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95.dios

Estuve un rato larguísimo ahí sentada, sintiendo la humedad del aire. Pensé que por eso siempre me gustaron las galerías y los porches.

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95.dios. | marta toledo

El día antes había hecho un calor infernal. Comimos abajo de la enramada. Cuando trajimos el ventilador se cortó la luz. Mojamos a los perros. Le pusimos mucho hielo a la sidra, a la cerveza. Me acordé que hacía más de veinticinco años había visto por primera vez alguien poniéndole hielo a la cerveza y había sido en ese mismo patio. La tormenta se armó de repente. Como quien dice una tormenta de verano. De golpe el cielo empezó a ponerse negro. Primero el viento que levantó tierra y avivó las brasas escondidas entre la ceniza, los restos del fuego del mediodía. El mismo viento arrastró hojas secas y pedazos de ramas. Obligó a levantar todo y entrar en la casa y cerrar las ventanas, aunque seguía el corte de luz y el calor. Los perros se metieron abajo de la mesa, asustados. Después recién vino la lluvia. Me senté en la galería a mirar la tormenta, el jardín iluminado por los relámpagos. Estuve un rato larguísimo ahí sentada, sintiendo la humedad del aire. Pensé que por eso siempre me gustaron las galerías y los porches. Porque entonces se puede estar afuera aunque llueva, se puede estar justamente afuera si llueve para mirar la lluvia. Al otro día el único rastro de la tormenta son algunos postes caídos, las ramas quebradas de los árboles del boulevard. Salimos de regreso. Hace mucho que no hacíamos este camino: Chaco, Santa Fe, Buenos Aires. Sin embargo apenas empezamos el recorrido todo me resulta familiar: los hornos de ladrillo, los nombres de los pueblos que se levantan al costado de la ruta, el poco monte que la soja no se comió todavía. Cuando pasamos por Gato Colorado, nos detenemos. Siempre que paso por ahí les saco una foto a los gatos de la entrada. Están recién pintados, se ve… el rojo más furioso que nunca, los ojos delineados, la manchita blanca en el pecho, las uñas también bien marcadas. Le mando una de las fotos a Cristina Iglesia porque me contó que de jovencita vivió un tiempo allí. Subo otra a instagram. Alguien me comenta que antes el pueblo se llamaba Tacurú. Es un lindo nombre también, supongo que en honor a los grandes hormigueros que ondulan los campos de la zona. Pero entonces ¿por qué de Tacurú a Gato Colorado? esa historia es más interesante todavía, me enteraré después. En los años 30 se instala en el lugar un tal Gani y pone un almacén y boliche. Parece que tenía unos ojos hermosos, felinos, y por eso le decían el Gato. Por un enredo de polleras, un marido despechado le prende fuego el boliche. El Gato logra escapar, pero se quema la cara y le queda una cicatriz roja. Sale del incendio siendo un gato colorado: vamos al boliche del Gato Colorado, decían los paisanos y fue quedando el nombre, bautizando el pueblo. Entre Gato Colorado y Tostado prácticamente no hay nada. Tampoco hay nadie en la ruta porque es domingo después de las fiestas. Pongo la radio y una tras otra pasan las estaciones evangélicas. Dejo una FM porque están pasando cumbia… pienso que por un rato logramos burlar el éter del Señor, pero no. Pesco la letra y es una cumbia sí, dedicada a Cristo Rey. Es pegadiza. Después viene una romántica, una folclórica. Dios ejecuta todos los géneros musicales. La mejor de todas es un trap: la letra les habla a los falsos profetas, a los mercaderes del templo; habla de una iglesia que está en todas partes o, mejor dicho, en el corazón de cada uno. Cristo perrea lindo.