No tenemos más remedio que avizorar el futuro. No tenemos más remedio que éste nos sorprenda. Y más en un mundo sorprendente, con Donald Trump, Boris Johnson, Vladimir Putin, Jair Bolsonaro al comando de países muy gravitantes para la Argentina. A propósito de ese mundo: la potencia que nos compra (China) y la potencia que nos presta (Estados Unidos) han comenzado un tren de competencia feroz que tendrá momentos conflictivos y momentos de tregua. Pero se terminó la “Pax Chimérica”, en la que China y América (del Norte) formaban una sociedad motor del crecimiento mundial. Y emergió este mundo surcado por grietas cada vez más profundas.
O sea, que no necesitamos de nuestros problemas para que ya tengamos bastante con los que provienen de una globalización conflictiva, muy distante de la ilusión de los mercados integrados y democracias liberales imaginadas con la caída del Muro de Berlín. Y un mundo conflictivo es uno en el que naturalmente hacer cosas cuesta más. Se ralentizan los procesos. Se cierran las fronteras. Hay desconfianza. O sea, se compra menos y se presta más caro. Mala la nuestra.
Necesitamos dólares (para poder alimentar nuestra demanda de ellos que siempre es alta) y para devolver los dólares que pedimos prestados. Pero no parece ser el año que viene pródigo en dólares. O sea que la “restricción externa” como los economistas llaman a esa falta del verde billete seguirá vigente y causando tensiones y conflictos internos. Tenemos un solo sector que produce esos dólares que necesitamos todos y es el complejo agroindustrial exportador el que será esquilmado.
Sin ser determinista, esos conflictos alimentarán la grieta que divide nuestro país “ideológicamente”, pero tiene una correspondencia casi uno a uno con la estructura sociodemográfica del país. Por un lado, los sectores más populares, mercado-internistas y peronistas; por el otro lado, los sectores más privilegiados, más libre-mercado y no peronistas.
La permanencia de la grieta, por más discursos conmovedores en contra de la ella, aparece como un factor fogoneado estructuralmente, y los dueños de ella son hoy Mauricio Macri y Cristina Fernández. Precisamente, dos liderazgos que están cuestionados (uno por no haber conseguido la reelección; el otro por estar en el banco de suplente, habiendo elegido ella al que está jugando de titular).
La ancha avenida del medio que conforma el “partido de los que gobiernan” (Alberto Fernández, gobernadores e intendentes), con las necesidades concretas que implica el gobernar, colisionarán continuamente con los extremos propios generándose una situación de internas permanentes. Así el carácter de “ensamble” y no de “coaliciones” o “partidos” de nuestras fuerzas políticas serán el inestable contenedor de esta situación conflictiva –a las que se le deben sumar las diferencias, incluso entre pragmáticos: no es lo mismo ser presidente peronista que gobernador de una provincia sojera–.
En medio de todas estas dificultades, Alberto Fernández debe construir su Presidencia. Si hace pie, acertando en las críticas decisiones que tiene que tomar día a día, podrá consolidar su poder político –quizás, sin generar un liderazgo como el de Cristina Fernández, pero sí dejándolo en un segundo plano– (o sea que el sistema sea el típico presidencialismo, y no un tan exótico como imposible “vicepresidencialismo”.
Pero si las cosas no van bien, la política se radicalizará, y ahí siempre es útil la recomendación que el viceministro de Economía de Raúl Alfonsín, Adolfo Canitrot, dio cuando el Plan Austral comenzó a hacer agua: “Hay que ponerse el casco”.
*Politólogo.