chinos han ofrecido una mano amiga a gobernantes iliberales como Chávez y Maduro al reducir su vulnerabilidad frente a la presión de EE.UU. y del occidente. Luego siguió el compromiso militar, creando temores de que Pekín pudiera intentar establecer una posición estratégica en el hemisferio occidental. Aunque ciertos aspectos de la relación entre China y países latinoamericanos siguen siendo controvertidos -algunos proyectos de infraestructura chinos han sido criticados porque usualmente acuden a mano de obra China y no latinoamericana, por ejemplo- Pekín se ha convertido sin duda alguna en un actor del hemisferio occidental.

Rusia ha ofrecido apoyo económico y diplomático a Chávez, Maduro y otros gobernantes autocráticos como Daniel Ortega en Nicaragua. Ha vendido a gobiernos populistas jets, tanques y otras armas y reanudó los envíos de petróleo a Cuba al igual que la entrega de tecnología militar. Para gran preocupación de EE.UU., el Kremlin también ha estado trabajando para establecer una presencia significativa de inteligencia en Nicaragua. Tal y como lo describe el Fondo Carnegie para la Paz Internacional, "el enfoque de Moscú frente a Latinoamérica hoy en día hace eco del apoyo soviético entre 1960 y 1980".

Las relaciones rusas y chinas con los países latinoamericanos a menudo se describen como simplemente transaccionales, y es cierto que tanto Moscú como Pekín pueden impulsar grandes negocios por su apoyo. Un precio del continuo respaldo de Rusia al régimen de Maduro ha sido una participación significativa en la industria petrolera venezolana. China también ha visto a Venezuela como una fuente de energía, y su crecimiento económico habría impulsado una mayor participación en Latinoamérica, incluso en ausencia de cualquier diseño geopolítico.

Pero para ambos países, esta participación también tiene una lógica profundamente competitiva. Llegar a Latinoamérica es una forma de mantener en desequilibrio a EE.UU., ejerciendo influencia en el "extranjero cercano" de Washington. Ayuda a aumentar la influencia y la talla mundial de Pekín y Moscú en un momento de intensificación de la rivalidad con Washington. Finalmente, apoyar a regímenes autocráticos como los de Caracas y Managua, ya sea en silencio, como en el caso de China, o más vocalmente, como en el de Rusia, también es una manera de asegurarse de que el mundo siga siendo ideológicamente seguro para el autoritarismo en Pekín y Moscú.

Todo esto constituye el telón de fondo de la crisis venezolana. El crecimiento de la influencia rusa y china en Latinoamérica en general, y en particular en Venezuela, es una razón clave por la cual la administración de Trump ha tomado la bandera de los derechos humanos y la democracia de manera tan inusitada. Al imponer sanciones económicas severas, pedir a los militares que abandonen a Maduro y respaldar a la oposición política liderada por Juan Guaidó, el gobierno de Trump está tratando de privar a Moscú, Pekín y La Habana de un socio crítico en Latinoamérica. Y mientras Rusia y China han respondido de manera muy diferente a esta crisis, ambos están trabajando, a su manera, para proteger a este socio.

El gobierno chino ha registrado su oposición a la campaña internacional contra el gobierno de Maduro; ha seguido reconociendo a su gobierno asediado incluso cuando docenas de países democráticos han apoyado a Guaidó. Rusia ha sido mucho más asertiva, denunciando a Washington por intentar "diseñar un golpe de estado", en palabras de su representante de las Naciones Unidas. Ha advertido contra la intervención militar estadounidense y ha enviado simbólicamente dos bombarderos estratégicos con capacidad nuclear a Venezuela. Más concretamente, Moscú ha enviado a 400 mercenarios para reforzar la guardia pretoriana de Maduro y ha prometido apoyo económico adicional. Por lo tanto, hay una cierta sensación de guerra fría en la crisis actual, con EE.UU. y sus rivales alineados en lados opuestos de un conflicto sobre quién debe gobernar un país latinoamericano clave.

Sin duda, hay un elemento de engaño en la posición de Moscú. Solo puede proyectar un poder militar muy limitado en Venezuela o en cualquier otra parte de Latinoamérica. Sin embargo, al proporcionar a Maduro el apoyo moral y material que de otro modo no tendría, tanto Rusia como China están haciendo que la crisis actual sea más difícil de resolver.

¿Está listo EE.UU. para este nuevo entorno en el que las crisis locales y las tensiones globales vuelven a interactuar de manera desafiante? La administración de Trump merece algo de crédito aquí. Ha hablado con franqueza acerca de los peligros que la influencia china y rusa presentan para Latinoamérica y EE.UU. También ha trabajado en estrecha colaboración con otros gobiernos latinoamericanos -incluido el nuevo y problemático presidente de Brasil, Jair Bolsonaro- para coordinar la campaña de presión diplomática contra Maduro.

También hay tendencias menos útiles en la política de EE.UU. La hostilidad anterior de Trump hacia Nafta dio a México y otros países latinoamericanos incentivos para diversificar sus relaciones económicas, siendo China un objetivo con disposición. El gobierno advirtió en tono grave sobre las amenazas que representan las inversiones chinas, sin dejar claro a dónde deben recurrir los países latinoamericanos en busca de recursos.

Luego están los comentarios ofensivos del presidente hacia las personas de ascendencia hispana, que poco han atraído al público latinoamericano. En una encuesta de 2015 del Pew Research Center, un promedio de 66 por ciento de los latinoamericanos de siete países diferentes percibían a EE.UU. de manera positiva. Bajo Trump, el número ha caído a 47 por ciento. Finalmente, desarrollar una estrategia integral para manejar la influencia china y rusa requerirá políticas consistentes y cultivar relaciones clave: talentos que esta administración rara vez ha demostrado.

Washington está despertando cada vez más cerca a la nueva lucha por la ventaja en Latinoamérica. El resultado en Venezuela será un primer indicador que reflejará si la política de EE.UU. está a la altura de la tarea.