Cuántas columnas ya escribí en esta contratapa? No menos de cien. El 90 por ciento fueron sobre
literatura o temas vinculados con libros. Muy de vez en cuando sobre televisión, rock o fenómenos
de la cultura pop (como Jorge Telerman, por ejemplo). La tendencia a favor de la literatura es
abrumadora, apabullante, terriblemente desigual. Sin embargo, invariablemente, cada vez que escribo
sobre televisión, rock o cultura pop, la recepción de ese artículo es inmensa. Recibo mails, se
arman discusiones en blogs, me piden artículos para otros medios, mis compañeros de trabajo me
hacen comentarios elogiosos, hasta me invitaron a participar en un programa de tele. A la inversa,
sobre los otros artículos (¡es decir sobre casi todos!) muy rara vez percibí repercusión alguna.
Una vez un amigo me llamó para pedirme prestado un libro de Dorothy Parker (sobre quien había
escrito una columna) y recuerdo también que, otra vez, en la redacción de PERFIL, Daniel Guebel me
dijo con tono sarcástico, “¿así que te gusta Bolaño?” en alusión a un párrafo en el que
al pasar mencionaba el escritor chileno. Eso es todo.
¿A qué se debe esta situación? Se me ocurren varias respuestas. A saber: lo que escribo sobre
literatura es muy malo. O, a la inversa, lo que escribo sobre televisión y rock es muy bueno. O
también podría ser que ambas respuestas sean válidas (que no tenga nada que decir sobre literatura
y sea un genio inesperado del mundo del pop). Aunque también, pensándolo mejor, podría esbozarse
una cuarta respuesta: ganada la cultura por el auge de las nuevas tecnologías, la televisión, el
rock y el pop, la literatura ocupa cada vez más un lugar más relegado, hasta llegar a no importarle
prácticamente a nadie. El arte de escribir novelas (junto con la tarea de escribir sobre los que
escriben novelas) se encontraría en plena decadencia, en un momento epigonal, en la nada misma.
Esta opción parece ser la más verosímil. En verdad, el mundo de la literatura se parece cada día
más a un coloquio de rentistas, consultores de marketing y viajantes de comercio.
Así como hay escritores que se inquietan si sus libros no están bien exhibidos en las
librerías, si no salen rápido notas en los diarios, y si la editorial no hace la campaña de
promoción que ellos se merecen, pues bien, yo también sueño con tener éxito, con que se hable de
mí, sólo de mí y nada más que de mí. Así que: renuncio a seguir escribiendo sobre literatura.
¡Desde ahora voy a dedicarme a la televisión! Voy a escribir sobre la primera serie de tele
que haya visto. ¿Cuál es? Creo que Californication, en Warner. La estrella –y productor de la
serie– es David Duchovny, el de los Expedientes X. La historia es muy sencilla: el
protagonista, llamado Hank Moody, es un escritor bohemio y fracasado, pero inteligente, agudo,
divertido, y sobre todo un gran semental. Alguien que, a pesar de sus crisis sentimentales y
creativas, lleva una vida apasionada y apasionante. De hecho, su mujer –que lo dejó por un
tipo de saco y corbata– en el fondo todavía lo ama. La serie está plagada de lugares comunes,
como si el productor hubiera puesto la plata sólo para satisfacer su narcisismo de actor: planos en
los que se parece a Richard Gere, gesto de winner para prender el cigarrillo, pose fashion de
escritor torturado; todo con ese toque tan Los Angeles (léase elei), siempre decontracté. Volviendo
al sarcasmo de Guebel, podría decirse que Californication comparte con las novelas de Bolaño el
mito de que la vida de los escritores es interesante, apasionante (en las novelas de Bolaño, tan
sólo por ir a un taller literario, los personajes encuentran novia, son perseguidos por detectives,
los pueden desaparecer, viven de bar en bar, tienen pensamientos profundos). ¿De dónde habrán
sacado esas ideas? ¿Será que la literatura se vuelve apasionante sólo cuando llega a la TV, al
cine, o se convierte en best seller? ¡Ah, pero ya estoy hablando otra vez sobre literatura! No hay
caso, perdí el tren de la fama.