Este año la economía volverá a crecer. En efecto, hay varios factores (desde el blanqueo de capitales y la recuperación del poder adquisitivo de amplios sectores de la población, hasta la reactivación de la obra pública y la estabilización política, económica y financiera en Brasil) que les dan sustento a los pronósticos que auguran un rebote de la actividad económica interna durante 2017.
Sin embargo, para que la recuperación de este año se transforme en el puntapié inicial de un proceso de crecimiento económico sostenido, aún quedan cosas por hacer. Más teniendo en cuenta que Argentina no ha podido generar un proceso de crecimiento económico continuo en los últimos cincuenta años. En efecto, y tal cual se distingue en la infografía que acompaña a este artículo, entre 1964 y 2016, el PBI real creció 274% (lo que da un promedio anualizado de sólo 2,5%). La situación luce incluso peor cuando se incorpora a la ecuación el crecimiento poblacional. El PBI real per cápita de la Argentina creció en los últimos 53 años 82%, a un promedio anual de 1,1%.
En dicho período, se distinguen siete ciclos económicos bien definidos. Entre 1964 y 1974, el producto real por habitante subió 3.3% por año, para luego estancarse entre 1975 y 1980 (0% de crecimiento anual promedio durante dicho período) y caer 2.5% promedio por año entre 1981 y 1990. A partir de 1991, y hasta 1998, el PBI per cápita se expandió 4,5% promedio por año, para desplomarse luego al 6% anual promedio entre 1999 y 2002. Post-convertibilidad (entre 2003 y 2011), el producto por habitante creció 5,1% promedio por año. A partir de 2012, y hasta el año pasado, el PBI real per cápita se redujo a un ritmo promedio anual de 1,4%. Con respecto a esto último, y para decirlo de otra manera, hacía cinco años que la economía argentina no crecía, y, medido por habitante, caía a un ritmo no despreciable.
De cara al futuro, y aunque no hay una única fórmula mágica para el crecimiento económico sostenido, resulta crucial entender que los países que más crecen y se desarrollan parecieran compartir ciertos factores comunes (tanto desde lo económico como desde lo social/institucional), algunos de los cuales vale la pena destacar.
En lo social, el factor común radica en la presencia de mayorías sociales con una visión compartida en torno a preceptos básicos (“modelo de país”), que se mantiene estable en el tiempo (no sirve que la visión compartida de la mayoría oscile continuamente a medida que se suceden los distintos gobiernos). En lo político, el factor común radica en el respeto institucional en todas sus formas, que sirva para limitar los excesos y desvíos tanto del Gobierno como del sector privado (ya sean empresas, periodismo, sindicatos, trabajadores, etc.) respecto de aquella visión social compartida. Y en lo económico, el factor común radica en la estabilidad macro.
El Gobierno, durante su primer año de administración, ha logrado avances importantes en factores políticos/institucionales, principalmente, y también económicos (con el fin del cepo cambiario, el arreglo con los holdouts y la reducción de la inflación, entre los aspectos más destacables). Sin embargo, aún queda camino por recorrer. En particular, y en lo que respecta a las cuestiones económicas, y más allá de los avances descriptos previamente, la reducción del déficit fiscal (federal y provincial), el aumento de los niveles de productividad laboral (vía incrementos en los niveles de inversión privada en capital físico y humano) y las mejoras de competitividad (a través de una renovación y ampliación de la infraestructura y de un valor real del dólar en la plaza doméstica que se encuentre más alineado con los niveles de productividad vigentes hoy) son todas cuestiones que necesariamente deberán resolverse para que la economía argentina pueda expandirse sostenidamente en el mediano/largo plazo.
En particular, el tema de la productividad es central. A mediano plazo, y dadas las restricciones político-sociales que conllevan los movimientos bruscos del tipo de cambio, el rol de la productividad resulta clave como herramienta para lograr mejoras sistémicas en los niveles de competitividad. Y la productividad ha estado, en general, ausente durante las últimas décadas en Argentina. En efecto, hoy la productividad del trabajo es, en promedio, un -4,2% más baja de la que había en 1998, al tiempo que se redujo -3.5% en los últimos cinco años.
El tema es que productividad es sinónimo en buena medida de inversión privada, e inversión privada es sinónimo de, además de respeto institucional (aspecto en el cual se han visto mejoras significativas durante el primer año de gestión de Macri), un rumbo macro ordenado y previsible.
Está claro que el desafío es grande, pero también que todo resulta más fácil cuando la economía crece. El Gobierno deberá evitar durante 2017 caer en la tentación de creer que, porque el PBI vuelve a expandirse, la tarea de normalizar la economía, luego de los varios y profundos desequilibrios heredados del kirchnerismo, ha finalizado.
La Argentina enfrenta a partir de este año una nueva gran oportunidad: discutir en serio cómo generar las condiciones sociales, institucionales y económicas para embarcar al país de una vez por todas en un proceso sostenido de crecimiento y desarrollo económico.