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La lectura en el inodoro

Dan Kois
Dan Kois | Cedoc

Hace muchos años Henry Miller (tal vez por primera vez, no lo sé) reflexionó sobre la lectura en el inodoro en un texto llamado, justamente, “Leer en el inodoro” (o el retrete, dependiendo la traducción que a uno le caiga entre manos). Se trata de una costumbre muy común e inconfesable que demuestra cierta práctica compulsiva y a veces adoradora: no el cómodo sillón ni la mullida cama, sino el inodoro, que Miller ve como el lugar adecuado para la realización de cosas intensas: “En el inodoro, donde no parecería necesario hacer ni pensar nada, donde al menos una vez al día uno puede estar a solas consigo mismo y donde lo que ha de ocurrir responderá a un mero automatismo, incluso ese momento de bendición, porque se trata de una bendición por menor que parezca, debe romperse por medio de la concentración en el texto impreso.”

En un artículo aparecido en la revista Slate, el escritor islandés Dan Kois reflexiona sobre las repercusiones que tiene la lectura del smartphone en el baño, lamentándose de que ya nadie lea libros o revistas en ese lugar sino que toda lectura quedó resumida a lo que llama el “scrolling de baño”, el paso un poco automático, con esa mirada perdida y un poco estúpida que todos asumimos cada vez que miramos una pantalla. Es más: la utilización de esos aparatos en el baño llevó a que mundialmente aumentara el tiempo de permanencia en él, ya sea dedicados a la lectura como al consumo de imágenes de toda especie, pornografìa, partidos de fútbol o videojuegos. El asunto es que como todo cambio en las costumbres, implica riesgos.

El más importante es las hemorroides. Efectivamente, permanecer mucho tiempo sentado en el inodoro puede aumentar los riesgos de desarrollar hemorroides. Existe una correlación entre el hecho de permanecer mucho tiempo sentado sobre un agujero y la ley de gravedad que se traduce en una mayor presión sobre la zona que no debería verse afectada si estamos sentados sobre una silla o cualquier variante, por ejemplo. Pero no es solo eso. Quienes se dedican a leer libros o revistas en el baño suelen dejar los libros o las revistas allí, cosa que no ocurre con quien recurre al smartphone. Eso significa que los microorganismos patógenos que normalmente se encuentran en el baño más que en ninguna otra parte de la casa terminan en la pantalla. Sin contar no solo con que lo sacamos del baño y lo llevamos con nosotros, sino que es el aparato que probablemente más tocamos a lo largo del día. Aunque muchos dudan del peligro real que implican esos agentes patógenos, otros han instalado (en Japón, por ejemplo), espacios junto al lavabo que desinfectan el teléfono mientras el usuario (como debería hacer cada vez que va al baño), se lava las manos.

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En realidad, dejando de lado los posibles peligros concretos relacionados con la utilización del smartphone en el baño, el solo hecho de permanecer sentado a lo mejor media hora viendo historias de TikTok o Instagram son indicativas de que algo no anda como debería. El teléfono, como ocurre en muchos otros órdenes de la vida, no sería más que el chivo expiatorio sobre el que hacemos recaer una larga serie de problemas del que los únicos causantes somos nosotros mismos. El aburrimiento, la soledad, el cansancio, la ansiedad, por no nombrar la mala suerte, la falta de dinero, los problemas y los desengaños amorosos provocan efectos en nosotros que solemos atribuir al teléfono, que a todas luces es inocente.

De lo que se trata no es de no utilizar el smartphone en el baño, sino de afrontar los problemas, encontrarles solución y, en lo posible, consumir alimentos ricos en fibra, beber suficiente agua todos los días y acudir al médico a la menor señal de hemorroides.